domingo, 26 de diciembre de 2010

La madurez del muerto


Una vez que su corazón dejó de latir, como por arte de magia su boca dejó de decir estupideces.

2011


A pesar de ser un pequeño bebé aún por nacer, 2011 era una criatura sabia y madura.

Antes de su nacimiento, se preocupaba por los miles de millones de personas que sobre él generaban expectativas de mejora económica, de felicidad, de fantasías que él jamás podría cumplir por más que se esforzase.

Moría de ganas de confesar a voces que vendría acompañado de dramas, de guerras, de terrorismo, de crisis económicas, de desastres naturales y de deterioro ecológico.

Pero nadie lo escuchaba; nadie razonaba al respecto.

Peor aún: unos segundos antes de nacer, las multitudes ebrias e inconscientes brindaban por eventos maravillosos y fantásticos que él sabía que no iban a ocurrir durante su vida.

Después de la duodécima campanada del año 2010, vino al mundo, completamente apesadumbrado por la gran cantidad de absurdas expectativas que pendían sobre él, sabiendo que pronto decepcionaría a toda la humanidad.

Quiso consolarse pensando que no era su problema el que la humanidad fuese tan crédula, inmadura e ingenua, pero no lo logró: los petardos, la música y los ruidos de algarabía acallaron sus llantos y advertencias.

2011 había venido al mundo.

jueves, 23 de diciembre de 2010

Criaturas decembrinas


Como todos los años desde hacía mucho tiempo, estas particulares criaturas llegaron a aquel recinto del alma, una tras otra, con toda seriedad y parsimonia.

El primero en llegar fue Dejardefumar, pero enseguida lo acompañó Iradiarioalgimnasio. Un poco después apareció Bajardepeso, de la mano de Ahorrarmuchodinero.

Siguió el desfile con Tomarmenosalcohol , Sacarbuenascalificaciones, Nofaltaraltrabajo, Aprovecharmejoreltiempo, Pasarmastiempoconmishijos, Nocometertantasestupideces y muchos otros compañeros, todos ellos con apariencia formal, luciendo de verdad convincentes.

Así, tomados de la mano, se formaron solemnemente en el recinto, esperando con tranquilidad a que sonasen las doce campanadas, que corearon con entusiasmo:

¡Una, dos, tres, cuatro, cinco, seis, siete, ocho, nueve, diez, once, doce!

Y en ese momento, como ocurría año con año desde hacía mucho tiempo, todos los Propósitos de Año Nuevo soltaron simultáneamente una estruendosa carcajada, y regresaron a su lugar de origen, a la Tierra de las Promesas Incumplidas.

domingo, 12 de diciembre de 2010

Las amigas neuronas


Hacía ya algún tiempo que aquel grupo de neuronas amigas de toda la vida no se reunía para platicar y generar ideas traviesas como antaño.

Aquella tarde decidieron juntarse, y revivieron muchos recuerdos entre sus dendritas.

Cuando ya era tarde y el oxígeno de las venas del cerebro empezaba a escasear, alguna de ellas ordenó al cerebro generar un largo bostezo. Las otras protestaron diciéndole que no hiciera eso, porque la noche –para ellas- apenas empezaba.

¡Juguemos a crear un personaje divertido!”, sugirió una de ellas.

¡Sí!, yo sugiero que esté completamente loco”, comentó entusiasmada otra neurona.

Y que tenga un porte ridículo”, dijo otra.

¡Que sea larguirucho y enjuto, con nariz aguileña, para que los lectores se rían de él!”, completó la primera.

¿Enjuto, larguirucho, loco y con nariz aguileña? ¿Qué lector no se moriría de la risa con ese personaje?”, opinó una de ellas. “Será un verdadero payaso literario, ja ja ja”.

Pero entre las carcajeantes amigas neuronas, había una que no estaba del todo de acuerdo, quien opinó:

Estamos siendo muy crueles con ese personaje, ¿no creen? Además, el mundo literario está saturado de personajes ridículos. Debemos darle al nuestro otros atributos que lo distingan del montón”.

Bien -dijo la primera neurona-: hagámoslo al mismo tiempo noble de corazón, valiente y enamorado”.

Y con una alta escala de valores. Que sea un personaje que enseñe a los lectores de aspectos morales, que bien hacen falta en el mundo”, dijo otra de ellas.

Hecho está: será enjuto, larguirucho, aguileño, bastante loco, pero al mismo tiempo sobrio, ético, valiente, noble de corazón y respetuoso de su amada”, concluyó una de ellas.

Y llamémoslo Don…"

Y ese momento, el adormilado dueño de aquel cerebro, despertó gritando: “¡Don Quijote, sí: se llamará Don Quijote de la Mancha. Será un caballero medieval enjuto, larguirucho, aguileño, bastante loco, pero al mismo tiempo sobrio, ético, valiente, noble de corazón y respetuoso de su amada

Miguel de Cervantes Saavedra no pudo conciliar el sueño en el resto de la noche.

lunes, 29 de noviembre de 2010

Las tres manchas


Habían sido inseparables amigas durante sus años de escuela en el país de las manchas, pero, como siempre sucede, la vida las llevó por caminos diferentes.

Un día especial, las tres -ya jubiladas- coincidieron y decidieron pasar un rato juntas para platicarse de cómo habían transcurrido sus vidas.

La primera contó orgullosa que había sido una digna mancha negra en el lomo de un hermoso perro dálmata, y que siempre lo acompañó hasta que el animal murió de viejo.

La segunda, tras de burlarse un poco de la primera por su ridícula trayectoria existencial, presumió de haber sido una mancha persistente y rebelde en cientos de prendas de vestir, hasta que aparecieron los super-detergentes. Después de muchos ataques bioquímicos y miles de traqueteadas en lavadoras de última generación, había decidido retirarse.

La tercera amiga, con sonrisa malévola que menospreciaba visiblemente las historias de las dos anteriores, contó entonces su vida:

“Yo acompañé a un hombre desde su juventud hasta su tumba, en un funeral pat{etico y con muy pocos asistentes. Me tocó ser de por vida…una mancha en su reputación.”

jueves, 18 de noviembre de 2010

El dedo que señalaba


Era un dedo índice que observaba obsesivamente todo, siempre pendiente de lo que debía ser y de lo que no debía ser.

Era un dedo índice dotado de un músculo oportuno que lo mantenía erguido cuando algo que no le parecía ocurría, además de poseer un sentido de la orientación privilegiado que apuntaba con toda precisión hacia quienes infringían alguna regla de urbanidad.

Era un dedo índice odioso que señalaba todo aquello que no le gustaba, sin importarle las razones de la gente.

