miércoles, 31 de diciembre de 2008

El año que se negaba a nacer


El Año Viejo ya transcurrido deseaba entregar la estafeta del tiempo a su sucesor. Su paso por la vida no había sido nada satisfactorio, y sabía que dejaba enormes problemas para el año por nacer.

Por lo mismo, el año que debía sucederlo se negaba terminantemente a recibir de él la estafeta del tiempo, argumentando que ésta era de hecho un artefacto explosivo, una bomba de tiempo a punto de reventar sobre la impotente humanidad.

Ante esa negativa rotunda e inaudita de un Año Nuevo que se oponía a serlo, todos los dioses del Universo, muy alarmados, se juntaron a deliberar inmediatamente.

El dios Tiempo, bastante molesto por lo que estaba sucediendo, argumentaba que su marcha era irremisible, que nada ni nadie podía negarse a aceptarla.

El dios Destino lo apoyaba, aduciendo que sus designios eran absolutos, y que no podía aceptar que un simple año por nacer se negase a cumplirlos.

La diosa Vida trataba de entender al año rebelde, pero sus argumentos no pesaban al lado de los del dios Tiempo y del dios Destino.

Muy callada, al fondo de aquel divino salón, se encontraba, triste y perturbada, la diosa Esperanza, quien finalmente tomó la palabra para pedir que se le permitiese hablar en privado con el año que no quería nacer.

Después de algunos momentos de charla en voz muy baja, éste aceptó finalmente llamarse Año Nuevo, y tomó del Año Viejo la estafeta del tiempo, y así, de la mano de la diosa Esperanza, asumió su papel ante la diosa Vida y ante la ahora menos preocupada humanidad.

martes, 30 de diciembre de 2008

Mariana, la de los pájaros


Mariana es una dulce viejecita muy apreciada por todos en su comunidad, pues es muy cariñosa con los pájaros. Vive junto al parque, y siempre está pendiente de que este jardín sea un lugar agradable para ellos.

Como es pobre, la gente la ayuda regalándole bebederos, nidos artificiales y alpiste, y así ella puede colocar en el parque muchos sitos agradables para los pájaros que ahí habitan, y también para los viajeros ocasionales.

Gorriones, alondras, golondrinas, ruiseñores, abejarucos y muchas otras especies de la región se detienen siempre en el parque de Mariana –así lo llaman los vecinos- a beber, a alimentarse, a descansar o a anidar, sintiéndose protegidos por aquella pequeña y aparentemente amable mujer de cabello cano.

Lo que nadie sabe ni imagina, es que Mariana es en realidad una bruja que se alimenta solamente de estufados de pájaro. Por las noches, cuando la gente duerme, ella sale al parque con redes y atrapa cuantos puede. Los lleva a casa, los hierve en agua salada, y prepara deliciosos consomés y guisados de ave, condimentados con excremento de sapo y puré de arañas.

La dulce viejecita, a pesar de todo, duerme frustrada, pues pocos años antes se alimentaba con estufados de niños de la calle, su platillo favorito. Lamentablemente para ella, en su ciudad ya no los hay.

El alcalde presume de que en su gestión logró eliminar ese grave problema. Mariana sabe que el mérito de que ya no haya niños callejeros es solamente de ella.

lunes, 29 de diciembre de 2008

Un cerdito muy especial


Aníbal no era un cerdo como cualquier otro.

Solía despertarse temprano, con el primer canto de Anacleto, el gallo. Salía optimista cada mañana de su chiquero a saludar, uno por uno, a todos los habitantes de la granja: caballos, vacas, borregos, perros, gatos, gallinas, etc., y después, sin falta, pasaba bajo la ventana de la casa de Mario, el granjero, con quien compartía el gusto de escuchar la música de Mozart mientras aquél se desayunaba.

Cuando el sol ya estaba en lo alto, Aníbal iba a revolcarse en el lodo a la charca con los demás cerdos, para quitarse todas las garrapatas que le molestaban. Después iba a nadar y jugar con los patos, para quedar completamente limpio, pues era un cerdo muy higiénico.

Más tarde se asoleaba un rato para secarse, y después iba a retozar sobre el prado de las hierbas aromáticas junto a la colina, pues así quedaba oliendo a limpio durante el resto del día.

Comía olotes en compañía de sus queridos hermanos, pero para él la mejor parte del día era cuando Josefina, la granjera esposa de Mario, le llevaba de postre un enorme plato de margaritas frescas y olorosas que ella misma recogía especialmente para Aníbal, su animal favorito entre todos los de la granja.

Más tarde disfrutaba de la puesta del sol al lado de Reina, su querida novia, antes de regresar a su aseado chiquero a pasar la noche, soñando siempre con cosas agradables, como aquel día en que la humanidad había decidido volverse vegetariana y había convertido a los cerditos en sus mascotas favoritas.

No: Aníbal no era un cerdo como cualquier otro.

sábado, 27 de diciembre de 2008

En un lugar de la Mancha...


Era el literato más prestigiado de la lengua castellana en su época, pero, al mismo tiempo, un perfecto desgraciado.

Su secreto era patético: tenía un establo de musas esclavizadas, cuyos cerebros eran día a día ordeñados para lograr ideas, argumentos y personajes, para así seguir enriqueciéndose con novelas muy exitosas, pero de mérito dudoso, dadas las circunstancias.

Las enamoraba con promesas, las atrapaba embriagándolas con néctar de bugambilia, y después las encerraba en un lugar apropiado para la ordeña. Su carcelero era un personaje malvado -creado a sugerencia de las ingenuas musas- quien supuestamente iba a encerrar a los malos de una novela que jamás se escribió.

Además, si acaso ellas lograban huir algún día de aquella espantosa prisión literaria, había mastines apocalípticos que las perseguirían hasta destrozarlas. Para ellas no había escapatoria.

Otras pavorosas criaturas de sus propios cuentos, se encargaban de vigilarlas y de obligarlas a generar bellas historias noche tras noche, sin que ellas tuvieran la menor esperanza de volver a ser libres.

Pero un día, un desconocido e inesperado personaje enjuto y de triste apariencia, un tanto loco, soñador y rebelde, pero valiente como nadie, brincó de la nada, e indignado por lo que ocurría, enfrentó al villano literario, y, jugándose la vida, mató al carcelero y a los mastines, liberando a las musas para siempre.

Ellas, con enorme agradecimiento, buscaron otro autor para que proyectase a su honorable liberador hacia la fama literaria, que bien la merecía por sus andanzas.

Encontraron uno, bastante pobre y desconocido, pero con mucho potencial, trabajando como desmotivado burócrata en una irrelevante oficina administrativa del rey Felipe II. Se llamaba Miguel de Cervantes Saavedra.


El heroico personaje liberador de las musas recibiría algún día el extraño nombre de…Don Quijote de la Mancha.

miércoles, 24 de diciembre de 2008

La última de su especie


Fue depositada en un buzón de correos pocos días antes de la Navidad por alguien que estaba lleno de afectos y buenos deseos, y que no quería entender que ya se vivía otra época.

El cartero que la sacó del buzón la observó sorprendido y con cierta nostalgia, pues se trataba de un evento ya poco frecuente, algo casi increíble.

Llegó a la oficina local de correos, en donde todos los que ahí laboraban le dieron toda clase de preferencias. No era para menos.

