sábado, 7 de marzo de 2009
La libélula y el gato
Todos los atardeceres, desde hacía ya mucho tiempo, la libélula se alejaba de su charca y buscaba ansiosa al gato que cazaba ratones en la huerta.
El gato siempre la esperaba nervioso. Sabía de la puntualidad de la libélula.
Era un extraño amor entre seres muy diferentes, una dependencia rara y trascendente que era ya toda una tradición entre los animales de la zona.
La libélula se acercaba hasta tocar la nariz del gato. Éste, con sus rápidos instintos felinos, tiraba un zarpazo tratando de cazar a la libélula. Ésta, también muy rápida, esquivaba las temibles garras de aquél. Este ejercicio se repetía decenas de veces cada tarde, sin que jamás el gato atrapase a la libélula.
Justo cuando se ponía el sol, la libélula retomaba el vuelo hacia su charca para dormir, siempre convencida de que sus rápidos reflejos constituían una enorme frustración para el engreído felino.
El gato, ya cansado de tanto ejercicio, regresaba siempre a su morada satisfecho por haber intencionalmente perdonado una vez más la vida a la latosa libélula de la charca.
Los dos, mientras lograban conciliar el sueño, reconocían para sí que ambos necesitaban muchísimo el uno del otro, y esperaban ansiosamente el siguiente día.
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