Era un dedo índice insoportable, hasta que un día supo que todos los demás dedos índices de aquella sociedad lo estaban señalando.
Ese día comprendió que los dedos índices no habían sido hechos para señalar.

miércoles, 17 de noviembre de 2010

El obstinado punto final


Existió una vez un punto final tan serio y obstinado, que logró finalizar el Cuento de Nunca Acabar.

domingo, 14 de noviembre de 2010

El autorzucho


Aquel autor tenía tan poco carácter, que todos los personajes de sus cuentos hacían siempre lo que les daba la gana.

viernes, 12 de noviembre de 2010

El cuento al infinito


Hubo una vez un autor que escribió un cuento acerca de un autor que escribió un cuento acerca de un autor que escribió un cuento acerca de un autor que escribió un cuento acerca de un autor que escribió un cuento acerca de un autor que escribió un cuento acerca de un autor que escribió un cuento…

domingo, 7 de noviembre de 2010

Réquiem por mi bache


Aquella lluviosa mañana de otoño supe que mi bache -aquél en el que caí a diario durante tantos años- ya no estaba. Por lo visto, alguien en la cabecera municipal decidió que así fuera.

Otros baches aparecieron en mi vida, en distintas calles y avenidas, pero los recuerdos de aquél que fastidió varias veces los neumáticos y la suspensión de mi auto, nunca quedaron atrás.

¡Te extrañaré por siempre, bache mío!

domingo, 31 de octubre de 2010

Lógico fallecimiento


Y cuando se dio cuenta de que en su Universo la lógica carecía por completo de sentido, ya estaba aniquilado.

viernes, 29 de octubre de 2010

Las Impertinencias


Las Impertinencias estaban de plácemes: acababan de encontrar un nuevo patán que las disfrutaba enormemente.

domingo, 24 de octubre de 2010

La arrogante veleta


Aquella arrogante veleta presumía que el viento soplaba hacia donde ella indicaba.

Nadie pudo demostrar lo contrario.

sábado, 23 de octubre de 2010

Aquel beso


Aquel apasionado beso, además de una buena cantidad de amor, contenía saliva, gérmenes patógenos y trozos de sarro y comida.

lunes, 18 de octubre de 2010

La duda de la duda


Aquella tarde, la Duda tuvo una crisis existencial y dudó de sí misma.

El Universo jamás volvió a ser el mismo.

La incógnita


Se presentó tan bien disfrazada a la mascarada, que ni ella ni nadie más pudieron jamás recordar quién era.

La idea


Normalmente las ideas surgen cuando se les requiere, tras de un proceso de esfuerzo mental encaminado a resolver algo pendiente en el cerebro de su creador.

Pero éste no fue el caso, porque esta idea surgió de la nada, sin haber sido requerida. Simplemente salió de donde le dio la gana, en el momento en que mejor le pareció.

Normalmente las ideas reflejan la mentalidad y la ética de su creador, por el simple hecho de pertenecer a un paradigma preestablecido en el cerebro de éste.

Pero tampoco fue el caso, porque esta idea rebasó a su creador en muchos aspectos. Digamos que la idea planeó concebirse en un útero ajeno y conveniente, en donde ella quiso y decidió. Nada pudo detenerla.

Podría decirse sin lugar a dudas que era una idea fuerte, trascendente, autónoma, libre, sin vínculos de ningún tipo, sin responsabilidad, sin arraigos, pero con intenciones muy claras.

Como sea, se impuso en el proceso de emerger a la vida, de concretarse, de cumplir con su extraño designio, de imponer su voluntad.

Después de ella, nada en la vida en la faz de la Tierra fue como antes.

domingo, 10 de octubre de 2010

La piedra en el zapato


Fueron el perverso destino y las malvadas circunstancias quienes hicieron que aquella piedra buena y santa cayese dentro del zapato del caminante, generando el refrán y convirtiéndola para siempre en un sinónimo de molestia.

miércoles, 6 de octubre de 2010

El último dios


Todos ellos habían fracasado en sus intentos de hacer una humanidad medianamente tolerable.

Habían arruinado, con su inmadura necesidad de ser adorados, muchos aspectos favorables en muchos mundos que la Naturaleza les había otorgado.

Fue entonces que ésta descontinuó a la casta de los dioses, y liberó completamente su esencia evolutiva sin más intervenciones divinas.

Después de eso, todo fue maravilloso.

domingo, 3 de octubre de 2010

El drama de un par de calcetines


El calcetín se dio cuenta de que su compañero ya no estaba cuando fue trasladado a la secadora. Lo había perdido para siempre en la lavadora pública.

Entró en crisis, y por ello decidió perder el color y la elasticidad, además de autogenerarse un agujero en el lugar del dedo gordo. Quedó convertido en una verdadera piltrafa, y como consecuencia de todo lo anterior, su dueño lo arrojó a la basura.

Su compañero extraviado fue encontrado atorado en un recoveco de la lavadora por el dueño de la lavandería. Corrió la misma suerte que aquél y fue a dar al cesto de la basura.

Lamentablemente ambos fueron a dar a basureros diferentes, debido al desorden de la administración en aquella ciudad.

El segundo calcetín, que más o menos estaba en buen estado a pesar de lo sucedido, fue rescatado por un pobre, y aparejado con otro calcetín de otro color y clase social. Como sea, aceptó resignado a su nueva pareja y rehizo su vida dentro de los agujerados zapatos del mendigo.

El primer calcetín murió viejo y solo en el tiradero municipal del sur.

viernes, 1 de octubre de 2010

La oreja


Era una oreja privilegiada que, por su particular conformación física, captaba lo inimaginable.

Era cómplice de un oído morboso y de un cerebro que interpretaba todo como le daba la gana.

Un día la oreja de este cuento escuchó de más, incluyendo el estruendo de un balazo que desplomó al cuerpo que poseía al cerebro conectado al oído al cual ella confesaba tantas cosas indebidas.

La oreja, el oído, el cuerpo y la bala asesina fueron enterrados al día siguiente en la misma fosa.

Después de eso, se hizo el silencio.

martes, 28 de septiembre de 2010

La mediocridad


Un día la Mediocridad decidió dejar de serlo y renegó de sí misma hasta el cansancio.

Se comprometió a iniciar su propia reconversión, pero decidió posponerla hasta el siguiente lunes.

Pero ese día se levantó tarde y con flojera, al extremo de que dejó las cosas tal como estaban, considerando que la culpa era de las Circunstancias, quienes no le habían permitido salir adelante, y después de eso bostezó y aplaudió su efímero e improductivo esfuerzo.

domingo, 26 de septiembre de 2010

El ojo


Nació ojo, y con muchas ganas de ver.

No era cualquier ojo, porque la Madre Naturaleza le permitió no tener cuerpo ni cerebro que lo condicionasen.

Por lo anterior, ese particular ojo veía todo lo que quería, arriba y abajo, a la derecha y a la izquierda, en cualquier lugar.

Observó en su vida todo lo que quiso, pero un día cometió un enorme error: se volvió curioso y vio lo que no tenía que haber visto.

Fue sorprendido y atrapado por un sujeto a quien había atisbado, y por ello fue inmisericordemente aplastado.