Fue reexpedida por la vía más rápida, pues ese sobre contenía emociones y expectativas de otros tiempos que de alguna manera había que preservar. Era algo así como una especie de dinosaurio que había sobrevivido al jurásico, ni más ni menos.

Llegó oportunamente a su destino, gracias a la buena voluntad de un equipo de carteros que entendía la enorme importancia de conservar esa tradición.

Sin embargo, ya era demasiado tarde para eso: a pesar de que en ese hogar fue recibida con alegría por el destinatario y colocada junto al decorado pino, aquella tarjeta de Navidad era la última de su especie.

El correo electrónico y la modernidad habían acabado con esa hermosa tradición que alguna vez llenó de ilusiones a quien la enviaba y a quien la recibía.

martes, 23 de diciembre de 2008

El dálmata 87


87 es un joven perro dálmata de aquellos noventa y nueve que un mal día fueron secuestrados por la malvada Cruella de Vil para ser convertidos en piel para un lujoso abrigo blanco con manchas negras, aquellos mismos cachorros que huyeron de sus perversos captores en la famosa noche de las narices frías.

Su extraño nombre , o más bien, lo raro que parece que su nombre sea un número y no una palabra, resulta de la especial situación de cuando la familia Smith se vio obligada por las circunstancias a adoptar inesperadamente a noventa y nueve cachorros dálmatas.

Esta amorosa familia deseaba darle un nombre a todos ellos, pero agotaron su imaginación en el número 42, al que llamaron Chispa, y no tuvieron más remedio que dejar al resto, a partir del 43, con su número de inventario.

Como sea, 87 tuvo mucha suerte en la vida, pues fue a dar en adopción con una familia grande y cariñosa que decidió, por respeto al perro, dejarle su nombre original, o sea, el número 87.

Este hermoso perro es muy famoso en su barrio londinense, pues ahí todos saben que fue precisamente él quien mordió –arriesgando su vida- el tobillo del villano cuidador Wilbur, mientras el resto de sus amigos dálmatas escapaba de la mansión en donde los mantenían retenidos esperando ser convertidos en piel para abrigo.

Y cerca de la casa en donde hoy radica –para acabar de alegrar esta hermosa historia- vive otra perrita de aquel famoso grupo, la número 54, quien de verdad está enamorada de 87, y se muere de ganas de tener con él una camada de cachorros, lo cual ocurrirá en cualquier momento, como todos nosotros suponemos y deseamos.

lunes, 22 de diciembre de 2008

Exploradora


Nunca pensó que su enorme responsabilidad social como exploradora fuese a llevarla a un mundo tan frío. Como sea, cuando quiso retornar al suyo para anunciar feliz a sus compañeras que había descubierto una casi inagotable veta nutricional en un lugar desconocido, desapareció la luz, y aquello empezó a enfriar mucho más de lo que había imaginado.

Asustada por lo que podía suceder, buscó a tientos, guiándose por sus instintos, algún lugar algo más apacible en lo referente a temperatura.

Se acercó lo más que pudo al sol recién apagado, y encontró algo de calor que poco a poco se extinguía. Tenía que encontrar rápido una solución, antes de morir congelada.

Poco le duró la esperanza. El agua en su cuerpo llegó a la fatal temperatura de congelación, y la audaz exploradora sucumbió víctima de la hipotermia, justo junto a la apreciada veta de alimento.

Al día siguiente –demasiado tarde para ella- se hizo la luz de nuevo, y se escuchó el grito de un niño sorprendido:

¡Mamá, mamá! ¡Qué asco! ¡Hay una hormiga congelada en mi pastel!

sábado, 20 de diciembre de 2008

El silencio de las nueces


Era un nogal obsesionado con llevar la contraria.

Vivía consciente de que sus nueces eran pocas y exageradamente ruidosas, así que decidió pedirles atentamente que fueran más silenciosas, y él, a cambio, sería más productivo en lo sucesivo.

El dueño del nogal, creyente en los refranes populares, quedó por siempre desconcertado.

jueves, 18 de diciembre de 2008

El triunfo de las fuerzas del mal


Finalmente todos aquellos presumidos paladines de las autollamadas “fuerzas del bien” habían sido aniquilados. De todos los pedantes y moralistas superhéroes (Superman, Batman, Spiderman, Capitán América, la Mole, Superchica, Hulk y muchos otros), sólo quedaban recuerdos y cenizas dispersas.

Tras de aquellas épicas y desgastantes batallas, también los heroicos defensores del mal habían resultado muy afectados. Muertos, heridos y agotados guerreros maléficos, eran el balance del lado de la oscuridad, pero todo había valido la pena: los buenos ya no existían, por lo que los humanos podrían gozar, a partir de ahora, de las anheladas tinieblas, en donde los demonios y otras estupendas criaturas de ultratumba los conducirían por el camino correcto, el del mal.

A partir de ese momento, la humanidad podía, sin remordimientos de ningún tipo y entre muchas otras cosas, desvelarse, emborracharse, devorar viandas repletas de colesterol, comer sin pagar la cuenta, tener sexo ilimitado, pasarse la luz roja de los semáforos, tirar basura en la calle y agredir a las autoridades.

Ésa era, definitivamente, una jornada memorable.

miércoles, 17 de diciembre de 2008

El ascensor


Nunca nadie lo supo, pues era un antropófago perfecto y muy inteligente, que jamás dejaba evidencias.

Cuando sus puertas se cerraban, él decidía si el pasajero en turno era apto para ser devorado o si lo dejaba para otra ocasión, situación que siempre acababa dándose.

Una vez decidido a comerse al infeliz en turno, emitía tremendos jugos gástricos que digerían a la víctima en cuestión de segundos.

Su problema era la obesidad. De tanto devorar pasajeros incautos, se volvió pesado y lento, así que los administradores del edificio decidieron cambiarlo por otro ascensor más rápido.

Pagó sus pecados al ser desmantelado y fundido.

Su alma, sin embargo, migró, y se adueñó de un vagón de metro en una gran metrópoli.

Hoy ese vagón sube de peso día tras día, sin que las autoridades locales tengan la menor idea de lo que sucede.

lunes, 15 de diciembre de 2008

No tan buenos días


Me desperté siendo yo mismo, el de siempre, después de un sueño en donde todo era a mi favor, o sea, en donde yo era otro mejor que yo, alguien que de verdad me hubiese encantado ser.

Quise volver a dormir para ser el triunfador de hacía tan sólo unos momentos, pero el despertador, el mismo despertador de siempre, se encargó de recordarme una y otra vez, y con el mismo rin-rin de todos los días, que seguiré siendo el mismo.

Entonces salí de la cama para hacer lo mismo de siempre.

domingo, 14 de diciembre de 2008

Remordimientos


Algo era seguro: después de devorar a sus víctimas, su cerebro se llenaba de terribles remordimientos.

Él era un monstruo implacable, incapaz de pensar en otras criaturas que no fuesen él mismo, pero su estómago tenía unas enzimas que, al digerir la carne de la víctima, extraían de ella los afectos, las ilusiones y las esperanzas de ésta, enviándolas a su cerebro, y lo ponían triste, muy triste.

Pero ya había aprendido que bastaba un eructo para deshacerse de todo tipo de remordimiento digestivo.

martes, 9 de diciembre de 2008

Abracadabra carajo


Intentando poseer una palabra mágica para salir adelante en la dura lucha cotidiana por la existencia, José Antonio utilizó una y otra vez el clásico abracadabra que había escuchado en el cine aquella tarde, tratando de convertir a su infeliz gato experimental en un sapo verde asqueroso.

