jueves, 26 de junio de 2008

El bolígrafo asesino




Acostumbrado como estaba a describir con su propia tinta monstruosos crímenes imaginados por el cerebro del autor de cuentos de terror, aquel bolígrafo decidió perforar la yugular de quien lo había hecho su cómplice.

En el bolígrafo asesino no había más huellas dactilares que las del escritor.

martes, 17 de junio de 2008

Un personaje digno de serlo

“¡Oye, oye, despierta!”, fue la voz que escuchó dentro de su cerebro el escritor mientras dormía plácidamente a las tres de la mañana. La llamada fue tan real que éste no tuvo más remedio que despertarse y hacerle caso.

Así, a altas horas de la madrugada, el escritor se puso de pie, y ya con la bata puesta, dijo a su propio interior: “Bien, aquí estoy. ¿Para qué me quieres despierto?”

“Escucha: sé que eres un escritor prestigiado. Te necesito. Soy un personaje que carece de cuento. Sé que tú podrás asignarme una personalidad, un nombre, y colocarme en lugar importante de un argumento literario que podría trascender.”

El autor le respondió: “¿Y qué te hace pensar que eres digno de ocupar un lugar en mis cuentos?”

“Pues bien”, contestó el personaje: “Soy simpático, versátil, muy divertido y aceptaría cualquier papel que me asignases sin ninguna reclamación.”

El escritor, que apenas podía creer lo que estaba sucediendo, un poco con ganas de regresar a la cama y otro poco intrigado por la extraña irrupción de un ser tan especial, decidió preguntarle al personaje:

“¿Harías el papel de un pájaro tonto y torpe?”

El personaje respondió: “¡Sí. Lo que tú me digas: lo que quiero es trascender!”

“¿Harías el papel más ridículo que se pueda imaginar con tal de aparecer en mi cuento?”, preguntó el escritor.

“¡Sí, sin lugar a dudas!”, respondió el personaje.

El escritor, dándose cuenta de que jamás había tenido ni tendría un personaje tan voluntarioso y abnegado, lo aceptó, y le asignó un papel importante en un cuento que empezaba con:

“Hubo una vez un pájaro maravilloso…”

y acababa con:

“El pájaro maravilloso y su enamorada, vivieron felices por siempre en la copa del árbol, en un hermoso nido repleto de polluelos.”

lunes, 16 de junio de 2008

La soledad del espantapájaros

El espantapájaros se sentía muy solo. Aquel campo poco fértil había sido abandonado hacía varias temporadas, y él seguía ahí vigilándolo de manera absurda, pues no existían semillas qué proteger de las aves desde hacía mucho tiempo.

Sus envejecidos ropajes flojos y su ridículo sombrero, seguían siendo movidos por el viento con cierta frecuencia, pero no asustaba a nadie, pues nadie se paraba por aquellos lugares. Estaba de verdad triste.

Un día, sin embargo, apareció por ahí un pequeño vencejo migratorio que seguramente había extraviado su ruta. Se detuvo en un árbol cercano a descansar, sin percatarse de que el espantapájaros lo observaba fijamente.

“Hola, pájaro”, dijo el espantapájaros. “¿Estás extraviado?” ¿Te puedo ayudar en algo?”

El ave se quedó sorprendida de ver a tan extraña criatura, pues jamás había conocido un espantapájaros.

“Hola, desconocido. ¿Quién eres y por qué te vistes de manera tan extraña?”, contestó el vencejo.

“Soy un espantapájaros inútil y abandonado que ha perdido su razón de ser, pues por aquí ya nunca se paran los pájaros. Un espantapájaros que no espanta pájaros no puede ser un espantapájaros. Además de frustrado, me siento solo, abandonado.”

El ave, que era sensible y en cierta manera también víctima de la soledad, le ofreció ser su amiga y quedarse a vivir en el árbol vecino, para así acompañarse mutuamente.

Cuando ambas criaturas estaban a punto de sellar su pacto de eterna amistad, el celoso viento que escuchaba la plática sin dejarse sentir, soltó una fuerte ráfaga que movió violentamente el ropaje del espantapájaros. El vencejo, horrorizado, emprendió el vuelo para nunca más volver.

El espantapájaros sigue ahí, solo, abandonado y frustrado, soportando además los escarnios del maldito viento que aún no deja de reír.

sábado, 14 de junio de 2008

Néstor de Caracolia


Néstor era un joven caracol filósofo que habitaba en el fantástico reino de Caracolia, un hermoso lugar perdido en la selva tropical. Vivía frustrado porque era lento, debilucho y tenía que permanecer siempre a ras del suelo, como todos sus compañeros de especie, en contraste con otras especies de animales con las que se convivía en la región.