Lo último que vio este ojo fue una indignada suela de zapato que crecía y crecía.

viernes, 24 de septiembre de 2010

La originalidad del borrego líder


El líder de aquella manada de borregos observaba constantemente lo que hacían los líderes de las otras manadas de borregos, para hacer exactamente lo mismo que ellos hacían.

viernes, 10 de septiembre de 2010

Elías, el cerdo astronauta


Elías era un cerdito regordete y sonriente que había sido seleccionado entre muchos otros para ser el primer astronauta de su especie.

Cuando caminó sobre la superficie de Marte debidamente protegido por un traje diseñado especialmente para él, pasó a formar parte de la historia, por el importante hecho de haber acompañado a los primeros humanos que pisaron el planeta rojo.

Los millones de espectadores que observaron por televisión en vivo los pasos del pequeño cerdo sobre la superficie marciana, no entendían la relevancia del animalito ni las razones de su lejana presencia.

Sin embargo, el regreso de Elías a la Tierra unos meses después, se convirtió en una bienvenida apoteósica por parte de la humanidad. Y su regreso a las instalaciones de la NASA en Houston también fue un evento memorable. Elías estaba feliz por su importancia.

Lo que el cerdito no entendió fue por qué quienes lo revisaban esa tarde con todo tipo de instrumentos, insistían en analizar y tocar sus muslos y su lomo.

Elías tampoco sabía que su recién transcurrido viaje a Marte era parte de un proyecto secreto conocido como experimento OT -siglas de Operación Tocino-, que consistía en confirmar que el jamón y el tocino de los cerdos no se verían afectados por los largos viajes espaciales o por la falta de gravedad fuera de la Tierra.

Esa noche, un grupo de científicos cenó carne de Elías, el cerdo astronauta, en uno de los laboratorios de las instalaciones.

El jamón, el lomo y el tocino de cerdo espacial fueron aprobados oficialmente como alimento para los astronautas de la NASA.

Lo único que quedó del cerdo Elías en aquellas instalaciones, fue un grueso expediente en la oficina del responsable de la alimentación humana en misiones espaciales.

lunes, 6 de septiembre de 2010

El perro que amó a la cucaracha



Eran diferentes en muchos sentidos: en tamaño, en especie, en tipo de piel, en la forma de comunicarse, en su alimentación, en su hábitat, en sus gustos y aficiones.

Pero se flecharon a primera vista. O por lo menos eso supuso el perro. Y ambos decidieron amarse.

Convivieron íntima y apasionadamente tres o cuatro días. En esa interminable brevedad compartieron todo: comida, techo, lecho; se acurrucaron íntimamente hasta extremos inimaginables.

Después, la madre naturaleza hizo que surgiesen las fatales diferencias: la cucaracha murió aplastada en una de tantas revolcadas que aquella inusitada pasión había generado.

El desesperado perro tuvo que ver cómo las hormigas destazaban el cadáver de su amada, llevándoselo a pedazos a su hormiguero: primero una pata, luego una antena, después un ala, luego la otra. Al final no quedó nada de ella, más allá del profundo dolor en el alma del enamorado can.

Un par de días después, el perro descubrió por accidente una ranura en donde se escondía el amante de su querida y difunta amiga: una enorme cucaracha macho muy bien dotado.

Fue entonces que el noble animal se dio cuenta de que todo aquel maravilloso romance no era más que un truco para que la pareja de perniciosos insectos disfrutara de sus deliciosas croquetas de supermercado.

El perro, deprimido hasta los huesos, renegó del amor por siempre.

A partir de entonces, el can desconfió de todo y de todos.

Murió en extrema soledad.

También su cadáver fue transportado a un agujero a pedazos por las hormigas.

viernes, 27 de agosto de 2010

El octavo día


En el octavo día, el Creador reconoció ante sí mismo todos sus errores -que eran muchos- y así, lleno de vergüenza, decidió prioritariamente enmendar el principal. Esta vez no generó diluvios ni arrasó con sociedades pecaminosas. Mantuvo en todo momento la prudencia y la discreción.

Lo primero que hizo fue llenar el planeta de palmas bananeras. Los humanos vimos aquel prodigio…pero no supimos interpretarlo.

A continuación, en el noveno día, desaparecieron del mercado las máquinas de afeitar y los depiladores de todo tipo. Los humanos nos extrañamos de todo aquello…pero tampoco supimos interpretarlo.

Después, para concluir su divino arrepentimiento, dio una pequeña marcha hacia atrás en el reloj evolutivo. Los humanos lo percibimos únicamente porque amanecimos el décimo día con nuestros cuerpos llenos de pelos y con rabo…pero tampoco supimos interpretarlo.

En el undécimo día, todos los humanos olvidamos cómo hablar y cómo vestirnos. Nos extrañamos de ello…pero nuestra capacidad de interpretar los designios del Creador ya había desaparecido.

En el duodécimo día, los humanos regresamos a vivir a los agradables y frondosos árboles de antaño, y, a partir de entonces, hemos disfrutado obsesivamente de las deliciosas y tiernas bananas, tan fáciles de pelar y de digerir.

lunes, 23 de agosto de 2010

La cantina de los Fastidios


Muy contentos, recordando como siempre sus hazañas de pasado y brindando por su futuro, estaban los Fastidios, celebrando sus éxitos en aquella cantina llamada El Disgusto, en la que pasaban sus ratos de ocio.

Hablaban entre ellos de cómo aburrir a los humanos, de cómo desesperarlos, de cómo hacerles perder la calma y la alegría, de alargarles el tiempo, de arruinarles las mejores expectativas, de dejarlos en ascuas, de sacarlos de quicio, y en todo eso ellos eran verdaderos expertos.

Los Fastidios eran entes felices, inteligentes y realizados, que se nutrían de ver cómo los humanos se enfadaban con ellos mismos y con las circunstancias.

Todo iba bien en su existencia, hasta que a un científico imbécil se le ocurrió inventar el Prozac.

martes, 17 de agosto de 2010

El pecado


Nació pecado, sin jamás creer en las reglas impuestas.

Nació libre de pensamiento, pero su vida era una camisa de fuerza obligada a prohibir, a inhibir todo aquello en lo que de verdad creía: el que cada quien hiciese lo que le daba la gana.

¿Quién osó fijar las normas?”, se preguntaba desesperado.

Los pecados no se suicidan, pero algunos se inconforman con su destino, y él era uno de ésos.

Así que un día reunió todas sus fuerzas, y se hizo a un lado, no sólo sin importarle las consecuencias, sino deseándolas vehemente.

De pecado pasó a ser tentación satisfecha, y luego tormenta, y huracán, y cataclismo.

Y nadie, absolutamente nadie, tuvo la osadía de juzgarlo.

miércoles, 11 de agosto de 2010

El gran evento


Aquella noche se juntaron, en casa del Panegírico, todos los amigos aduladores incluidos en el Diccionario de la Lengua, para celebrar algo importante que aquél mantenía en enorme secreto hasta ese momento.

Llegaron primero las Alabanzas, siempre dispuestas a quedar bien con todo el mundo, y en esta particular ocasión, muertas de la curiosidad por la inusitada invitación.