Después de mil intentos inútiles, ya desesperado y muerto de sueño, gritó “¡abracadabra, carajo!”.

El gato se convirtió inmediatamente y para siempre en un horrible anfibio verde, húmedo y lleno de granos.

Esa noche surgió de la nada un monstruo llamado José Antonio, capaz de cualquier cosa inimaginable.

domingo, 7 de diciembre de 2008

Disertando sobre la nada


Es difícil definir algo que no se ve ni se toca, que no pesa, que no huele, que no se siente, que no se puede morder, por más que intuyamos su existencia.

Antes que otra cosa, procedamos a ubicarla en el mundo de los no-objetos: la NADA es pariente cercana del cero, del vacío absoluto, de la carencia total, de la ausencia de cualquier cosa, de la naturaleza de los agujeros.

Continuemos con el profundo análisis:

¿Cómo podemos definir la NADA sin usar el término “nada”?

Según Schopenhauer en su libro Esencia Filosófica de las Incongruencias, todo ente posee necesariamente una esencia. Si la nada es a-esencial, es obvio que no la podemos definir como un ente, sino como todo lo contrario. Pero, ¿qué es lo contrario de un ente?

Recurramos a la sabiduría de Lao Tse, quien se atrevió a responder a esa complicada pregunta planteada siglos antes por uno de sus discípulos*. Él dice que los entes se clasifican en entes y anti-entes. Los anti-entes son las contradicciones de los entes, pero al hacer esta profunda aseveración omitió definir el término CONTRADICCIÓN, así que prácticamente aumentó la confusión cognitiva de los filósofos que lo sucedieron, yo entre ellos.

* obsérvese que la obsesión por definir la NADA es muy antigua y generalizada.

Bertrand Russell considera, en su libro Las Perspectivas de lo Absurdo, que la NADA es perfectamente tangible, precisamente por su falta de tangibilidad. Según él, cuando estamos tocando algo y de repente dejamos de tocarlo, es ahí en donde la NADA se hace presente. Suena lógico, pero esta definición posee un engaño cognitivo: una cosa es que toquemos la NADA y otra muy diferente es que dejemos de tocar algo. Hay que tener cuidado con los filósofos, pues en su afán por poseer la verdad, nos marean con terminajos ininteligibles.

Según el prestigiado filósofo suizo Charles Bonnet –más ubicado-, NADA se puede finalmente definir como todo aquello que semeja el contenido de los agujeros del queso Emmental. Coincido mucho con él.

Claro está que pronto, ante una definición tan determinante, aparecerán todo tipo de detractores que me dirán que los agujeros del queso poseen olor, pero los científicos de la Universidad de Lausana han demostrado que dicho aroma procede del queso, que no es de los agujeros de donde se desprende. Refuerzan, por lo tanto, las profundas aseveraciones de Bonnet y mis creencias más íntimas.

Y así, estando yo completamente inmerso en esta profunda y erudita disertación filosófica, aparece mi mujer en bata y despeinada, preocupada porque aún no me he acostado a las 3 de la mañana.

Le explico la profundidad de lo que estoy analizando, rodeado de pilas de libros abiertos que dificultan el paso en mi biblioteca. Me observa cuidadosamente y tras de un minuto de meditación, libra por fin la definición más satisfactoria de la NADA que jamás hube leído o escuchado.

Así, viéndome profundamente a los ojos, me dice:

“NADA se define exactamente como el contenido de tu cerebro.”

Bajo la cabeza y humildemente me voy a dormir.

viernes, 5 de diciembre de 2008

El anticuento


El autor estaba harto de premios y halagos de sus cientos de miles de lectores.

Por ello, para vivir menos presionado, decidió escribir algo espantoso, ilegible, indigerible, aberrante, lo suficientemente decepcionante para que lo dejaran tranquilo el resto de su vida.

Creyó haberlo logrado.

Aquel cuento no tenía ni pies, ni cabeza, ni argumento, ni personajes, ni gracia, ni sintaxis, ni ortografía. Era, de hecho, un adefesio, un feto literario incongruente e insípido que, en condiciones normales hubiese sido vomitado por el más ignorante de los lectores.

Lamentablemente para el autor, su anticuento se convirtió en un éxito inenarrable, y por él le otorgaron el premio Nóbel.

El autor, sintiéndose fracasado y amenazado por la fama el resto de su vida, optó por suicidarse, mientras su cuenta de cheques creció al infinito.

El anticuento se convirtió en un clásico de la literatura universal.

martes, 2 de diciembre de 2008

El teléfono asesino


Cuando ella escuchó la señal de tener un mensaje en su teléfono móvil, presionó, como siempre lo hacía, el número 1 para escucharlo. El mensaje que recibió de una voz grabada como de ultratumba, fue:

“Usted tiene un mensaje urgente. Para escucharlo, presione el número 2”.

Cuando presionó el número 2, el mensaje que recibió, con la misma voz extraña, fue:

“Usted tiene un mensaje urgente. Para escucharlo, presione el número 1”.

La mujer, intrigada por el mensaje urgente y la extraña voz, fue del número 1 al número 2 quinientas veces, hasta que murió de la curiosidad, dejando el teléfono móvil tirado junto a su cadáver.

El fiscal que investigó su muerte, cuando presionaba el número 1 para ver de quién había sido el mensaje asesino, escuchaba tan sólo una carcajada tenebrosa.
Convencido de la maldad del aparato, quiso llevarlo a juicio penal por asesinato alevoso, pero el juez simplemente le dijo que no dijese estupideces, que no se podía encausar legalmente a un teléfono.

Éste tiene ahora un nuevo dueño, y espera pacientemente la oportunidad para asesinarlo.

domingo, 30 de noviembre de 2008

Plática existencial frente a la fosa


El veterinario llegó puntual con su maletín negro conteniendo la inyección letal. Un par de horas antes lo había precedido un peón contratado para escarbar una fosa del tamaño del perro que sería sacrificado.

Dsa Tzu –así se llama el hermoso cachorro dálmata- tenía, desde hacía un mes, una enfermedad no diagnosticada que lo tenía al borde de la muerte, con enormes dolores en la ingle y en el cuello.

Sus amos, que le teníamos particular cariño por su poco usual capacidad de vocalizar –comunicarse con los humanos con ruidos guturales semejantes a ladridos- ,habíamos decidido “dormirlo” para evitarle más sufrimientos.

Dsa Tzu tenía cuatro o cinco días recostado con terribles malestares, pero en todo momento estuvo pendiente del peón que abría la fosa –extraño e inesperado evento en su jardín- , y la llegada del hombre con el maletín negro acabó por despertar su curiosidad. Sorprendentemente salió de su doloroso letargo, y moviendo el rabo, pegó un brinco inusitado para ladrar alegremente al recién llegado.

Una vez satisfecho su instinto de proteger el territorio invadido, se acercó al veterinario a darle la bienvenida con sus ruidos guturales y con toda clase de ceremonias caninas. El misterioso maletín negro debía contener algo inconveniente, razonó el perruco.

El primer desconcertado por esa extraña reacción fue el veterinario, que sabía que el perro estaba en trance mortal.

Sus primeras palabras fueron para Jimena, la dueña del perro, para decirle que él no podría sacrificar a un perro tan lleno de vida.