Por ejemplo, estaba Aníbal, el espabilado ratón de campo que corría a grandes velocidades de aquí para allá, siempre buscando oportunidades para alimentarse y divertirse.

También estaba Ulises, el mundano colibrí que se colgaba del aire para chupar el néctar de una flor, para luego desplazarse a toda velocidad hacia otra planta y repetir el gustoso ejercicio.

Y estaba Orión, el poderoso jaguar de hermosa piel que, con sus grandes zancadas, alcanzaba a cualquier presa que pretendiese huir de él.

Con ese panorama, Néstor se sentía poca cosa, así que un día decidió acercarse a sus admirados amigos para que le enseñaran cómo era la vida fuera de Caracolia, con la intención de un día poder ser como ellos.

Así, le pidió a Aníbal que lo llevase a pasear en su lomo un rato para sentir el vértigo de la velocidad. Fue una maravillosa sensación al principio, pero de repente un pájaro hambriento decidió comerse al ratón, y ambos pasaron grandes angustias tratando de huir del ave escondiéndose aquí y allá. Por muy rápido que corriese Aníbal, más rápido volaba el pájaro. Finalmente el ave decidió abandonar su objetivo, y Néstor respiró profundo escondido con Aníbal entre las hojas de una planta. Fue entonces que se dio cuenta de que ser ratón era muy complicado y riesgoso.

Después le pidió a Ulises que lo montase en su lomo, para sentir el vuelo y ver el mundo desde arriba. La ligereza de desplazamiento del colibrí encantó a Néstor al principio, hasta que se dio cuenta de que el pajarillo tenía un metabolismo delicado que lo obligaba a volar y volar para nutrirse, sin oportunidad de detenerse a descansar. De hecho, era un esclavo de su propia naturaleza. Si dejaba de tomar néctar, moría de inanición. Fue testigo de la infelicidad del ave que no tenía más opción que seguir haciendo lo que estaba haciendo para toda la vida.

Después, Néstor le pidió a Orión que lo llevase en su lomo para poder disfrutar de la majestuosidad y potencia del depredador más poderoso de la selva. Un terrible rugido del jaguar hizo creer al joven caracol filósofo que todos los animales de la región huirían despavoridos de aquel impresionante sonido. Así era, en efecto, pero…de repente, Orión escucho un ruido extraño y amenazador: era un cazador humano en busca de pieles, quien lo había detectado por su poderoso rugido y lo estaba siguiendo despiadadamente. El jaguar se puso muy nervioso, y trató de huir desesperadamente. Las balas del cazador rozaban la cabeza del asustado felino, que logró escapar milagrosamente tras muchos minutos de angustia.


Después de esa experiencia, Néstor pidió a su amigo que lo regresase a Caracolia.

Así, nuestro amigo, el caracol filósofo, se dio cuenta de que ser lento no era necesariamente un defecto, sino posiblemente una virtud que le permitía meditar acerca de cada pequeño tramo que se recorre en la vida; que volar tenía sus ventajas, pero también muchos inconvenientes; y que de alguna manera el ser una criatura babosa y algo repelente, era una conveniente garantía de supervivencia bastante gratificante.

Néstor concluyó que ése había sido un día intenso y aleccionador, y decidió que era hora de dormir, dándose con ello cuenta de que, gracias a su concha portátil, los caracoles no dependían de madrigueras o nidos, sino que podían descansar en cualquier momento y lugar, bajo las espléndidas estrellas que alegraban la noche de Caracolia, lugar fantástico perdido en la selva tropical que seguramente muchos otros animales envidiaban.

viernes, 13 de junio de 2008

Despedida final a mi amigo de siempre

Ya soy un anciano, y estoy de verdad enfermo. Mis días están contados: sé que es cuestión de semanas, meses o un par de años tal vez, para que abandone este complicado mundo que jamás entendí.

Llegó el momento de hacer público algo para mí muy relevante, algo que guardé como el gran secreto de mi vida, tras de algunas ingenuas y desubicadas confesiones de niño que nadie creyó, y que incluso me llevaron a absurdas y pesadas terapias fuera de lugar promovidas por mis queridos y preocupados padres, de parte de un honesto psicólogo infantil que inútilmente trató de negarme la realidad que viví desde que vine a este mundo, pretendiendo convencerme -de buena fe- de que era algo inexistente, pero que para mí era muy obvio, muy presente.

Mi amigo de siempre estaba ahí desde antes de mi parto. En el vientre de mi madre existían dos sensaciones predominantes, ambas muy gratas: el latido de ella y la presencia del ente.

Me acostumbré a las dos, pero pocos meses después de nacido, el ritmo cardíaco de mi madre pasó –como es normal- a un segundo plano, no así la presencia de mi amigo. Él permaneció junto a mí toda la vida. Todavía me acompaña. Su agradable compañía es innegable.

