lunes, 22 de agosto de 2011

Los Trámites


Zeus agonizaba tal como antes lo hicieron muchas otras deidades (y como lo harán absolutamente todas las que posteriormente le habrán de seguir, sin importar su época o su índole).

Y como todas ellas lo hicieron antes de morir, se enfrentó a las Angustias, diosas previas e inevitables que hacían que todos –dioses y mortales- revisasen de manera patética su agonizante existencia, hasta en el más mínimo detalle.

Fue así que Zeus reconoció que, en su excelsa vanidad, había creado a unas deidades bastante odiosas que se habían adueñado de la felicidad de cuanta criatura divina o terrenal existía.

Ellas nacieron como consecuencia de su divina arrogancia, justo cuando exigió –en su calidad de amo del Olimpo- que todos los demás dioses se presentasen ante Él a rendirle pleitesía, tras de lo cual les extendía una especie de Certificado Supremo, con el cual-a partir de ese momento-, podían ejercer sus funciones y sus poderes sin más limitaciones.

Aquella patética tarde en que se le ocurrió esa olímpica estupidez, generó a los Requisitos, a los Prerrequisitos y a los Trámites.

Dioses y humanos habrían de sufrir eternamente las consecuencias.

domingo, 7 de agosto de 2011

El parto del cuento


El cuento se negaba a nacer .Tenía ya un retraso de varias semanas y había mucha preocupación en el entorno.

La presión empezaba desde la librería, pues los asiduos lectores dependían obsesivamente del cuento de cada semana de aquel prestigiado autor. El gerente de esa empresa recibía muchas llamadas diarias, algunas francamente ofensivas y alarmantes.

Este hombre, consciente de la peligrosidad de los fanáticos lectores voraces que aquel autor había generado, descargaba su angustia con el director de la editorial, quien a su vez se sentía impotente ante lo que estaba ocurriendo.

Como su obligación profesional le indicaba, no pasaba un día sin que éste llamase por teléfono al autor, quien también estaba desesperado y presionadísimo, pero el cuento estaba de alguna manera atorado, a pesar de todo lo que esto implicaba para tanta gente.

El autor -también consciente de las implicaciones- presionaba a cada minuto a la impotente musa, quien ya estaba aburrida de buscar opciones, pero el cuento seguía atorado.

En el mundo creativo neuronal de aquel genial escritor (en donde los cuentos se gestan, algo así como el útero literario), el cuento ya estaba listo, pero algo extraño impedía su parto.

A modo de fórceps, el autor, la musa y la mayoría de los personaje del cuento pujaban y empujaban hacia afuera, pero algo muy poderoso anulaba sus enormes esfuerzos, y el cuento ni siquiera asomaba la cabeza.

Fue entonces cuando Joseph Marriot, el personaje que hacía las veces de brillante detective en el cuento, decidió investigar la causa del problema.

Empezó interrogando a varios personajes de la mala vida que figuraban en la trama, y esto enseguida lo llevó a Gregory, el turbio y malencarado soplón que aparecía en la página 46 del cuento.

Lo que éste confesó tras un cuantioso soborno de Joseph, fue relevante: quien impedía el nacimiento del cuento era Matheus, el villano de la historia, quien recurría a todos sus cómplices para frenar el esperado nacimiento literario.

El detective decidió acercarse al barrio en donde Matheus vivía, y fue entonces que lo encontró en plena flagrancia: era efectivamente él quien no quería que la obra saliese a la luz…y sus razones tenía.

Tras un rato de mutuas amenazas de muerte y amagos con armas, Matheus hizo su confesión:

El autor del cuento le había asignado un papel de malvado que a él no correspondía.

Él reconocía ser ladronzuelo y estafador, pero no era un asesino, por lo que no quería que la humanidad lectora lo recordase eternamente como un sicario inhumano.