Ella, que amaba al perro, fue la segunda desconcertada por la reacción del can.

¿Lo sacrificamos así como está? ¿Está enfermo de muerte o no lo está?

El perro había sido revisado intensivamente durante muchos días por los médicos del mejor hospital veterinario del país, sin que se hubiese podido generar un diagnóstico seguro. Todo parecía apuntar a una enfermedad fatal de origen desconocido.

Jimena convocó inmediatamente a todos los presentes. El lugar de reunión fue delante de la fosa, en donde se dieron cita ella, el veterinario, Dsa Tzu y Thai, el gato de la casa, que era gran amigo de juegos del perro, y que parecía consciente de lo que estaba sucediendo.

Jimena fue quien tomó la palabra, dirigiéndose al perro:

“Dsa Tzu: ¿estás enfermo o no lo estás? ¿Estás consciente de que ésta es tu fosa? No tienes derecho a jugar con quienes te queremos sintiéndote afectado por esa terrible enfermedad para luego rehuir a tu responsabilidad de ser sacrificado. Decídete de una vez: mira la fosa y acéptala si ése es tu futuro. Si no lo es, déjate de dolores y saca la casta, la alegría y las ganas de vivir de una vez por todas. Si quieres morir, éste es el momento.”

Thai, el gato, volteaba a ver a su amigo canino exigiéndole una decisión por medio de maullidos.


El perro meditaba su respuesta. Tenía dolores, pero la fosa y el maletín negro lo asustaban.

Después de un rato de enorme tensión, Dsa Tzu empezó a mover el rabo y salió corriendo a toda velocidad huyendo de la fosa.

Corrió y brincó con gran alegría, como para demostrar a los asistentes que no había que ser tan radicales como para pensar en sacrificarlo y enterrarlo en esa horrible fosa.

Ese mismo día, más tarde, parecía que nunca había estado enfermo. Todo era alegría –como antes- en la vida del precioso cachorro dálmata.

El veterinario se retiró muy contento por lo que había ocurrido.

Thai, el gato, estaba feliz sabiendo que su amigo de siempre ya había superado su crisis existencial.

Todos los demás –excepto Jimena- quedamos desconcertados cuando supimos lo que había sucedido.

Ella, como buena budista, sabe de sobra que los animales son seres complejos e inteligentes, capaces de superar sus problemas con diálogo y conciencia.

Hoy, una semana después, nuestro perro está sano, y sigue, como antes, brindándonos todo tipo de alegría.

Hay que darle a mi hija Jimena el crédito por salvar a Dsa Tzu, y sobre todo por la lección de vida que de ella recibimos.

sábado, 29 de noviembre de 2008

Ganas de morderme el rabo


Dedicado a los maravillosos perros que nos dan tanto afecto y compañía.


Hoy desperté con ganas de perseguir a los odiosos gatos que osan atravesar mi jardín, en particular a ese audaz minino negro que cínicamente espera a que yo me distraiga para comer de mi plato de croquetas.

Salí de mi perrera y todo era silencio en mi jardín. ¡Ni ladrar!: los gatos ya saben a qué hora me despierto. Es obvio que me evitan porque soy un perro terrible.

Me asomé por la puerta de cristal al interior de la casa, para ver si alguno de mis amos estaba ya disponible y con ganas de arrojarme la pelota de goma, pero no: ninguno estaba despierto.

Me acerqué a la pileta detrás del viejo roble para ver si había algún pájaro mojándose ahí para perseguirlo y matar el ocio, pero parece que hoy nadie quiere estar conmigo. Me siento solitario y aburrido.

Esperé un rato cerca de la puerta para ver si aparecía el lechero. Me encanta ladrarle desde dentro imaginando que lo muerdo en su muslo. Pero hoy debe ser domingo, pues no acabó de llegar.

Al rato se escuchó el acostumbrado ruido que coincide con la hora de comer mis croquetas: el chico de la motocicleta arrojó puntualmente, como todas las mañanas incluyendo el domingo, un ejemplar del periódico. Antes me encantaba destruirlo con mis dientes, pero me llevé varias regañadas de mis amos y he decidido no hacerlo más. No sé por qué se molestan tanto si destruyo un simple paquete de papel entintado sin sabor ni olor. Me pregunto para qué lo querrán.

Fui a donde está mi plato para comer unas croquetas y beber un poco de agua, pero con tanta soledad y silencio se me quitaron el hambre y la sed. Y no: no había gatos cerca, para colmo.

Cumplí por enésima vez el ritual de orinar todos los árboles cercanos para marcar mi territorio, aunque sé que es autoengañarme: el jardín es totalmente inaccesible para otros perros.

Después de un rato largo de soledad y aburrimiento, decidí hacer algo que para muchos perros resulta vergonzoso y denigrante, pero que para mí es una estupenda opción de entretenimiento para los días aletargados: perseguir mi esponjado rabo.

Doy gracias al dios de los perros por haberme permitido pertenecer a una raza canina a la que no le cortan la cola. ¿Qué sería de mí en estos aburridos momentos si no tuviese a mis espaldas algo tan divertido e inaccesible?

Sé que me veo ridículo dando una vuelta tras otra sobre mí mismo en busca de algo inalcanzable, pero en fin:

¡Que los otros perros piensen lo que quieran! ¡Es mi rabo y es mi vida!

jueves, 27 de noviembre de 2008

Enemigo íntimo


Vino de afuera. Era un alienígena implacable, diseñado para generar problemas mayores en aquel organismo humano desprevenido e ignorante.

Provenía de una res, en donde fue formado –sorprendentemente- a partir de una inofensiva dieta vegetariana de alfalfa y pienso. Pero era malvado por naturaleza, y tenía objetivos definitivamente perversos.

La ternera que lo generó –hermoso ejemplar- fue sacrificada y convertida en filetes para consumo humano.

Él formaba parte de una tajada de carne del muslo, con muy buena pinta: roja, sin nervio, con un contenido de grasa ideal que la hacía tierna y apetecible.

Llegó al estómago de su víctima al ser ingerido en un platillo caro en un restaurante de lujo. Unos minutos antes, ésta pidió que la carne se le sirviese “a la inglesa”.

Él, cumpliendo con su objetivo existencial, pasó del estómago a formar parte de la corriente sanguínea. Después de varios minutos de flotar entre hematocitos y leucocitos, descubrió una vena angosta en donde algunos de sus compañeros predecesores ya estaban arraigados. Decidió que era un buen lugar para establecerse y así cumplir con su misión.

En poco tiempo la vena quedó totalmente obstruida. El corazón de aquel organismo se sintió obligado a latir con más fuerza para intentar hacer que aquel vaso sanguíneo tuviese circulación. Al sentir que no lo lograba, el órgano insistió con más y más fuerza.

En menos de una hora, el esfuerzo cardíaco por vencer aquella inusitada resistencia, generó una desfibrilización del ventrículo derecho, y el corazón resultó dañado de muerte.

El colesterol malévolo quedó satisfecho. Para eso había sido creado.

miércoles, 26 de noviembre de 2008

Las mil y una noches


En realidad no fueron mil y una noches, sino muchas menos. Estuvieron más cerca de las quinientas.

Cuentos por parte de ella sí hubo: ahí sí la cantidad se acercó a las mil historias fantásticas que él ingenuamente creyó.

Al final, ella dijo tantas mentiras que se embrolló y cometió errores que minaron su credibilidad.