Nunca me dijo quién era ni por qué estaba a mi lado, ni me explicó su naturaleza inmaterial. Me bastaba su compañía, así que nunca sentí necesidad de hacerle preguntas, ni de cuestionar su existencia o esencia.

Estuvo a mi lado en los momentos difíciles a los que la vida nos enfrenta. Nunca me falló ante la adversidad, y siempre iluminó mis dudas, dándome fuerzas para salir adelante en los escollos que esta vida genera día con día.

Muchas veces conversamos íntimamente entre nosotros, pero siempre respetando el misterio de la naturaleza de cada quien.

Hoy, ante el inminente fin de mi existencia, estoy preocupado por él. Tal vez él lo esté por mí, no lo sé. Nunca fui creyente, y ahora me enfrento al misterio de la inevitable muerte. Y así como él fue para mí un apoyo existencial, temo también haberlo sido para él.

Creo de verdad que, tras de mi muerte, me convertiré en polvo, en carne de gusano o en ceniza de horno crematorio.

No sé que será de él. Se niega a responderme esta pregunta. Espero que no dependa de mí tanto como yo he dependido de él, y si así fuera, deseo que encuentre otra alma paralela que lo acompañe en lo sucesivo.

Desconocido amigo de siempre: fuiste algo maravilloso en mi existencia. Espero que tu naturaleza sea más fuerte y perenne que la mía. Te regalo mi eterno agradecimiento, y deseo de corazón que este universo desconocido te sea grato, como siempre lo fue tu presencia en mi vida.

jueves, 12 de junio de 2008

El Peñón del Cóndor

No era definitivamente un cóndor que se sintiese orgulloso de volar entre majestuosas montañas, ni estaba satisfecho con alimentarse de carroña. Sufría además de vértigo de altura, y en invierno pasaba mucho frío.

Un día, un circunstancial halcón peregrino que extravió su ruta, le habló del mar, del mágico color azul, del excelente clima y otras bondades de aquellos lugares no del todo lejanos.

Nuestro cóndor no lo pensó mucho tiempo, y decidió bajar a las playas del Océano Pacífico y posarse en un acantilado ante la sorpresa de albatros, gaviotas y pelícanos locales, que nunca imaginaron que existiese un pajarraco de ese tamaño.

Como tenía que alimentarse, le pidió a un pelícano que tenía cara amigable que le enseñase la forma de pescar. A pesar del escepticismo del maestro, el discípulo aprendió en poco tiempo el oficio de las aves marinas, y llegó a perfeccionarlo a extremos increíble. Su estilo y habilidad eran la envidia de todos, y compensaba con creces otras carencias genéticas que en las altas montañas andinas podrían ser enormes ventajas.

Durante muchos años se convirtió en una leyenda para los pescadores de la región, quienes disfrutaban viéndolo volar en picada y salir del agua con presas de buen tamaño, y volar a las rocas cercanas para engullirlas.

El cóndor ya no está. Hay quien dice que murió ahogado en una mala zambullida. Otros creen que decidió ir a pasar sus últimos días a la abrupta montaña que lo vio nacer, acompañado de aquella gaviota gris que tanto lo quiso.

Hoy los pescadores que alguna vez lo vieron volando majestuosamente en aquel lugar, llaman a ese acantilado el Peñón del Cóndor, y cuentan a sus hijos historias increíbles de un pájaro enorme que llegó de lugares extraños para demostrar a los pelícanos locales que cuando se quiere, no hay limitaciones de ningún tipo para triunfar en la lucha cotidiana por la supervivencia.








miércoles, 4 de junio de 2008

El cuento al derecho y al revés

El autor era genial y obsesivo en extremo. Dedicó treinta años de su vida a escribir esa magna obra.

Además de que sus tramas y argumentos eran sensacionales, su escrito poseía una característica inédita:

Si se leía desde el inicio y hasta el final, era una bellísima obra romántica, que rebasaba a Bécquer y a Lord Byron.

Si se leía desde el final y hasta el principio, era una epopeya de dioses y héroes del universo, digna de los mejores escritores clásicos.

Si se leía la primera palabra de cada párrafo, se trataba de un excelente poema de amor dedicado a una mujer muy enamorada.

Si se leía la primera palabra de cada frase, se trataba de una hermosa y abnegada plegaria al Señor, como agradeciendo la inspiración otorgada al magnífico autor.

Todo era perfecto en lo creativo, en lo literario y en lo poético en aquella sublime obra de arte…excepto por aquella desdichada coma colocada a la mitad del texto, que arruinaba la historia romántica, o bien la trama final de la sublime epopeya, o tiraba al suelo el romanticismo del poema dedicado a la mujer amada, o quitaba lo sublime a la plegaria de humilde agradecimiento al Creador.