Enseguida apareció el Elogio, oportuno y atento como siempre, esperando que la noticia misteriosa fuese digna de ser elogiada, lo que haría de cualquier modo aunque no fuese así.

No podía faltar la Apología, con su grandilocuencia natural, dispuesta a dejar claro que cualquiera que fuese la novedad que el Panegírico anunciase esa noche, había que engrandecerla y difundirla en el ancho mundo.

Las Loas tampoco faltaron, ellas más modestas una por una que la Apología, pero sabían adular bastante bien, sobre todo cuando lo hacían en conjunto.

La Lisonja, los Halagos y el Encomio llegaron un poco tarde, pero como alabaron a todos los demás, recibieron muchos aplausos a cambio.

Y en cuanto llegaron el Laudatorio y el Ditirambo -los únicos que faltaban-, el Panegírico consideró llegada la hora de dar la buena nueva:

“Amigos aduladores del Diccionario de la Lengua: tengo el gusto de participarles el nacimiento de una hija mía con enorme futuro entre los humanos. Ella obviamente nació en la maravillosa ciudad de Buenos Aires, pero ya se considera ciudadana del mundo, y está dispuesta a conquistarlo, lo que hará sin lugar a dudas dada su enorme capacidad y talento.

Su nombre es Égogla, y ya posee -así desde pequeñita- una definición en nuestro diccionario:

Una Égogla es un enorme, magnífico e interminable panegírico dedicado a la grandeza de uno mismo. ¿No es preciosa mi criatura?”, concluyó el orgulloso padre.

Inmediatamente los asistentes a aquella reunión, uno tras otro, se acercaron al anfitrión y a la criatura, para felicitarlos y dedicarles toda clase de elogios y alabanzas.

Égogla, tras de escuchar a todos los asistentes halagándola, se dijo a sí misma:

“Después de conocer a todos estos invitados de mi padre, no me cabe duda que soy lo más grande que existe en el mundo.”

Dicho lo anterior, se retiró satisfecha a dormir soñando en sí misma y en todas sus grandezas.

domingo, 25 de julio de 2010

Una poderosa razón para suponer que dejaste de quererme


Fue precisamente el día en que las golondrinas renunciaron a volar y se convirtieron en reptiles ponzoñosos; cuando los ríos contaminados de polvo de cometa decidieron desafiar a la gravedad e iniciaron su marcha hacia las montañas; cuando las nubes se volvieron portadoras de cuentos infantiles con finales desagradables, y cedieron a las rocas la acumulación del agua; cuando los tigres intercambiaron su color con los vegetales, que felices se vistieron de rayas negras y amarillas; cuando los caimanes del Amazonas optaron por convertirse en mascotas y disfrutar de las croquetas para perros que se venden en los supermercados; cuando las estrellas del universo, con toda razón, prefirieron ser estrellas de cine por eso del glamour de las alfombras rojas de absurdo nylon.

Ese día en que el sol decidió salir al anochecer (pero impuntualmente) -precisamente ese día- fue cuando me enteré, por una abeja chismosa de color azul celeste que se acercó a mi oreja frontal, que mi propia estufa me engañaba con mi frigorífico. No es que fuera un engaño tremendo, porque sé de sobra que ninguno de los dos muebles de cocina puede caminar hacia el otro por su propia voluntad, pero digamos que fue un engaño electrodoméstico-platónico, o simplemente virtual, como se dice en estos días.

Como hubiese sido el mencionado engaño, me sentí completamente ofendido. Pensé en asesinar al mueble enfriador de lámina de color blanco (o por lo menos en negarle la vital energía eléctrica).

Pero meditándolo fríamente (como siempre hacen los malditos frigoríficos), opté por cambiar de marca de cigarrillos para desahogar el coraje. La nueva marca era mentolada, que escogí confundiendo la frescura de la menta con la temperatura del congelador del odioso aparato.

Después de todo –pensé-, la vida había cambiado demasiado: en este nuevo universo, asesinar a un frigorífico podría traer consecuencias inimaginables, como por ejemplo, no tener hielo frío para enfriar mis bebidas favoritas, de las que tanto dependo…o que se echen a perder las carnes frías. O que tuviesen inexplicables derechos humanos para aparatos electrodomésticos, promovidos por una ONG inesperada y activa por subvenciones oficiales.

Y en todo ese proceso de desconcierto que viví intensamente en muy pocas horas, me di cuenta de que te habías marchado, porque nunca acudiste a consolarme. Y después de unos días me di cuenta de que el frigorífico tampoco estaba…ni la estufa.

No sé si tú y la estufa son un mismo ser, o si ambas comparten el romance con el frigorífico, o estamos en un cuadrángulo amoroso metálico-carnal inédito.

De lo que sí estoy seguro es que dejaste de quererme.

Y ya no estás.

domingo, 11 de julio de 2010

La dama del metro


Era una belleza que generaba el silencio cada vez que subía al vagón del metro en las horas pico, con su ropa provocativa, su mirada coqueta y su agradable sonrisa.

Nunca faltaba el turbio galán de cualquier edad y condición que se acercaba a ella para oler su perfume, para rozarla, para verla de muy cerca, para arrimarse sin contemplaciones.

Por las noches, ella revisaba las carteras y contaba el dinero que había sustraído a los muchos incautos que habían osado rozarla.

Su contabilidad personal era muy sencilla: el 20% era para pagar la renta de su lujoso departamento; otro 20% era para alimentarse con comida sana y nutritiva; otro 20% era para vacacionar tres meses al año en lugares remotos encantadores; y el resto era para mantener activo su particular negocio, comprando boletos de metro y ropa, mucha ropa; ropa ajustada, ropa provocativa.

sábado, 10 de julio de 2010

La danza de las horas


Hay Horas que pasan más rápido de lo quisiéramos. Otras Horas son interminables. También existen las Horas Amargas.

Existe también la Mala Hora, y algunos bares promueven para sus clientes la Hora Feliz, que a veces pasa más rápido que las Horas Rápidas.

Pero la más terrible de todas ellas, la que nos pone nerviosos, la más importante de esas extrañas divinidades que se escurren entre los dedos acortando nuestra existencia, es, sin lugar a dudas, la Hora de la Verdad.

jueves, 8 de julio de 2010

El Sarcasmo


Nació malvado, burlón, esquivo e inteligente.

Era hijo bastardo de una sociedad humana cobarde y retorcida que por muchas razones no asumía de frente sus juicios y sus comentarios.

Era la oveja negra de una rancia y tradicional familia que incluía a los chistes, a las bromas, a las ironías, a las caricaturas, a las sátiras y a la Mala Voluntad (que siempre se disfrazaba de blanca paloma, y de la que el Sarcasmo aprendió mucho).
Solía ser ameno y divertido como casi todos los pillos, pero el filo de su navaja era criminal, así como su disfraz era muy engañoso.

Las Bellas Artes, reconociendo su talento (o tal vez por sus propios temores), lo incluyeron en la Literatura como un estilo relevante y digno, si bien estaba muy lejos de serlo.