En cuanto él supo quién era en realidad su amada Sherezada, salió corriendo para siempre de aquel absurdo matrimonio.

miércoles, 19 de noviembre de 2008

Importada


Como la mayoría de los chavales de mi pueblo, me casé demasiado joven. Había pocas mujeres en mi reducido panorama de aldea, así que contraje matrimonio con la única novia que tuve, sin tener espacio para comparaciones.

Pensé que la amaba, igual que ella a mí, pero la realidad salió a flote cuando un día baje a la ciudad de compras, y en aquel supermercado tan grande de la capital conocí a aquella bella longaniza en el frigorífico de la sección de embutidos.

Se llamaba Importada. Por lo menos eso decía en la etiqueta.

Ni siquiera me preocupé por el precio, ni por el resto de las compras que mi mujer me había encargado. La puse en la bolsa de plástico, y mientras el autobús subía hacia mi pueblo, me dediqué a tocar su suave piel y a disfrutar su aroma a carne de cerdo pimentada. Creo que en ese momento fue cuando me enamoré de ella.

Como mi mujer era celosa, y yo tenía claro que con esa longaniza le iba a ser infiel, la escondí dentro de mi abrigo y la llevé al cuarto de herramientas, en donde mi mujer jamás entraba. La coloqué cuidadosamente en un cajón, debidamente arropada con un trapo para que no pasara ni frío ni calor.

Todas las mañanas, antes de ir al trabajo, pasaba a saludarla y a disfrutar de su aroma. Igualmente, por las tardes, cuando regresaba de ganarme la vida, solía pasarme ratos muy gratificantes con ella.

Todo cambió favorablemente en mi existencia por un par de años, hasta que una maldita tarde, el gato (que tampoco solía entrar en el cuarto de herramientas) descubrió su aroma y empezó a maullar hambriento. Mi mujer, que estimaba mucho al gato, fue a ver qué le ocurría y también sintió el olor de Importada.

La ingrata mujer, seguramente dándose cuenta de que amaba a la longaniza y que por eso la tenía oculta y bien pertrechada, decidió darme una sorpresa malévola para la cena: la frió con saña y aceite, y ya rebanada, me la puso en el potaje.

Tardé en saber que se trataba de mi amada longaniza, pues el potaje estaba muy condimentado y yo tenía hambre. De repente, casi después de haberme comido la mitad del plato, percibí su aroma, y me di cuenta del enorme sacrilegio que yo había cometido por culpa de una mujer celosa a la que yo ya no quería.

Muerto de la desesperación, tomé el cuchillo grande de la cocina y asesiné a mi mujer. No me arrepiento de nada, señor juez, pues ella mató sin piedad a Importada, y me hizo cometer canibalismo con mi amada longaniza.

Sé que me esperan muchos años en la cárcel. No será la falta de libertad lo que me quite el sueño, ni tampoco el hecho de haber asesinado a mi mujer. Mi mortificación será el recuerdo de Importada, de su textura, de su aroma a carne de cerdo pimentada, y más que nada, por habérmela comido descuidadamente con el potaje.

domingo, 16 de noviembre de 2008

El ostión que quiso ser mariposa


Es raro que un ostión sepa lo que es una mariposa, pero debido a una serie de casualidades, éste logró saberlo.

Fue una tarde de primavera en que una inesperada y enorme ráfaga de viento arrojó una gran ola hacia el acantilado junto al florido bosque. En ella iba el ostión de esta historia, que por primera vez en su vida pudo ver el mundo desde fuera del mar.

Quedó atorado en una playa, dentro de una pequeña charca que le permitía sobrevivir y observar ese extraño paisaje que él ni siquiera imaginaba que existiese. Vio árboles, arena seca, cielo azul, nubes, y animales fantásticos como las ranas, las libélulas, los cangrejos, las gaviotas y finalmente, algo de verdad insólito: una mariposa.

El ostión quedó prendado de la ligereza de este bello animal volador, de cómo podía existir un ser tan tenue y con tanta gracia y colorido. Lo observó un largo rato antes de tener la gran idea:

¡Él también podría volar! “¿Por qué no?”, se preguntó.

Meditando acerca de cómo hacerlo, el ostión recordó que era un bivalvo. Las dos conchas que lo conformaban, con un movimiento fuerte y rítmico, bien podían imitar a las alas de la mariposa.

Así, reunió fuerza y empezó a aletear con sus conchas. No podía elevarse, pero él insistía e insistía.

Lo único que lograba hasta ese momento era generar pequeñas olas en su charca, mismas que fueron demasiado llamativas: una gaviota se dio cuenta de su existencia y se acercó para devorarlo.

Lo último que el ostión escuchó en esta vida fue un tronido que significaba que sus conchas estaban siendo destrozadas por el fuerte pico de aquel voraz animal.

Moraleja: si naces ostión, compórtate como ostión, o atente a las consecuencias.

jueves, 13 de noviembre de 2008

Historia de amor sin personajes


Al principio todo iba bien. Todo era esplendoroso, hasta que el horizonte mostró aquellos negros nubarrones.

Vino la tormenta, y después ya nada fue igual.

Al final, todo se vino abajo.

martes, 11 de noviembre de 2008

Bananerías: clasificación de los monos


En la escuela de la penca, los maestros enseñaban a las pequeñas bananas que había dos clases de monos: los que vivían en los árboles cercanos y que tomaban las bananas sin mayor complicación para comerlas; y otros más sofisticados que vivían en urbes y que llevaban a cabo un extraño ritual de recolección-control de calidad-etiquetado-transporte-supermercado-frutero antes de devorarlas.

lunes, 10 de noviembre de 2008

Bananerías: el coco de las bananas


Cuando su hijo mostraba inapetencia a la hora de la comida, mamá banana lo asustaba con la mano del chango.

domingo, 9 de noviembre de 2008

Bananerías: bananidades


Por más que aquella vanidosa banana hacía ejercicio a diario, no lograba reducir su medida de cintura. A pesar de todo lo que se esforzaba, su cuerpo seguía pareciendo el de un plátano.

sábado, 8 de noviembre de 2008

Bananerías: la banana sensual


Desde muy joven, cuando aún estaba en la penca, supo que había nacido en una plantación de calidad, para finalmente ser pelada y comida por algún ser humano.

Como era una banana tropical, algo en su interior la impulsaba a ser fogosa y apasionada. Por lo anterior, decidió mantenerse esbelta y con buen color, pensando siempre en el día en que sería despojada de su cáscara y mostraría su desnudez a algún humano desconocido.

Cuando llegó su momento, fue recolectada, inspeccionada y etiquetada, antes de ser enviada al supermercado.

Durante el transporte hacia la ciudad, practicó discretamente movimientos eróticos y sensuales.

Cuando supo que finalmente había sido tomada del frutero para ser comida, disfrutó de sus últimos segundos de vida mientras era pelada, deleitando a aquel hombre con un excelente, sensual, rítmico, erótico e inolvidable strip tease con que ella siempre había soñado.

Aquel comensal jamás se atrevió a contar a nadie que había sido sexualmente excitado por una fogosa banana que se había comido de postre.

viernes, 7 de noviembre de 2008

Bananerías: la banana asesina


Nadie supo a ciencia cierta las razones por las que esta banana odiaba a los humanos, pero se decía que su alma había sido dañada por los productos químicos empleados como insecticidas en la plantación.