Tras varias horas de negociaciones, Joseph, el detective, contactó al autor con una propuesta de solución:

El cuarto párrafo de la página 56 debería ser modificado para que los lectores comprendieran que Matheus era un buen hombre a quien la vida había llevado a cometer un asesinato; y en el tercer párrafo de la siguiente página debería aparecer su confesión ante su esposa con un profundo arrepentimiento por el asesinato cometido.

El autor aceptó las justas enmiendas, y Matheus, el asesino, fue reinvindicado como un buen hombre acorralado por la vida.

En menos de un día, el esperado cuento estaba en la librería.

Matheus cambió completamente su semblante literario, y la mayoría de los lectores comprendió que a veces la vida resulta demasiado complicada para algunas personas.

sábado, 6 de agosto de 2011

El pollito feo


Clarisa, la gallina, estaba feliz. Y no era para menos: había puesto cinco o seis huevos la noche anterior, y había llegado el momento de sentarse sobre ellos y empollarlos como su instinto lo indicaba.

Pacientemente los calentaba con su cuerpo, y eventualmente salía de su nido a conseguir su alimento, esperando el momento en que sus huevos eclosionaran y naciesen de ellos hermosos pollitos color amarillo con un agradable y enternecedor pío-pío.

Finalmente se cumplieron los quince días de regla, y muerta de la curiosidad empezó a observarlos. Pronto notó que algunos huevos se movían, lo que la llenó de ilusión. Al día siguiente, varios de ellos mostraron rajaduras en su cáscara, y algún pollito mostró por fin su pelaje amarillo característico. Efectivamente, era un día de fiesta en el nido.

En menos de veinticuatro horas, ya habían nacido cinco hermosos pollitos, pero, por alguna razón desconocida, uno de los huevos mostraba retraso.

Como sea, era un huevo raro, sin cáscara, pero huevo al fin.

Pronto el extraño huevo empezó a moverse, y de él salió un pollito un poco raro: sin pelos, de color verdoso, con escamas y sin patitas.

Clarisa estaba un poco sorprendida, pero como sea, era su hijo, así que esas anomalías fueron pasadas por alto, y el nuevo miembro de su familia se integró mentalmente a sus hermanos.

Pronto apareció el primer problema con este extraño hijo: al carecer de patitas, no podía salir de paseo a alimentarse con la familia, y solía quedarse quieto en el nido.

La madre, preocupada, no dejaba de llevarle gusanos o carnosos insectos para alimentarlo.

Pronto los demás pollitos se dieron cuenta de que este peculiar hermano llamado Piolín, era raro y feo, así que empezaron a cuestionarlo y a reírse de él.

Clarisa se molestaba mucho con esta actitud discriminadora de sus hijos, y decidió proteger a su pollito feo por encima de todas las cosas.

Un día, este extraño hijo decidió por fin salir del nido a buscar comida, arrastrándose sobre la tierra por la carencia de patas

Enseguida demostró extrañas habilidades rastreras y un extraño sonido de cascabel en su extendido rabo. También era muy hábil cazando pequeños roedores que devoraba inmediatamente y sin problemas.

Los hermanos y Clarisa estaban sorprendidos: el pollito feo distaba mucho de ser pollito, a pesar de que todas las noches regresaba al nido a acurrucarse junta a su madre y hermanos.

Una tarde, cuando todo estaba tranquilo en la granja, Juan, el cuidador, descubrió que había una serpiente de cascabel en el nido de Clarisa la gallina. Sin ninguna consideración tomó una piedra grande y aplastó a Piolín.

Clarisa quedó muy ofendida por el asesinato de su adorado hijo, y se negó a poner huevos durante varios meses.

Los demás hijos de Clarisa, sin entender mucho lo que había pasado, quedaron contentos con el asesinato de un hermano que distaba mucho de ser estético.

Piolín, la joven serpiente de cascabel que adoraba a su gallinácea familia, nunca tuvo la oportunidad de demostrar que en el cuerpo de un pollito feo había una criatura dulce y amorosa de una especie bastante diferente.