El Sarcasmo, astuto, sobrado e inteligente como nadie, sabía que no era para nada del agrado de aquellas distinguidas damas autorizadas por el Olimpo para calificar lo bueno de las creaciones humanas, y que su aceptación en aquella élite artística respondía más a temores que a méritos.

Una sonrisa burlona fue su respuesta a tanta farsa: el Sarcasmo se conocía perfectamente.

sábado, 3 de julio de 2010

La pulga sagrada


Una de las ventajas que poseen los dioses de nuestro universo, es que no tienen por qué dar explicaciones acerca de sus designios. El ser humano se conforma con aceptarlos, y los científicos siempre tratan de explicarlos, aunque no siempre lo logran.

Fue así que los traviesos dioses decidieron darle fama y gloria a una pulga común y corriente que vivía en el lomo de un perro callejero.


El parásito, que radicaba de tiempo atrás en la piel del Rataplán -perro callejero muy famoso en aquel barrio, por la forma especial en que solía rascarse-, fue indirectamente descubierto por doña Mariana, justo cuando salía de misa. Ella observó que el animalejo se rascaba ese día de una manera diferente, rítmica, digamos que religiosa. No era a lo que estaban acostumbrados los niños que solían jugar en aquella sombría y sucia calle cerrada cerca de la iglesia, que hoy, por cosas de la vida, es un lugar sagrado para muchos feligreses.

Así fue que doña Mariana regresó inmediatamente a la iglesia, y dijo al cura que tenía motivos suficientes para suponer que ese irrelevante perro tenía en su lomo algo extraordinario, único. El padre Francisco, que sabía mucho de la vida y era consciente de los escasos dineros de que disponía para cumplir sus misiones cristianas, fue inmediatamente a revisar los sacros movimientos de Rataplán. Para esos relevantes oficios, lo siguieron media docena de mujeres vestidas de negro, que poco tenían en qué ocuparse más allá de rezar de la mañana a la noche.

Y tras de observar el fenómeno del perro que de verdad se rascaba de manera especial, el cura hurgó en su lomo y descubrió a la pulga. Presionado por la mirada excitada de las ancianas fanáticas que llevaban toda la vida tras de un milagro, y sobre todo por los sueldos que tendría que pagar ese fin de semana, el sacerdote pensó rápido y gritó:

“¡Aleluya! ¡Aleluya!: se trata de la pulga Morianta, aquella que venía en el camello de Melchor cuando los Reyes Magos fueron a visitar a Jesús en el pesebre. Es la misma pulga que saltó a los cabellos del Sagrado Niño para succionar un poco de su Divina Sangre, y que por lo mismo se volvió inmortal, y hoy reaparece ante nuestros ojos para llenarnos de Fe y Esperanza. ¡Alabado sea el Señor!”

“¡Oremos todos! ¡Hagamos una misa ahora mismo para celebrar el milagroso evento!”

El cura ordenó repicar muchas veces las campanas de su iglesia, la que en pocos minutos estaba llena de creyentes que querían tocar a Rataplán, el asustado can sobre cuyo lomo radicaba Morianta, la pulga portadora -desde hacía más de dos mil años- de la Divina Sangre del Niño Jesús.

Lamentablemente, el incienso que se quemaba en aquella iglesia era un verdadero insecticida, mucho más poderoso que el DDT. La pulga murió asfixiada durante la misa, y Rataplán, que temía a las multitudes por experiencias del pasado, huyó en cuanto pudo del templo, a pesar de los esfuerzos de las mujeres de negro por retenerlo.

Como sea, a esas alturas de la misa dedicada a la pulga Morianta, la recaudación de las limosnas había sido extraordinaria, y el padre Francisco disfrutó, sin contárselo a nadie, del verdadero milagro que había ocurrido esa tarde: ahora podía pagar los salarios de su personal al día siguiente.

Las mujeres de negro se convirtieron por siempre en fanáticas adoradoras de Morianta, la Divina Pulga, y de Rataplán, el abnegado perro que alguna vez la llevó en su lomo.

El padre Francisco, que por sus malas experiencias estaba ya un poco alejado de la Fe, se arrodilló humildemente ante el altar al día siguiente, para dar gracias a Dios, a Rataplán y sobre todo a la difunta pulga Morianta, por el milagro ocurrido la tarde anterior.

martes, 15 de junio de 2010

El amigo de los muertos


Todas las tardes, justo cuando el sol amainaba y sus rayos volvían a ser amables, aparecía aquel hombre de pelo blanco en la puerta del cementerio. Solía sentarse sobre la losa de alguna tumba, y ahí permanecía en absoluto silencio hasta que el guardia le pedía que se retirase para poder cerrar aquel lugar de descanso de almas.

El párroco de una iglesia cercana, un obsesivo de salvar almas adoloridas, supo de aquel hombre, pensando que tal vez añoraba a su fallecida esposa, a algún hermano o amigo cercano. Un día decidió ir a apoyarlo con sus plegarias.

¿Qué haces aquí, hijo?”, le preguntó el cura, si bien lo notó tranquilo, sin manifestar ninguna pena o dolor.

Me gusta estar cerca de los muertos, porque son muy sabios. Observo que la muerte es parte de la madurez”, respondió el hombre.

¿Sabios y maduros los muertos?”, preguntó el sacerdote. “Debe ser por la residencia eterna al lado del Señor”, continuó.

No, señor cura. No hay ni cielo ni infierno. Lo único que hay más allá de la muerte son estas tumbas que aquí vemos”, respondió el hombre.

Si lo ves así –dijo el cura- es porque eres ateo. ¿Cómo puedes decir que estos seres, convertidos en polvo y ceniza, pueden ser sabios y maduros?

Escuche bien, señor cura: sé de sobra que estos muertos en las tumbas son polvo y ceniza tal como usted dice, pero aun así son sabios y maduros”, respondió el hombre.

No te entiendo, hijo”, continuó el cura pidiendo una aclaración a lo anterior.

Mire, padre –dijo el hombre algo molesto-: los muertos no interrumpen mis meditaciones, como usted acaba de hacerlo; no imponen creencias, como usted pretende; no pretenden salvar almas; no envidian las tumbas de los vecinos; no mienten, ni presumen, ni difaman…

Una semana después, justo cuando el sol amainaba y sus rayos volvían a ser amables, empezó a aparecer a diario, en la puerta del cementerio, un cura meditabundo que solía sentarse solo sobre la losa de alguna tumba, y ahí permanecía en absoluto silencio hasta que el guardia le pedía que se retirase para poder cerrar aquel lugar de descanso de almas.

lunes, 14 de junio de 2010

La esfera de cristal


Muchas personas la percibimos al mismo tiempo. Venía cayendo desde muy arriba a gran velocidad. Era obvio que si alguien no intervenía atrapándola, se estrellaría contra el suelo.

Las consecuencias de ese inminente estrellamiento eran predecibles: la esfera se rompería en mil pedazos, lo que era a todas luces indeseable.