El hecho es que pasó desapercibida en todas las inspecciones de calidad y finalmente llegó al frutero de la mesa.

Se veía normal, e incluso su piel amarilla mostraba ligeras manchas negras que indicaban madurez y excelente sabor.

Cuando fue pelada y tragada, decidió quedarse en la garganta de quien la comía. Obstruyó inteligentemente la tráquea y el esófago, y se las arregló para contener los gritos de auxilio de su víctima hasta que ésta falleció.

Nadie le creyó al fiscal que la causa de muerte de aquella mujer había sido homicidio doloso con agravantes, cometido por una banana desquiciada.

jueves, 6 de noviembre de 2008

Bananerías: escándalo en la penca


En aquella conservadora sociedad de bananas, una de los miembros más jóvenes de la penca parecía embarazada. Su esbelta silueta mostraba una protuberancia muy sospechosa, por lo que aquello se volvió una tormenta de chismes y rumores.

Después se supo que quien la preñó fue un plátano macho de la plantación vecina, que no quiso hacerse responsable de lo ocurrido.

martes, 4 de noviembre de 2008

Moscas mutantes


Avezados científicos japoneses de la Universidad de Okawa lograron una variedad mutante de moscas que penetran cualquier objeto sólido, incluyendo la boca cerrada.

domingo, 2 de noviembre de 2008

Noche de Muertos


Aquella Noche de Muertos, como todos los años anteriores, ella pensaba en cómo disfrazarse para la tradicional fiesta de su pueblo.

Antes de hacerlo se vio al espejo, y concluyó que no requería ningún disfraz.

Obviamente ganó el concurso, aunque en el fondo no le agradó mucho recibir el primer premio.

sábado, 1 de noviembre de 2008

La sabiduría de la gripa


Mientras los Estados Unidos de América intentaban cazar a los terroristas de Al Qaeda; mientras el mundo entero debatía alrededor de los precios del petróleo; mientras la Organización de la Naciones Unidas apelaba a la conciencia alrededor de la crisis alimentaria; mientras América Latina decidía su vocación izquierdista; mientras Asia y Oceanía se organizaban para un posible tsunami; mientras los ecologistas planteaban el tema del calentamiento global; mientras África se peleaba con el sida…los virus de la gripa mutaban tranquilamente.

Después de todo, eran la especie superior.

jueves, 30 de octubre de 2008

Ermitaño


Guardaba bajo llave todos sus sentimientos y afectos en un complicado recoveco en el fondo de un agujero, en la hendidura más profunda de una oscura e inaccesible caverna de su alma, todo para evitar ser herido nuevamente.

miércoles, 29 de octubre de 2008

La excepción a todas las reglas


No era un ente, ni un ser, ni un concepto, ni nada que se pudiese definir por medio del lenguaje, pero el hecho es que estaba vivo.

Tampoco tenía antecedentes, ni historia, ni referencias a las cuales acogerse, pero no había duda de que existía.

Su esencia no era material, ni espiritual, ni abstracta, ni concreta, ni nada definible.

Lamentablemente parecía que nada tenía que hacer en este universo en donde todo tiene un sentido, una esencia, una razón de ser.

Flotó en la nada en medio del todo durante mucho tiempo, meditando sobre su naturaleza, hasta que finalmente concluyó que ni siquiera la tenía. Aquí estaba, pero no pertenecía a este universo ni a ningún otro.

Quiso culpar al Creador de su trágica e inútil existencia, pero éste le dijo que no era su criatura, que no existía de su parte ninguna responsabilidad relacionada con su presencia.

Un día, después de mucho sufrimiento y desconcierto, concluyó que su función en la vida era ser la Excepción deTodas las Reglas, la negación objetiva y absoluta de todo lo que existe, algo así como un antidios que confirma lo absurdo y lo imposible para darle sentido a todo lo lógico y posible.

Dedujo que sin él, el universo, tal como lo entendemos, sería una anomalía, una aberración absoluta, el sinsentido total.

Algo en su interior le hizo sentirse infinitamente orgulloso: supo finalmente que tenía una enorme y poderosa razón de ser.

martes, 28 de octubre de 2008

La muerte del gato encerrado


Era un gato maldito y tenebroso que disfrutaba desconcertando a la gente. Movía las cosas y los asuntos de manera misteriosa, ilógica y complicada, para después correr a encerrarse en su gatera y así, al no ser visto, jamás era culpado, a pesar de ser siempre el principal sospechoso.

Todo le funcionó bien, hasta que alguien más maldito y tenebroso que él decidió poner una cerradura misteriosa, ilógica y complicada en la gatera, para que el gato encerrado no lograra salir de ella.

El animalito murió de hambre pocos días después, y todos los enredijos quedaron aparentemente aclarados.

Dicen que quien le cambió la cerradura fue otro gato, pero hasta hoy nadie ha sido capaz de verlo. Seguramente está encerrado en alguna parte.

sábado, 25 de octubre de 2008

Reginaldo


Reginaldo era un Tiranosaurus Rex macho impresionante. Sus poderosos bramidos se escuchaban a mucha distancia, y los animales de la región que no lo conocían, se asustaban y corrían para alejarse y esconderse, pues se decían de él cosas terribles.

En realidad, Reginaldo no era tan peligroso como su tamaño y actitudes podían hacernos creer.

Le gustaba comer flores, después de deleitarse un rato largo con su aroma. Jamás le había gustado la carne, y se burlaba de sus compañeros acostumbrados a ser carroñeros.

Por las tardes solía acompañar a sus amigos brontosaurios al pantano, para revolcarse en el lodo y jugar arrojando agua para molestar a los pequeños mamíferos que se acercaban a beber. Disfrutaba de las libélulas, admirando su capacidad de vuelo, que hacía ver torpes a los poderosos pterodáctilos ya casi extintos.

Por las noches le gustaba dormir calentito, por lo que lo hacía en una cueva cercana a un corriente de lava que bajaba del enorme volcán Atsunari.

Y así, en cuanto se acomodaba sobre un montón de helechos aromáticos, Reginaldo, el imponente Tiranosaurus Rex, caía dormido, y soñaba con cosas preciosas, con nubes azules, con corrientes de lava de color rosa, con archeopterixes multicolores, y con hermosas y esbeltas dinosaurias que bailaban rítmicamente a la luz de luna llena.

viernes, 24 de octubre de 2008

Ella se vistió de seda


En un remate de ropa por el cambio de estación, compró finalmente lo que siempre había soñado: un vestido de seda.

Como se lo quería llevar puesto, pasó al vestidor: no podía creer lo que veía en el espejo.

Nada más salir de la tienda, notó las atrevidas miradas de los caballeros que pretendían desnudarla, así como la ácida envidia de las damas que por ahí circulaban.

Decidió pasear por las calles elegantes de la ciudad en busca de algún romance. No tardó mucho en encontrarlo: un apuesto y elegante joven le sonrió, la abordó y la invitó a un bar a tomar la copa.

Después de cenar en un restaurante de moda, ella accedió tímidamente a ir al departamento del joven.

Se besaron en la sala, y finalmente terminaron en la elegante recámara.

Ella se quitó sensualmente el vestido de seda, dejando asomar su cuerpo velludo y su larga y enrollada cola. No pudo entonces resistir la tentación de subirse al ropero ni de columpiarse en la lámpara. Después corrió a la cocina a buscar una banana.

