martes, 31 de marzo de 2009
Melancolía
Aquella, que pudo haber sido la más bella puesta de sol en la historia del planeta, dejó de serlo, porque su estado de ánimo le hacía ver todo negativo desde hacía cierto tiempo. Para ello había poderosas razones. Nadie podía cuestionarlo.
Ese atardecer el sol se puso en aquel bellísimo horizonte, muy orgulloso de sus resplandores mágicos y de sus colores fascinantes, pero triste, muy triste, porque aquel sencillo hombre a quien tanto apreciaba por su enorme sabiduría, no estaba de ninguna manera en condiciones de apreciarlo.
La noche llegó sin mayor alegría, devorando toda la magnificencia y belleza de un ocaso malogrado por las circunstancias de una vida.
miércoles, 18 de marzo de 2009
Doble vida
Todos los días, desde un lejano siempre que ya se había perdido en los interiores de su mente, a media mañana y con puntualidad absoluta, él abandonaba su elegante escritorio de roble blanco, dándole a ella un cariñoso y sincero beso de despedida, agradecido de corazón por todo lo que había hecho por él esa mañana, como en incontables otras, desde hacía muchísimos años.
Ella sufría tremendamente la diaria separación –aun reconociendo el apasionado beso de despedida y el sincero agradecimiento que él siempre le dispensaba- pues todo le hacía pensar que había otra en su vida, tema al que el connotado escritor de novelas jamás quiso ni siquiera responder, a pesar de tantas preguntas que le hacía al respecto. Como sea, ella era sumisa, y le había jurado fidelidad y eterna permanencia a su lado.
Efectivamente, había otra.
Él tenía otro escritorio –éste de cedro rojo- en la misma casa, pero en otra estancia, lugar en el que surgía irremisiblemente su otra personalidad, un yo completamente diferente. Venía aquí con mucha frecuencia, casi a diario, pues también con ésta encontraba mucha pasión y belleza, y sufría una enorme transformación, pasando en cuestión de minutos de ser novelista en prosa a ser poeta. Sus creaciones en rima en este lugar eran exquisitas, tal como lo eran sus novelas concebidas en el otro escritorio.
Pero su felicidad duraba poco, pues también extrañaba a su otra musa, así que, con lágrimas en los ojos y mucha tristeza, unas pocas horas después, regresaba con ésta, la que le inspiraba las hermosas novelas que tanto apasionaban a sus lectores.
Así vivió toda su vida, satisfecho y enamorado de sus dos musas y de las creaciones que ambas le inspiraban, pero con un tremendo y devorador egoísmo que hacía que las dos sufriesen las consecuencias de la doble vida de aquel excelente escritor inmerso intermitentemente en dos diferentes y apasionantes mundos literarios.
martes, 17 de marzo de 2009
El sombrero
Si bien sus funciones de origen eran de índole climática -como el proteger a la cabeza de su poseedor del fulminante sol del verano y el mantener la temperatura de su cráneo templada en el frío del riguroso invierno-, también supo que cumplía una relevante misión estética, escondiendo la mayor parte del tiempo una calva no del todo atractiva.
Pero sus mejores momentos, aquellos que le brindaron realización plena y recuerdos maravillosos para el resto de su existencia, fueron cuando, en medio de la alta sociedad humana de su pueblo, su dueño lo usó para saludar y manifestar respeto a otras importantes personas.
Un día, como era de esperarse, su diseño pasó de moda, y consecuentemente fue reemplazado por otro sombrero más moderno, pero sus recuerdos de haber sido usado para saludar en una ocasión al alcalde y a la reina de la belleza de su pueblo, le permitieron vivir feliz por siempre, a pesar de haber sido recortado y colocado en la cabeza de un asno que jalaba el carro de la basura de aquella pequeña población.
jueves, 12 de marzo de 2009
Su peor enemiga
Era un engendro espeluznante, capaz de arruinar totalmente cualquier texto, por bueno que éste fuese.
Era una aberración empeñada en desprestigiar a aquel excelente autor quien, lamentablemente, un mal día le abrió la puerta gramatical para convertirla en su eterna pesadilla.
Era un desliz insolente, dedicado y necio, que aparecía en el momento más inesperado y en el párrafo en donde más daño hacía al connotado escritor.
Era una navaja afilada en el zapato literario, dedicada de tiempo completo a fastidiar la belleza de sus cuentos.
Era el desprestigio total y la ruina absoluta de cualquier cosa que él escribiese.
Era una criatura perversa y vengativa proveniente del más allá gramatical, dispuesta a cualquier cosa, con tal de destruir cualquier belleza presente en sus historias.
