martes, 23 de febrero de 2010

El misterioso


Nada más despertarse, se vestía de negro. No decía a nadie en casa lo que haría en el día, y antes de salir a la calle se ponía lentes oscuros y un sombrero de ala que le tapaba parte de la cara.

Salía sigilosamente, sin hacer el menor ruido. Caminaba de manera discreta, agazapándose cada vez que podía en alguna esquina, observando a sus alrededores para ver si alguien lo seguía. Cuando se aseguraba de que nadie lo hacía, retomaba el camino cautelosamente.

No iba a ninguna parte más allá de su pequeño barrio, y regresaba a casa a comer sin hacer ningún ruido ni decir a dónde había ido.

Por la tarde volvía a la calle vestido de la misma manera, y su recorrido y actitudes eran exactamente las mismas.

Llegaba a casa al anochecer sin dar a nadie las buenas noches y sin hacer el menor comentario. Cenaba algo y se iba a dormir, pensando en repetir las mismas acciones al día siguiente.

Al cerrar los ojos cada noche, se sentía muy satisfecho de había despertado curiosidad en decenas de personas que lo observaban a diario considerándolo misterioso, lo cual era su único objetivo en la vida.

Antes de morir, ordenó a su familia no poner en su lápida su nombre ni los años de nacimiento y muerte, sino tan solo un signo de interrogación.

lunes, 22 de febrero de 2010

Sinfonía a dos tiempos


Primo tempo: Adagio

La Tiricia, completamente adormilada, abrió lentamente un ojo.

Enseguida lo cerró, esperando que aquello que parecía la luz del día no lo fuese.

Cayó dormida.

Media hora después, abrió el otro ojo.

Lo hizo girar lentamente de derecha a izquierda.

Confirmó que la mañana estaba muy avanzada.

También cerró ese ojo ante esa espantosa realidad.

Lo hizo así para así poder meditar sin prisa acerca de la mala fortuna de tener que despertarse para trabajar.


Secondo tempo: Accelerato increscendo

Mientras tanto el Acelere estaba ya totalmente despierto pendiente de todo y buscando la actividad que su ágil metabolismo requería como todas las mañanas cuando saltaba de la cama con el menor resplandor del sol para ponerse a hacer lo que fuera útil o inútil porque de no hacerlo se sentía incómodo y eso era para él insoportable al extremo de que se mordía las uñas de desesperación por la falta de acción cotidiana por lo que daba brincos desde temprano y hasta el atardecer sin detenerse ni siquiera para cumplir con sus necesidades elementales que omitía gustoso con tal de sentirse en ese movimiento tan agradable que era la esencia de su existencia fulminante que no se detenía en ningún momento.


Terzo tempo: Adagio

La Tiricia, de nuevo, abrió el ojo derecho.

Sin cerrarlo, bostezó.

Estiró los brazos lentamente, mortificada por el hecho de pensar en salir de la cama.

Aun así, lo meditó detenidamente.

Después de un rato, volvió a dormirse.


Quarto tempo: Accelerato increscendo

A esas alturas del día el Acelere ya había recorrido el mundo sin pensar siquiera en detenerse en detalles que lo único que hacían era frenar su ritmo incesante de actividades tal vez no muy productivas pero definitivamente necesarias para su satisfacción personal de hacer las cosas a una velocidad para él importante considerando las exigencias de la vida moderna que lo obligaban a emplear toda la energía posible en salir adelante en un mundo exigente que devoraba a quien se quedaba atrás o a quien era incapaz de mantener el paso firme y rápido reclamado por la lucha por la existencia que premiaba la actividad incesante por encima del bajo rendimiento de seres incompetentes que no se podían comparar con él dada su velocidad de ejecución de cualquier actividad que se le presentase.

El Acelere finalmente se detuvo una milésima de segundo a tomar aire y enseguida volvió a la apresurada actividad.


Finale: Molto adagio

La Tiricia –muerta de la flojera- decidió no ir a trabajar.

sábado, 20 de febrero de 2010

Un segundo de inspiración


El sapo, meditando mientras descansaba sobre un nenúfar, tuvo una idea brillante:

Concluyó que si la materia se sujetaba a una aceleración cien veces más grande que la gravedad terrestre, se convertía en antimateria, y ésta podía transformarse, por medio de un ciclotrón polidimensional, en un medio de transporte a través del tiempo, hacia el pasado o hacia el futuro, dependiendo del número atómico y del peso molecular. Y si el producto de la aceleración multiplicada por la entropía molecular rebasaba el número crítico de 3 megas, el futuro y el presente se fundirían en uno solo, con lo que la vida adquiriría nuevas dimensiones.