El joven, horrorizado, llamó inmediatamente a emergencias, en donde le informaron que, en efecto, esa tarde, del zoológico local, se había escapado una mono-araña muy coqueta.

Por la mañana, la mona amaneció de nuevo en su jaula.

El desconcertado galán pasó muchas tardes de su vida recostado en el diván de su psicólogo.

jueves, 23 de octubre de 2008

El engreído agujero en el queso


Aquel agujero presumía a diestra y siniestra de no tener nada de colesterol ni de grasa, en contraste con el resto del queso Emmental al que pertenecía, que los poseía en abundancia.

También decía que su aroma era tan agradable e intenso como el del resto del queso.

Por todo lo anterior, se consideraba a sí mismo como sano y dietético, algo único, una parte del queso muy especial y muy superior en muchos aspectos.

Argumentaba además que él no pesaba para nada en la economía doméstica.

lunes, 20 de octubre de 2008

El caballo regalado que cuidaba su dentadura


Sabiendo por las actitudes de su dueño que iba a ser regalado, aquel caballo –por si le veían los dientes- decidió ir al dentista para eliminar algunas caries, hacerse limpieza dental y mejorar su aliento.

domingo, 19 de octubre de 2008

El famoso pájaro en mano


Era un pájaro que pretendía ser mucho más de lo que realmente era. Por esa razón, decidió valer más que otros cien pájaros que por ahí volaban, entregándose voluntariamente a la mano de un transeúnte.

domingo, 5 de octubre de 2008

El dios surgido de la mar


Era el año 1011 del Señor. Ingemar despertó en una playa desconocida. Sólo recordaba su nombre y el viento huracanado que había destrozado su barcaza.

Quienes lo rodeaban en ese momento eran seres extraños, de facciones indias semejantes a aquellos que habían asesinado a su amigo Johan, pero éstos se veían amigables. Estaban desarmados, y le proporcionaban miel y frutas para reconstituirlo.

Volteó a todas partes para ver si alguno de sus compañeros estaba cerca, pero recordó que el naufragio había sido en alta mar, y que era un verdadero milagro que él hubiese sobrevivido.

El agotamiento, tras de haber ingerido algunas frutas sabrosas y reconstituyentes, le hizo dormir. Algo le decía que estaba en buenas manos.


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Era el año 982 del Señor. Eric el Rojo fue expulsado de la sociedad vikinga cristianizada a la que pertenecía, en lo que hoy es Noruega. Se le atribuían asesinatos, pero más que nada, era su actividad política lo que afectaba los intereses de quienes regían el mundo nórdico.

Su única opción fue dirigirse, con una treintena de familias, hacia un oasis en Groenlandia.

Las condiciones climáticas de ese nórdico lugar no eran las mejores, pero su gente se asentó ahí y sobrevivió con la pesca.

Sin embargo, la explosión demográfica de su pequeña colonia hizo que Eric pensase mejor las cosas. Uno de sus marinos allegados le dijo un día:

“A cuatro jornadas de navegación hacia el poniente, existe una tierra maravillosa llamada Vinland, en donde podríamos pasar épocas mejores.”

Eric el Rojo ya era viejo, y sus responsabilidades en la colonia lo obligaban a no moverse, por lo que invitó a su hijo Leif a que navegase a Vinland para evaluarla como opción de supervivencia.

Leif, adulto joven, pero consciente de lo precario de su colonia en Groenlandia, asumió el reto.

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Era el año 1010 del Señor cuando dos embarcaciones de madera salieron del oasis de Groenlandia rumbo al poniente. Eran unos veinte hombres, dirigidos por Leif Ericson, el hijo de Eric el Rojo, quienes, preocupados por la complicada situación de sus familias, decidieron ir en busca de mejores tierras. Entre ellos viajaba un marino sencillo pero sabio, de nombre Ingemar.

Llegaron en pocos días a su destino, en lo que hoy se conoce como la península del Labrador, y se maravillaron de la belleza de aquellos lugares repletos de bosques coníferos.

Buscaron una bahía sin viento y ahí atracaron. Tras de una pequeña exploración a la zona, decidieron que era segura.

Sin embargo, desde la oscuridad del bosque, eran observados por ojos penetrantes que pertenecían a caras pintadas de rojo y blanco.

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En cuanto desembarcaron, Leif Ericson ordenó la construcción de tres cabañas. Permanecerían ahí unos meses antes de enviar un mensajero a Groenlandia para llamar a sus familias.

Una noche, sin embargo, cuando el grupo se preparaba para dormir, indios hostiles irrumpieron la pequeña aldea y generaron una masacre contra los rubios invasores.

En la confusión de la batalla, viendo que nada había ya que hacer para evitar el exterminio de su gente, Ingemar y dos compañeros huyeron hacia las barcazas ancladas en la cercana bahía. Tomaron una, y a toda prisa se perdieron en la oscuridad de un océano que les serviría de refugio temporal.

Esa noche, una inesperada y enorme tormenta llevó la nave a lugares desconocidos. A pesar de ser expertos navegantes, los vientos y las olas los portaron lejos de todo lo conocido.

Dos días después, la nave, rota en su estructura, empezó a doblarse. El agua empezó a entrar en el bodegón. Ingemar y sus dos compañeros intentaron sacarla, pero un tronido les hizo ver que la nave estaba ya vencida. Un enorme torrente de agua inundó la barcaza.

Eso era todo lo que Ingemar recordaba al momento de despertar en una extraña habitación hecha de madera y palma.


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Era el año 1011 del Señor. Extraños cantos de aves y ruidos selváticos nuevos para él lo despertaron. Sintió un clima cálido y húmedo.

Estaba débil, y prefirió no huir antes de saber quién lo había llevado a ese lugar. Como sea, lo habían nutrido y asilado. No podía ser gente peligrosa.

Asomó por la pequeña ventana al escuchar el ruido de las olas. Vio una hermosa playa dorada que enmarcaba un océano azul profundo. Había árboles extraños, muy diferentes a los que él conocía. Después sabría que se trataba de palmas.

Una vez habiendo entendido todo lo posible de su nueva y extraña situación, emitió un grito amigable en su idioma para ver si había alguien cerca de él.

Inmediatamente llegaron dos indias sonrientes con un cesto de frutas desconocidas muy coloridas y aromáticas. Tenía hambre, así que devolvió la sonrisa y las fue comiendo una a una. Las mujeres lo observaban admiradas, sonrientes, amables.


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Poco tiempo después llegaron dos hombres y las mujeres se retiraron. Uno de ellos
era un cacique engalanado con llamativo plumaje en la cabeza. El otro era una especie de traductor que se dirigió a Ingemar infructuosamente en varias lenguas nativas.

Como sea, el extraño e ininteligible interrogatorio al que fue sometido, no fue desagradable. Obviamente querían saber quién era él. Con señas, gestos y algún vocablo en latín, él trato de contarles su historia.

No lo logró. Ellos estaban convencidos de que trataban con un dios. Sus ojos azules y su cabello rubio eran extraordinarios para los indios. El día anterior, al ser levantado su desvanecido cuerpo en la playa, el lucero de las mañanas –nuestro planeta Venus- lucía esplendoroso. Y para los indios, esa estrella matutina del mismo color de los ojos del náufrago, no era otra cosa que el dios serpiente Quetzalcóatl.