El autor dedicó otros treinta años de su vida a buscar otras opciones de sintaxis, a modificar oraciones, a alterar la redacción sin afectar el texto.

Todo fue inútil: el cuento acabó en un cesto de papeles. El autor murió alcoholizado en una tasca de intelectuales frustrados.

martes, 3 de junio de 2008

El gato que se bebió a la luna

Conoció a la luna una calurosa noche de verano, reflejada en su plato de agua, al que se acercó, como solía hacerlo con frecuencia, para mitigar su sed. Ella era tan bella y al mismo tiempo tan extraña, que el joven felino no sabía si cazarla o amarla. Fue toda una experiencia, un enorme desconcierto para un animal tan ingenuo y sensible.

Tal era la belleza del reflejo, que el gato se quedó un rato largo en trance, prendado del astro de plata que permanecía inmóvil sobre la calma superficie del agua.

De repente, una brisa nocturna agitó ligeramente el agua y onduló el reflejo. Su instinto cazador le hizo sacar las garras y con ellas amenazar desconcertado a la sabia luna, quien llena de experiencia ni siquiera se inmutó por el riesgo de un absurdo e inofensivo zarpazo al agua del ingenuo felino.

Después regresó la calma, y el gato volvió a su trance de inmovilidad ante el desconcierto producido por algo tan bello y mágico flotando sobre el agua cristalina.

Al final la sed derrotó al gato, y éste, muy enamorado y algo sediento, decidió –en un ritual incomprensible para nosotros los humanos- beberse a la luna. Ésta, en su constante girar alrededor del planeta, pronto desapareció del plato, mientras el animal lengüeteaba ilusionado el agua brillante.

El gato –para siempre enamorado de la luna- está seguro de habérsela bebido, y hoy vive feliz pensando ingenuamente que su amada vive dentro de su cuerpo.

La luna y su reflejo ya están en otro lado, orgullosos y despreocupados.

Nota del autor: ésta es una historia de la vida real, por lo menos dentro de mi perspectiva humana, tras de observar al gato de mi querido nieto enfrentarse a una experiencia posiblemente inolvidable para él. Uno realmente sabe muy poco de esas cosas.

domingo, 1 de junio de 2008

Los afectos del buitre

Cuando el ave carroñera vio desde lo alto el nacimiento de aquel hermoso cervatillo, concluyó que éste sería algún día un excelente manjar digno del mejor de los gourmets de la sabana.

El pajarraco no era tonto, y sabía perfectamente que esa especie de gacela podía llegar a vivir hasta veinte años. También sabía que muchos cervatillos eran devorados por toda clase de predadores en aquella enorme llanura africana, sin que los buitres tuviesen la menor oportunidad de acercarse.

No obstante, el negro buitre apostó por ser el afortunado ser que comería algún día los restos putrefactos de esa tierna delicia gastronómica recién nacida.

Renunció al vuelo, y caminando siguió de cerca al cervatillo y a su madre. Para no perder su rastro, se volvió temporalmente vegetariano, pastando cuando la manada migratoria lo hacía. Fue víctima de la extrañeza de todos los animales de la región, que no podían creer que un buitre caminase siguiendo día y noche a un grupo de gacelas. También, por su necedad y rarezas, fue el escarnio de los demás carroñeros de la región.

Fue testigo de primera fila del destete del cervatillo, lo que le confirió cierto status dentro de la manada.

Tres meses después, el líder de las gacelas le asignó un nombre.

Después de un año de convivir con la manada, ésta ya no se concebía a sí misma sin la presencia del buitre vegetariano.

Un año más tarde fue admitido en el grupo en calidad de miembro honorario, y un poco después quedaron olvidadas las diferencias de color, de tamaño, de pelaje y de especie.

Cuando los leones amenazaban a la manada, el allegado buitre corría con ellos de manera sincronizada.

Un día, una gacela en celo le propuso relacionarse con ella. Aquello podía ser insólito para los ojos extraños, pero en la manada él pasaba desapercibido: ya era uno de ellos.

Finalmente, muchos años después, el cervatillo murió de viejo. La manada continuó sin más su marcha hacia los lejanos pastizales de lluvia. Solamente nuestro buitre se quedó a llorarlo. Durante varios días se dedicó a ahuyentar a los animales carroñeros, incluidos los de su propia especie. Finalmente se dio cuenta de que la vida continuaba, y que cada nuevo día llevaba consigo un nuevo amanecer.

Alcanzó a su manada, y con ella fue muy feliz el resto de su vida.