De repente una carnosa libélula atravesó delante de él, y su larga lengua la enroscó para deglutirla.

La digirió con calma.

Cuando quiso retomar la idea, ya la había olvidado por completo, así que se puso a croar esperando que alguna hembra se le acercase.

Los viajes a través del tiempo se difuminaron para siempre en aquel instante, mientras el sapo eructaba los residuos de la libélula.

martes, 16 de febrero de 2010

La novia con instructivo


Finalmente, después de siete maravillosos años de noviazgo, el enamorado Horacio decidió pedir la mano de su amada y sensual Margarita.

Ella –por lo que Horacio sabía- pertenecía a una conservadora y famosa familia de genios universitarios especializados en electrónica y robótica, a la que jamás conoció, por su extrema timidez, durante su largo romance.

Como sea, aquella tarde en que él decidió presentarse por vez primera en casa de Margarita, lo hizo convencido de que ella era la mujer de su vida. Para ello, compró un carísimo anillo de compromiso de diamantes aquilatados, con lo que esperaba ganarse a su familia.

Una vez pedida la mano de la novia y puesto el anillo en el dedo de ésta, el supuesto padre de la prometida le entregó el instructivo de uso, la garantía y el cargador de batería para que ella siguiese funcionando.

Margarita emitió una agradable sonrisa electrónica.

sábado, 13 de febrero de 2010

El Señor de los Aparatos Electrónicos


Todo empezó un día en que un buen hombre llamado Emilio no pudo encender el televisor de su oficina. El problema era sencillo, pero a él no se le ocurrió la solución, así que recurrió al viejo truco de golpear el aparato con insultos. Finalmente el televisor, ante semejante oprobio, optó por encenderse sin más, pero…

…cerca de ahí estaban la fotocopiadora, el fax, el DVD, el ordenador, la lap top y el escáner. Todos vieron lo ocurrido, dirigiéndose indignadas miradas entre ellos.

En el lenguaje propio de los aparatos electrónicos contemporáneos, decidieron apoyar al televisor, así que conspiraron un rato largo antes de tomar sus decisiones.

Al día siguiente, Emilio se puso temprano a trabajar.

Lo primero que hizo fue intentar fotocopiar unos documentos. El primero salió bien, aunque un poco bajo de tono. Hizo el cambio de cartucho de tinta, pero la segunda copia generó un atasco de papel. Una vez resuelto lo anterior, la fotocopiadora se apagó de manera misteriosa.

El hombre, que había amanecido de buen humor, dejó las fotocopias faltantes para más adelante, así que decidió escanear unos documentos que debía enviar temprano a su jefe. El escáner funcionaba bien, pero su ordenador se negaba a recibir el documento escaneado. Estuvo casi una hora intentándolo, hasta que logró investigar la causa. Corrigió el problema en el ordenador, pero enseguida fue el escáner el que no quiso encender.

Emilio se empezó a alterar, así que decidió calmarse escuchando la sinfonía 40 de Mozart que tenía por ahí en algún lugar. Tardó en encontrar el disco, seguramente porque éste había decidido solidarizarse con el resto del equipo electrónico. Cuando lo encontró y lo colocó en la correspondiente ranura, el disco se atoró. No hubo forma de sacarlo o acabar de meterlo: el DVD simplemente se negaba a funcionar.

Entonces el hombre empezó a perder la calma, pero conteniéndola, decidió antes enviar un par de correos a su principal cliente. Sorprendentemente, el correo se negó a salir de su ordenador. Esperó un largo rato para ver si lo lograba, pero nada.

Fue entonces que empezaron a volar aparatos electrónicos. El hombre, completamente energumenizado, empezó a golpearlos y patearlos, a estrellarlos contra las paredes, a proferir insultos en voz alta.

Los gritos llegaron a la oficina vecina, de la cual salió un compañero extrañado del escándalo, para ver qué pasaba. Logró calmar al alterado, quien procedió a contarle a su vecino de oficina, con todo detalle, lo que le ocurría.