La esfera de cristal seguía cayendo. Alguien tenía que asumir la responsabilidad de atraparla para evitar ese desagradable incidente.

De repente noté que, de toda aquella multitud que la había visto caer inicialmente, muchos ya habían desaparecido.

Quedábamos pocos, cada vez menos, y todos a mi alrededor empezaron a disculparse y a dar razones por las que no podían atrapar la esfera de cristal, la que angustiosamente se acercaba al suelo.

El estrellamiento era inminente, así como las consecuencias. Fue entonces que me di cuenta de que estaba yo solo, el único de verdad preocupado por ella.

Extendí mi brazo y la atrapé.

De alguna manera, en ese momento adquirí una nueva responsabilidad.

Una más entre muchas.

Dedicado con mucho cariño a mi frágil esfera de cristal, mi perra Shira.

domingo, 13 de junio de 2010

Los desatinos de la Culpa


De sobra sabía que era una criatura experimentada con millones de años de edad, capaz de afectar tanto a los animales superiores como a los humanos. Era además manipuladora y perversa, y se instalaba plácidamente en el consciente y el inconsciente de los seres sensibles para así hacer de las suyas.

Fue así que la Culpa –completamente segura de sí misma- decidió un día penetrar el alma de Juan, con el único objetivo de que éste se sintiera mal por sus frecuentes fechorías.

Pero Juan, un hombre con mucho trayecto recorrido en su pecadora vida como asesino, violador, ladrón, mujeriego, extorsionador, narcotraficante, golpeador, mal padre, mal hijo y cosas peores, era un cínico perfecto e indoblegable. Soportó la presión interna como si nada hubiese ocurrido, hasta que la Culpa –sabiéndose completamente inofensiva- optó por retirarse de aquella alma pétrea.

Después de ese rotundo fracaso, con interminables burlas y carcajadas, los Remordimientos, la Angustia y los Cargos de Conciencia lograron hacer que la Culpa se sintiese culpable de haber sido totalmente inefectiva.

Juan siguió haciendo de las suyas.

sábado, 12 de junio de 2010

La enorme frustración de la mosca madre


La mosca sintió que el DDT le abrasaba la piel.

Supo que su muerte era cosa de minutos, justo cuando orgullosamente había visto la eclosión de sus huevecillos y la conformación de cientos de hermosas y tiernas larvas que empezaban a alimentarse del cadáver de aquel ratón en donde ella había decidido criarlas.

Había que dejarles un mensaje, algo que les hiciese saber que habían tenido una madre cariñosa que había velado por sus huevecillos hasta que el destino había acabado con esa ilusión maternal de irrelevante insecto díptero.

Se dio cuenta entonces de que una mosca no habla, no escribe, no transmite señales de ningún tipo, además de que las larvas estaban demasiado ocupadas alimentándose, como para distraerse leyendo o escuchando mensajes de una desconocida, aunque fuese su madre.

La abnegada mosca falleció en pocos minutos, totalmente frustrada por no haber podido transmitir su mensaje de amor a sus criaturas.

Las larvas, indiferentes, siguieron comiendo la carne putrefacta del roedor.

miércoles, 9 de junio de 2010

El buscador de la Verdad


Él sabía –porque se lo habían asegurado- que la Verdad estaba debajo de una piedra, pero había millones de piedras bajo las cuales buscarla.

Alguien le dijo que la piedra bajo la cual podría hallar a la Verdad era de color gris, pero no le dijo el tono de gris.

En su desesperación por encontrar la Verdad, empezó a levantar todas las piedras grises que encontró en su camino, pero más allá de encontrar lombrices, arañas, moho e insectos, la Verdad no aparecía.

Caminó cientos de kilómetros de brechas levantando piedras grises, hasta que un duende le dijo que la Verdad podría no estar necesariamente bajo una piedra en una brecha, pues las brechas eran excepcionales en este planeta: debía buscar la Verdad bajo una piedra en el campo, en los pedregales, en cualquier lugar.

Había iniciado la búsqueda en la adolescencia, y ya era casi un anciano, pero jamás se desesperó. En su vida había ya levantado millones de piedras grises de todos tamaños, infructuosamente.

Un mal día, al levantar una piedra pesada en algún lugar inhóspito, sintió un fuerte dolor en el corazón. Murió de un infarto en pocos minutos, y, para colmo, ahí no estaba la Verdad que toda su vida había tratado de encontrar.

Su alma llegó a un lugar lleno de espíritus de seres que habían dedicado su vida a buscar la Verdad bajo las piedras, dentro de la maleza, en los libros sagrados, en el fondo de los lagos, en las nubes blancas o grises, en el arco iris, en todos los lugares imaginables.

Entre ellos especulaban todo el tiempo en dónde podría estar la Verdad que ninguno de ellos había logrado encontrar en vida.

Un día, de repente, llego hasta ese lugar una extraña noticia que generó escozor y sorpresa entre todos ellos:

Un niño de doce años había encontrado la Verdad, perfectamente oculta dentro de una burbuja en una botella de CocaCola.

sábado, 5 de junio de 2010

El extraño caso del suicidio de la letra equis


Su enorme e indudable eXperiencia en la literatura, en la sintáXis, en la gramática, e incluso en la eXtraña álgebra, la hacían sentirse eXtraordinaria. Su imagen estaba siempre relacionada con el misterio, con lo desconocido, con lo eXótico. De todo eso no le cabía la menor duda.

Se eXhibía en teXtos y libros sabiendo que era lo máXimo: una eXcelente y eXitosa letra fonéticamente fuerte que –según creyó ella- jamás caería en eXcesos.

Pero eXternó demasiado su eXcelencia en el eXterior.

Fue entonces que ella supo que era una eXcepción a una importante regla, al enterarse de que era la única letra del alfabeto que no aparecía en su propio nombre, por lo que eXpiró de voluntaria tristeza y eXagerada depresión.

Las demás letras del alfabeto eXperimentaron sorprendidas este lúgubre e ineXplicable evento gramatical durante sus eXequias literarias.

La Lengua Castellana, muy preocupada por el suicido de esa eXperimentada letra, la remplazó inmediatamente por la letra “ese”, pero las cosas jamás volvieron a ser igual en nuestro eScelente y eStendido idioma.

Descanse en paz la otrora eScelsa letra equis.

miércoles, 2 de junio de 2010

El personaje del cuento


Tuvo que escribir decenas de historias trágicas, cientos de comedias y muchísimos cuentos. Tuvo que releer muchas de sus obras y revisar la profunda esencia de todos sus personajes principales, para darse cuenta de que éstos eran uno solo, siempre el mismo, uno que simplemente variaba su comportamiento y vestimenta de acuerdo a las circunstancias del cuento.

Analizó exhaustivamente todas las características que poseía dicho personaje; revisó cualquier escenario en que lo había puesto en cada una de sus obras para entender sus razones y actitudes. Fue como verse en el espejo: era él mismo, con las mil facetas que la vida lo obligaba a asumir en cada caso.