Tras de casi una hora de intentos de entendimiento con esos extraños indios, Ingemar se dio cuenta de que su situación era de privilegio: se había convertido en un dios local, y su nuevo nombre era Quetzalcóatl.

Si bien debía ser cauteloso, él decidió adoptar su nueva personalidad.

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Lo dejaron descansar un rato más, pues todavía se veía débil. Cuando despertó se encontró alrededor de su lecho con muchas más extrañas frutas, pero le llamó más la atención un cesto lleno de piedras de hermosos colores. Se trataba, desde luego, de un regalo para un dios.

Pronto vinieron a despertarlo y lo invitaron a salir a la playa, en donde una veintena de indios lo esperaban sentados alrededor de una fogata ritual. Todos le brindaron una genuflexión humilde, y le indicaron que se echase sobre una extraña alfombra hecha de un material vegetal fibroso para él desconocido.

El cacique que lo había entrevistado unas horas antes, habló para todos los asistentes. Ingemar –ahora Quetzalcóatl- comprendió el discurso: se sentían afortunados de que su aldea hubiese sido visitada por un dios.

Ahora lo más importante para él era comunicarse con esa amable gente que lo adoraba. Comprendió que ellos jamás entenderían su idioma, así que decidió abocarse a aprender la lengua nativa.

En menos de una semana, Quetzalcóatl poseería suficientes vocablos para expresarse y entender a sus interlocutores.

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Ingemar había dejado en Groenlandia una joven esposa embarazada y un hermoso bebé
regordete. De alguna manera concluyó que debería aprovechar su situación de dios para lograr que esa gente lo ayudase a construir una nave capaz de llevarlo de regreso a casa.

Sus conocimientos de marinero lo ubicaban muy al sur y al oriente de su hogar, pero él se las arreglaría para llegar, siempre y cuando los indios le proporcionasen madera, cuerdas, tejidos y herramientas.

Pronto se dio cuenta de que no sería tan fácil irse de ahí. Le hablaron de un gran señor, un tal Tezcatlipoca, que reinaba vastas regiones, incluida aquella hermosa aldea en la playa, quien quería conocerlo en su palacio.

Los indios locales se llamaban a sí mismos totonacas, y reconocían ser vasallos del gran señor de Tula, la gran metrópoli del imperio tolteca.

Su fe neocristiana y su optimismo lo indujeron a creer que ese tan poderoso rey Tezcatlipoca sería capaz de proporcionarle los recursos necesarios para su retorno a Groenlandia, así que aceptó emprender la marcha de tres jornadas hacia Tula.


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Ingemar no podía quejarse de las atenciones recibidas de parte de los totonacas durante su estancia en la aldea de la playa, ni de la forma en que fue tratado y atendido durante el largo caminar hacia Tula.

Tampoco fue mal recibido en la gran metrópoli, toda vez que los rumores en la región corrían rápido en Mesoamérica, y no todos los días aparecía un dios en una playa.

El mismo Tezcatlipoca, el gran señor de Tula, salió de la ciudad para recibirlo, rindiéndole una extraña forma de adoración.

Ingemar estaba sorprendido por todo esto, y temía que, si declaraba no ser una deidad, fuese asesinado. No podía olvidar que tan sólo era un marino náufrago extranjero, por más que los indios lo adorasen.

Le concedieron una habitación lujosa en su propio templo –el del dios Quetzalcóatl- y le brindaron ropa, penachos y toda clase de comodidades.


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En cierta forma, Ingemar-Quetzalcóatl era una divinidad: su caudal de conocimientos
en agricultura, en carpintería, en astronomía y en otras artes, le permitía ser un dios maestro, un catedrático divino en tierra de indios. Pronto su casa en el templo se convirtió en un aula llena de aprendices adoradores que asimilaban todos los conocimientos exóticos con cara de sorprendidos.

Cuando las asignaturas aprendidas fueron llevadas a la práctica, en cuestión de semanas se vieron los resultados: el maíz crecía más rápido; el aguamiel de los magueyes fue fermentado y convertido en embriagante pulque; los muebles de las vacías casas indígenas proporcionaron comodidad y funcionalidad.

Tezcatlipoca, interesado en el asunto y un poco celoso por el éxito inusitado de Quetzalcóatl, empezó a analizar la posibilidad de que éste no fuese un dios, sino tan sólo un hombre perteneciente a una cultura mucho más desarrollada…

Sin embargo, era tarde para manifestarlo ante sus súbditos: éstos ya lo veneraban en demasía.

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Llegó la temporada de ceremonias para satisfacer a los dioses, e Ingemar vio horrorizado cómo le brindaban corazones de seres humanos para que los devorase. Se negó a hacerlo como buen cristiano, y fue entonces que entró en conflicto con la casta sacerdotal que hasta entonces lo había cobijado. ¿Cómo podía el dios Quetzalcóatl no alimentarse de corazones humanos?

Lo anterior llegó enseguida a oídos de Tezcatlipoca, quien con ello confirmó sus sospechas: el dios era un usurpador, un humano avezado, muy lejos de ser una deidad.

Lamentablemente para el Señor de Tula, miles de indios adoraban y admiraban al dios surgido de la mar, así que era un poco tarde para enfrentarlo: había que asesinarlo discretamente, desapareciendo su cadáver para siempre.

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Era el año 1012 del Señor.


Ingemar-Quetzalcóatl notó el cambio de actitud de los cercanos a Tezcatlipoca, y se hizo rodear de sus adoradores, advertidos éstos del riesgo que corría del monarca celoso.

Ya convencido de que jamás Tezcatlipoca le daría elementos para construir una nave y regresar a casa, Ingemar no vio más opción, para salvar su vida y rescatar para el verdadero Dios –el cristiano- a los infelices indios que lo seguían fielmente, que generar una rebelión para destronar a aquél.

Pocos días después, en un intento de éste de asesinar a Ingemar, la rebelión tomó forma de guerra civil. Ambos bandos ocuparon diferentes lugares en la ciudad y las hostilidades empezaron de casa en casa. Hubo muchos muertos en Tula.

Una noche, Ingemar-Quetzalcóatl desapareció. Nunca quedó claro si fue secuestrado y asesinado, o si él mismo, arrepentido por las masacres que su presencia había generado, huyó de la ciudad esperando que con ello regresase la calma a Tula.

Jamás se volvió a saber de él.

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La guerra civil continuó varios años. Finalmente, las huestes de Tezcatlipoca derrotaron a los casi cristianizados adoradores de Quetzalcóatl. Muchos fueron sacrificados, pero dos grupos numerosos lograron escapar, uno hacia el sur y el otro hacia el poniente.

Los del sur llegaron a la península de Yucatán, asentándose en la abandonada ciudad maya de Chichén. Se llamaban a sí mismos los itzáes, y refundaron la ciudad con el nombre de Chichén Itzá. El templo principal, de origen maya, fue rehecho para adorar al gran Quetzalcóatl, el dios maestro, el dios serpiente de impresionantes ojos claros. Hoy, en los días de equinoccio, podemos ver al dios serpiente descender, por efectos de sol y sombra, las escaleras de la pirámide.

Los del poniente llegaron a una ciudad abandonada por los olmecas y los teotihuacanos, renombrándola Cholollan, tierra de refugiados. En ella construyeron
un hermoso templo dedicado a su gran divinidad, Quetzalcóatl, el hombre rubio blanco y barbado que les brindó tanta sabiduría y los alejó por siempre del salvajismo de los toltecas.