Éste se puso a ayudarlo, y todo mejoró: los correos electrónicos salieron; la fotocopiadora sacó lo que se requería con excelente calidad; el escáner y el ordenador se sincronizaron estupendamente; el DVD empezó a funcionar sin que nada se le hubiese hecho…

Fue entonces que el infeliz Emilio se atrevió a preguntarle a su vecino si tenía alguna idea de lo que estaba ocurriendo con él o con sus torpes manos.

La respuesta del oficinista de al lado fue que debía colocar a diario algo comestible y delicioso a modo de ofrenda al Señor de los Aparatos Electrónicos en algún lugar oculto, pues era éste –y nadie más que éste- quien se encargaba de conjurar maleficios en su reino. Era una deidad absoluta muy respetada por sus súbditos.

A partir del día siguiente, Emilio empezó a llevar a diario una tortilla de patata como ofrenda para aquella extraña divinidad de las oficinas contemporáneas, ocultándola apropiadamente según las instrucciones del vecino.

Los aparatos jamás volvieron a darle problemas, aunque a Emilio le quedó la duda acerca de quién en realidad se comía la tortilla de patata.

Tras de varios días de dudas, pero satisfecho porque todos los aparatos electrónicos le respondían adecuadamente, decidió creer fielmente en aquel increíble dios de la modernidad, el Señor de los Aparatos Electrónicos.

jueves, 11 de febrero de 2010

La máquina de la alegría


“¡Chun tataflún taflún! ¡Ja ja!”, gritaba aquel curioso aparato semejante a un robot, arrancando la sonrisa de todos aquellos que lo veían.

“¡Chun tataflún taflún! ¡Ja ja!”, volvía a decir aquella maravillosa máquina, y los espectadores lloraban de la risa, contagiados por alguna magia mecánica contenida en ella.

Así, cuando aquel agradable ingenio aparecía en la plaza del pueblo al atardecer, toda la gente disfrutaba de él y de su agradable sonido, olvidándose por un rato de las tristezas mundanas, que eran muchas y muy frecuentes.

El inventor de aquel ameno aparato era un niño pobre llamado Zacarías, quien había juntado muchas piezas mecánicas en los tiraderos del pueblo. Con mucha paciencia había armado aquella máquina con la idea de que le alegrara su entristecida existencia. En su desesperación por ser feliz, buscó engranes, resortes, tornillos, tuercas, rondanas, alambres, cables, láminas y barras, y armó lo que él llamó la máquina de la alegría, un ingenio que supuestamente lo haría reír de sol a sol, con lo que podría olvidarse de su triste vida.

Finalmente acabó de armar la máquina. Zacarías pensaba, dada su corta edad, que bastaba el escuchar el ¡Chun tataflún taflún! ¡Ja ja! para que su vida fuese diferente. Su desengaño fue enorme: el alegre aparato no podía proveerlo de una familia, de alimentos buenos y constantes, de ropa y calzado, de amigos incondicionales…

Como sea, logró rentarle el estruendoso aparato al ayuntamiento, a cambio de tres escasas comidas diarias que de algo le sirvieron: ya nunca más pasó hambre.

El alcalde salió reelecto varias veces por la felicidad de la gente en el parque; el pueblo disfrutaba más de la vida; y los perros callejeros corrían felices tras de la máquina de la alegría ladrándole sin cesar.

Zacarías, el alcalde, los perros callejeros y la gente del parque de aquella época ya son historia.

El pueblo cambió su nombre a Villa Alegre, lugar famoso en el mundo porque todas las tardes aparece en su parque una extraña máquina que hace felices a todos los presentes con su agradable sonsonete:

¡Chun tataflún taflún! ¡Ja ja!

¡Chun tataflún taflún! ¡Ja ja!

¡Chun tataflún taflún! ¡Ja ja!

domingo, 7 de febrero de 2010

El psiconauta


Animado por cierto extracto vegetal maravilloso de cuyo nombre me acuerdo pero prefiero no compartir, decidí aquella tarde navegar por mis interiores como lo hace cualquier usuario aplicado de la web.

Me sentía muy ligero, como si mi ordenador fuese de altísima capacidad. Descubrí que mi alma estaba llena de bytes y de programas poderosos e innovadores. Mi mouse se desplazaba alegremente por el monitor de mi existencia, cual ágil jugador de baloncesto, hacia arriba, hacia abajo, en todas las direcciones.