También se dio cuenta de que, en casi cualquier circunstancia, su personaje era perverso, muy sutil e inteligente, pero perverso. Cuando le tocaba ser héroe, lo era por su conveniencia; cuando hacía reír a los lectores, era para disimular su maldad; cuando hacía de malvado, era sublime, inimitable.

El escritor entró en crisis consigo mismo. Nunca más escribió un cuento, ni un drama, ni una novela, ni un romance, porque en este mundo, quien se suicida, no posee ya la capacidad de volver a escribir.

domingo, 23 de mayo de 2010

Piccolina


Hasta donde yo puedo saber, los insectos no suelen tener nombre, pero como ésta es su historia, decidí llamarla Piccolina.

Era un pequeñísimo ejemplar de cualquier especie que no pude identificar, porque su minúsculo tamaño de aproximadamente medio milímetro no me lo permitió en ningún momento.

La conocí cuando atravesaba caminando a toda velocidad mi mesa en el jardín, mientras yo me refrescaba del calor del verano con mi bebida favorita.

La rapidez con que se desplazaba me llamó la atención, por lo que me puse a observarla, cuando de repente su cerebro interfirió con el mío de manera inesperada.

“¡Hola!”, me dijo telepáticamente.

“¡Hola!”, le respondí sorprendido, mientras ella seguía con su acelerada marcha sobre mi mesa.

“¿Por qué me observas de esa manera tan intensa?”, me inquirió.

Sin salir de mi sorpresa, le contesté: “Es que me impresiona la velocidad con que te desplazas”.

“Es que mi vida es muy corta”, me respondió. Debo nutrirme adecuadamente, buscar un macho, hacerme fecundar y depositar mis huevecillos en lugar seguro, antes de que algún depredador arruine el proyecto de mi existencia. Después de eso podré aminorar mi marcha, pero no antes.”

“No te veo nutrirte”, le dije.

“Es que lo hago sobre la marcha: soy omnívora, así que constantemente encuentro nutrientes sobre mi camino. Los atrapo y sigo caminando rápidamente, ya te dije por qué”, me respondió.

“Y adiós, que la vida es corta y apresurada”, me dijo, justamente un instante antes de desaparecer de mi vista para siempre.
Piccolina pasó por mi vida a la misma velocidad que se desplazaba mientras cumplía con su mandato existencial. En los escasos segundos que duró nuestro increíble contacto, logró generarme muchas emociones. Me impresionaron su fragilidad, su determinación y la responsabilidad que mostraba hacia la vida.

Con ella aprendí -en un pequeño instante- muchas de las implicaciones existenciales que todos los seres tenemos en común, y de pronto me encontré meditando sobre mi vida, sobre mi edad, sobre la manera irresponsable en que yo dejaba que el tiempo transcurriese sin responsabilizarme de mí mismo y de aprovechar la oportunidad de estar vivo.

Piccolina, a pesar de su efímero tamaño, dejó por siempre una enorme huella en mi existencia.

lunes, 10 de mayo de 2010

El negligé de Isabel


La minifalda roja que compró son sus escasos ahorros, le dio excelentes resultados a Isabel. Decenas de chicos se acercaron, motivados todos ellos por sus esbeltos muslos.

Tuvo para escoger. Había guapos y feos; tontos e inteligentes; vividos y aprendices; ricos y pobres.

Pero todo lo que Isabel tenía en mente era abrazar y besuquear a sus futuros nietos, así que decidió probar en serio a los mejores candidatos en la intimidad.

Sacó lo último que le quedaba en la alcancía, y compró un negligé muy elegante y seductor.

A todos ellos les brindó su pasión, pero a ninguno perdonó la obligada entrevista.

Finalmente se decidió por uno, que no era el más guapo, ni el más rico, ni el más inteligente, ni el más fogoso, sino el que con toda seguridad le brindaría los nietos más sanos y cariñosos.

El negligé cumplió con su objetivo. Isabel iba tras de lo suyo

miércoles, 5 de mayo de 2010

La minifalda de Isabel


Isabel compró feliz, con sus escasos ahorros, aquella cortísima minifalda de color rojo que tanto la ilusionaba, sabiendo perfectamente por qué lo hacía.

Para usarla.

Para mostrar sus esbeltas piernas.

Para gustarle a los chicos.

Para que alguno se enamorase de ella.

Para tener novio.

Para casarse.

Para tener hijos.

Para tener nietos y besarlos mucho.

martes, 4 de mayo de 2010

La pandilla del Pulgas


Aquel frío y lluvioso anochecer, el Tuerto divisó con su único ojo a un cachorro pequeño de color gris. Le llamó la atención el que estuviese solo tan tarde y con ese clima, así que se acercó a él para preguntarle si estaba perdido.

“Sí, me perdí hace dos días”, contestó el cachorro un poco temeroso, justo cuando un raudo autobús lo salpicaba, quedando a la vista su color original, que no era gris, sino blanco con manchas negras.

“Pero si eres un dálmata, un cachorro fino, ¡qué caray!”, respondió el Tuerto.

Para darle tranquilidad al cachorro, el Tuerto le meneó el rabo en señal de amistad, a lo que el pequeño dálmata respondió con un ladrido suave de agradecimiento.

“No puedes andar solo por estas calles llenas de humanos malvados, pequeño. Te van a robar y entonces jamás volverás con tus amos.”, le dijo el Tuerto. “Debes tener frío y hambre, así que te ofrezco que vengas con nosotros a pasar la noche, y mañana te ayudaremos a buscar tu hogar.”

“Sí, te lo agradezco, pero ¿a quiénes te refieres con “nosotros”?, preguntó el cachorro.

“Yo pertenezco a una manada de perros callejeros que llamamos la pandilla del Pulgas.”, contestó el Tuerto. “Somos tres perros amigos que nos protegemos, nos calentamos, compartimos la comida y las aventuras: el Pulgas, que es nuestro líder; yo, el Tuerto; y el Sarniento.”

“Nos gusta ser amigables con otros perros y con los humanos, pero a veces la vida no es así de sencilla, así que hemos hecho creer a todos que somos malvados, bravos y mordelones”, continuó el Tuerto.

“Pero basta de pláticas. Vamos con mis amigos para darte algo de comer y prepararnos para la fría noche que se acerca. Ya mañana trataremos de encontrar tu casa,” concluyó antes de emprender la marcha sobre los oscuros callejones del barrio.

Enseguida llegaron a un lugar tenebroso, lleno de cajas y desperdicios, y ahí estaban el Pulgas, rascándose como siempre, y el Sarniento, lamiéndose sus costados.

El Tuerto les contó que había hallado a ese principito dálmata extraviado, y que le había propuesto pasar juntos esa fría noche, para que la mañana siguiente, con los rayos del sol, fuesen a buscar a sus amos.

El Pulgas y el Sarniento dieron la bienvenida al cachorro, y le preguntaron su nombre.

“En casa me llaman Yahoo, pero no me gusta”, respondió el pequeño.