Era una falta de hortografía increíble, inédita, inaudita e inusitada.
martes, 10 de marzo de 2009
El picahielos
Era un picahielos bien intencionado: eso nadie lo dudaba.
Quería ser afectivo con quien lo poseía, pero le resultaba imposible, porque estaba hecho de frío metal puntiagudo.
Quería razonar y explicarle sus problemas, pero carecía de cerebro.
Quería demostrar su aprecio a quien lo había comprado en aquella tienda, pero carecía del don de la palabra.
Lo único que pudo hacer para dejar claro todo lo anterior fue -con todo su cariño y buena voluntad- clavar su afilada punta en el corazón de su dueño.
lunes, 9 de marzo de 2009
La gata a lo suyo
El Ministro del Interior invitó al de Relaciones Exteriores, al de Economía y Finanzas Públicas, y al de Seguridad Nacional a una reunión fuera de registro, para tratar entre ellos temas delicados relacionados con algunos problemas potenciales de los que el Presidente le había notificado como prioritarios.
Como eran temas fuera de la agenda oficial, la importante reunión se llevó a cabo en su casa de fin de semana, a media hora de la capital, y, aprovechando el clima primaveral, decidieron hacerla en el jardín lleno de frondosos árboles y bellas flores.
Como sea, la relevancia de los temas calentaron el ambiente, y hubo palabras duras cruzadas entre algunos de los asistentes. Por momentos parecía que el gabinete presidencial se resquebrajaba, a pesar de los esfuerzos del Ministro del Interior por enfriar los ánimos. Era un hecho que la nación corría riesgos mayores ante la crisis financiera mundial, y ninguno de los asistentes estaba dispuesto a asumir errores u omisiones cometidos con anterioridad.
No muy lejos de ahí, a unos diez metros, una gata blanca y marrón estaba tensa y concentrada en temas igual o más relevantes que lo que se discutía en la mesa cercana llena de potentados: un ratón de jardín distraído se comía a un abejorro, mientras que ella tenía a sus hambrientos gatitos esperando por un pedazo de carne…
domingo, 8 de marzo de 2009
La albóndiga agorera
Por más que preveamos los desventurados eventos futuros, el destino fatal siempre acaba atropellándonos.
Desde que fue conformada por las manos del experto cocinero, aquella consciente e inteligente albóndiga auguró que pronto sería cocinada en salsa roja junto con sus compañeras, e inmediatamente después de eso, comida por un comensal hambriento que la esperaba en la mesa número 12 de aquel restaurante madrileño.
Intentó advertir a las demás albóndigas en la olla acerca de la fatalidad que las esperaba, pero se dio cuenta de que carecía de boca y de cuerdas vocales para expresarse. Intentó huir, pero se dio cuenta de que no tenía extremidades para escaparse.
Resignada, sintió cuando un cucharón la transportaba de la olla al plato. Angustiada trató de gritar para mitigar su inminente dolor, pero, por su naturaleza, tampoco pudo hacerlo.
Esa tarde, nuestra albóndiga tuvo mucha suerte: de seis piezas que fueron servidas en el plato del hambriento comensal de la mesa 12 de aquel restaurante madrileño, ella fue la quinta en ser devorada.
sábado, 7 de marzo de 2009
La libélula y el gato
Todos los atardeceres, desde hacía ya mucho tiempo, la libélula se alejaba de su charca y buscaba ansiosa al gato que cazaba ratones en la huerta.
El gato siempre la esperaba nervioso. Sabía de la puntualidad de la libélula.
Era un extraño amor entre seres muy diferentes, una dependencia rara y trascendente que era ya toda una tradición entre los animales de la zona.
La libélula se acercaba hasta tocar la nariz del gato. Éste, con sus rápidos instintos felinos, tiraba un zarpazo tratando de cazar a la libélula. Ésta, también muy rápida, esquivaba las temibles garras de aquél. Este ejercicio se repetía decenas de veces cada tarde, sin que jamás el gato atrapase a la libélula.
Justo cuando se ponía el sol, la libélula retomaba el vuelo hacia su charca para dormir, siempre convencida de que sus rápidos reflejos constituían una enorme frustración para el engreído felino.
El gato, ya cansado de tanto ejercicio, regresaba siempre a su morada satisfecho por haber intencionalmente perdonado una vez más la vida a la latosa libélula de la charca.
Los dos, mientras lograban conciliar el sueño, reconocían para sí que ambos necesitaban muchísimo el uno del otro, y esperaban ansiosamente el siguiente día.
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