Después de un rato de desbordante alegría, encontré un blog clandestino dentro de mi alma. En él aparecían perfectamente narrados muchos episodios de mi existencia, pero de alguna manera no era mi estilo. Alguien estaba publicando mi vida día a día en aquel blog, mismo que estaba lleno de comentarios de gente conocida y desconocida. Algunos eran acertados, otros no tanto, pero todos denotaban que me conocían bastante.

Había una sección en el blog a la que solamente se accedía por medio de una contraseña que yo no tenía. Me pareció injusto, puesto que el blog se refería únicamente a mí. Esto quería decir que existían temas de mi persona que me estaban vedados, lo que no me parecía. ¿Qué misteriosa parte mía estaba enclaustrada bajo un password desconocido?

Intenté entrar a como diera lugar. El acceso me fue denegado una y otra vez, mientras intentaba recordar la manera de entrar, hasta que finalmente apareció la pregunta acostumbrada: ¿ha olvidado su contraseña? Hice click en ese lugar, y apareció la pregunta clave para recordar el password olvidado.La contesté, y en menos de un minuto llegó a mi buzón de correo electrónico la mencionada contraseña, que era, ni más ni menos: ¿cómo puedo ser tan imbécil?

Un poco mortificado por esa contraseña tan especial, introduje esa denigrante frase en el lugar indicado, y la página misteriosa se abrió finalmente.

Apareció inmediatamente una dama negra como el azabache, igualmente vestida de negro. Su cabello no era de pelos, sino de alfileres puntiagudos que se me encajaban dolorosamente al hablar con ella.

La dama de negro estaba rodeada de criaturas, presumiblemente hijos suyos. Ella me saludó como si fuese amiga de toda la vida, y, en efecto, lo era: se presentó ante mí como mi propia conciencia.

Con su sonrisa vergonzante, me confesó que todos aquellos chiquillos eran míos, hijos de ambos. Me los presentó uno por uno. Ahí estaban los remordimientos, las angustias, los arrepentimientos y las vergüenzas, todos queriendo abrazarme para recordarme que yo era sin lugar a dudas su progenitor.

Fue en ese momento que decidí que la psicoweb era una pésima idea, algo de verdadero mal gusto. Me desperté inmediatamente, y arrojé al caño lo que quedaba de aquel brebaje insolente.

Sin embargo, la dama de negro y sus engendros encontraron para siempre un lugar en mi consciente.

El audaz psiconauta que alguna vez pretendí ser, decidió jubilarse de manera definitiva.

sábado, 6 de febrero de 2010

Los mil recursos del cerebro en blanco


En cuanto echó de su lado a aquella musa bloqueadora y arrogante, el desconocido escritor empezó por sí solo a triunfar con una serie de novelas que rompieron con los cánones de la literatura. Sus mayores éxitos fueron:

EL DESIERTO MENTAL

DISERTACIONES SOBRE LA NADA

EL BLANCO ABSOLUTO

EL CEREBRO HUECO

LA PRECARIEDAD DE LO INEXISTENTE

LA PANTALLA EN BLANCO

UNA IDEA VACÍA

ARIDEZ SIN ESPERANZA

EN MEDIO DE NINGUNA PARTE

SINFONÍA EN TOTAL SILENCIO

BLANCO SOBRE FONDO BLANCO


Mientras el escritor se convertía en un magnate literario, la musa enloqueció en silencio completamente frustrada. Hoy ella reposa en una celda acolchonada, sin entender nada de nada.

miércoles, 3 de febrero de 2010

El último de los cuentos mediocres


Aquella noche, las reprimidas y mojigatas musas decidieron tener alcohol, drogas y sexo a lo bestia. No se habían destrampado desde la época de Zeus y Pan hacía miles de años. De verdad les hacía falta, sobre todo considerando que estaban sujetas a enormes presiones.

Como todo su mundo estaba confinado a sus inspirados, no tuvieron más remedio que invitar a escultores, pintores, literatos, poetas e inventores a que las acompañaran. Como sea, los agradables, mundanos y divertidos sátiros qaue tanto las motivaron en el pasado, ya no existían.

La orgía empezó puntual. Los encargados de llevar los suministros fueron los inspirados. A las musas les correspondió la organización del evento.

De alguna manera que no acabo de comprender –o tal vez sí- yo no fui invitado. Mi musa, obviamente hastiada de mí, decidió abandonarme esa noche y, por lo que veo, para siempre.

Mi último cuento mediocre ya ha sido escrito. Vuelvo por obligación a mi rutinaria profesión de siempre.