“Pues bien”, dijo el Pulgas: “Para nosotros serás el Manchitas.”

Mientras tanto, el Sarniento había ya sacado de su escondite unos trozos de carne en buen estado que había encontrado ese día en el basurero, y así los cuatro amigos cenaron agradablemente mientras contaban sus aventuras del día. Al rato todos se echaron en el piso y protegieron con sus cuerpos al “Manchitas”, que, muerto de frío, agradeció el detalle.

Con los primeros rayos del sol, los cuatro perros se despertaron. Después de estirarse, rascarse y lamerse, emprendieron camino, dirigidos por el Pulgas.

“¿Hacia dónde vamos?” preguntó el Manchitas.

Sarniento le respondió: “Vamos al barrio rico, porque ahí debes pertenecer. Nosotros vamos poco por ahí, porque en ese lugar la gente no nos quiere, y tampoco hay basureros en la calle para alimentarnos, pero enseguida reconocerás tu casa, y tus amos estarán felices de verte de nuevo.”

Después de un buen rato de caminata, la pandilla del Pulgas y su pequeño amigo extraviado entraron en las calles limpias, arboladas y con el pasto recortado.

Pronto el Manchitas reconoció el parque, y salió corriendo en dirección a su casa. Tras de él fueron los demás perros, para asegurarse de que el cachorro fuese bien recibido.

De pronto se abrió la elegante puerta de aquella mansión, y un hombre abrazó al cachorro que movía el rabo feliz de haber vuelto con su amo.

Pero éste, al ver a los tres perros callejeros cerca, tomó una piedra y se las lanzó para ahuyentarlos.

Entonces, el Manchitas le ladró indignado, y de nuevo salió corriendo a toda velocidad en busca de sus amigos caninos.

Los alcanzó ya fuera del barrio rico, para sorpresa de éstos, que pensaban que, a pesar de esas vicisitudes, había decidido regresar a su hogar.

Se sorprendieron cuando el Manchitas les dijo: “No estoy dispuesto a vivir en una casa en donde mis amigos no son bien recibidos. Prefiero comer carne cruda, estar mojado, pasar frío y dormir sobre el pavimento junto a vosotros, que vivir en una casa rica con todas las comodidades con esa clase de humanos que realmente no aman a los perros.”

Dicho lo anterior, el Manchitas aceleró el paso hacia el barrio pobre en donde vivían sus amigos.

Esa tarde, en el barrio pobre, a nombre del Sarniento y del Tuerto, el Pulgas dijo al Manchitas:

“¡Bienvenido a nuestra pandilla, amigo. Eres un cachorro noble y con un gran corazón. Tienes mucho que aprender de la vida, pero eres de excelente casta y te aseguramos que con nosotros te harás un perro de bien! ¡Nos has ganado!

Cuatro rabos se movieron simultáneamente durante un rato en aquel sombreado callejón al este de la ciudad.

domingo, 2 de mayo de 2010

La ironía


Aquella ironía resultó ser tan fina, sutil y afilada, que pudo esconderse perfectamente detrás de algunas letras, al extremo de que sólo unos pocos lectores privilegiados fueron capaces de percibirla.

jueves, 29 de abril de 2010

El maquillaje


Buscó en la bibliografía el mejor de los seudónimos, para que no se supiera que su nombre era Pancracio.

Buscó en las imágenes de la web un avatar que representase a un ser gallardo y poderoso, para ocultar el hecho de que era de escaso tamaño, feo y regordete.

Aprendió a usar magistralmente correctores de texto para que sus faltas de ortografía y sintaxis, consecuencia de su escasa escolaridad, no fuesen obvias en los monitores ajenos.

Hizo copias electrónicas de cientos de poemas de amor desconocidos, para que quien lo leyese lo considerase un gran poeta.

Plagió la foto de un modelo armenio para enviársela a las damas de la Internet que querían verlo retratado.

Mostró mucho tiempo su falsa imagen al mundo de la Internet, hasta que una mujer de su ciudad le sugirió que se conociesen en persona. Pospuso la cita mil años con mil recursos y mentiras, hasta que no tuvo más remedio que encarar el asunto.

Se juntaron en una cafetería, indicándose cómo irían vestidos.

Ella tampoco se acercaba nada a lo que él esperaba, pero se sintieron cómodos el uno con el otro.

Ya sin maquillaje cibernético, ambos se sintieron mejor y decidieron amarse tal como eran.

martes, 27 de abril de 2010

Benny


Apenas salió del huevecillo, Benny se dio cuenta de parte de su triste realidad: era incoloro. Su piel y su cuerpo eran una simple masa gelatinosa totalmente transparente, mientras que todo lo que lo rodeaba tenía luminosos y alegres colores.

Como sea, decidió salir a conocer el mundo. Pasaron a su lado varios depredadores olfateando en busca de algo que comer, y ni siquiera percibieron su existencia. Benny no sabía si alegrarse o deprimirse, porque ser inodoro sumado a ser incoloro, no le hacia sentirse nada bien, sobre todo en un mundo tan colorido y aromático.

Finalmente un pájaro logró verlo moverse, debido a un circunstancial reflejo del sol en su gelatinosa carne. Se lo echó al pico y lo saboreó.

Un instante después, sin siquiera haberlo lastimado, fue escupido del pico del ave.

Benny se dio cuenta de que el pájaro esperaba en él algún sabor. Así supo que resultó también ser insípido.

Si bien su capacidad de sobrevivir estaba garantizada por estas propiedades, su ego lo mortificaba.

Benny decidió no formar ya parte de la fauna de este mundo. Se acurrucó en un lugar asoleado y murió intencionalmente deshidratado. Por lo menos el abrasador sol no lo ignoró en aquella ocasión.

“Mejor muerto que ser inodoro, incoloro e insípido”, fue su último pensamiento.

domingo, 25 de abril de 2010

Besando el piso


Para él la depresión era maravillosa.

Hubo una época en que no la tuvo, y entonces no disfrutaba de la vida, por lo menos de la vida que él anhelaba.

Sin embargo, cuando su depresión alcanzaba altos niveles, la sensación de estar al borde del suicido, del precipicio existencial, del desastre psicológico, le agradaba. No podía vivir sin ella. Eran sus mejores días.

Cuando por excepción se levantaba optimista alguna mañana, revisaba inmediatamente su desastrosa existencia, y en muy poco tiempo respiraba el dulce aroma de la angustia depresiva. Entonces volvía a la cama a imaginar cómo su día iba a ser desagradable, y eso lo estimulaba fuertemente para seguir adelante.

Él sabía que el suicidio no era una solución, por aquello del “descanse en paz” que definitivamente no era su objetivo.

Cuando llegó la hora de su muerte, se agarró a las paredes de su alcoba con toda su fuerza, para evitar aquello que la gente llamaba “la paz del sepulcro”.

Sin embargo murió satisfecho, convencido de que había sido completamente feliz toda su vida. La depresión había sido siempre su aliada, con su eterno sabor a derrota y a incertidumbre que tanto había disfrutado.