sábado, 28 de febrero de 2009

Como me ves...te verás


La Muerte está angustiada. A pesar de que no tiene músculos faciales que manifiesten sus emociones, es obvio que está muy preocupada.

Los huesos de su calavera, haciendo las veces de tétricos músculos autosuficientes, denotan su enorme angustia, y está muy claro que está totalmente demacrada y temblorosa.

No es para menos. Nadie se lo dijo jamás, y ahora, de repente, se entera:

Su propia muerte está cerca, muy cerca. Ya fue avisada. Ella, que creía ser inmortal, ahora se enfrenta a la cruda realidad del fin de su existencia.

La Muerte de las Muertes pasará por ella esta misma noche.

Ella, que jamás tuvo sentimientos ni oídos para los seres humanos, ahora apela a ser comprendida, y pide más tiempo de vida.

No será escuchada, al igual que ella jamás escuchó los lamentos y ruegos humanos.

Sus viejos y duros huesos serán festín para los gusanos, como nos ocurre a nosotros.

Una Muerte recién nacida ocupará su lugar inmediatamente. Eso no puede postergarse.

¡Descansa en paz, Muerte!

domingo, 22 de febrero de 2009

Carnaval al revés


En aquella ocasión, las grotescas figuras carnavalescas decidieron hacer un carnaval al revés.

Se vistieron de humanos, llegaron a las ciudades, se transportaron en autos, autobuses y metro, fueron a trabajar, contaminaron, consumieron, riñeron entre ellos, regresaron a casa, vieron la televisión y se acostaron para dormir.

A la mañana siguiente, ya acabada la fiesta, todos ellos volvieron a su cotidiana forma de vida grotesca, riéndose de todo lo ocurrido el día anterior, mientras actuaron disfrazados de aburridos y rutinarios seres humanos.

sábado, 21 de febrero de 2009

Monólogos con los demás y diálogos con uno mismo


Él sabía de sobra que estaba solo en el mundo. Lo supo desde el día de su nacimiento, y nadie tuvo que recordárselo, pues su cerebro era de verdad portentoso.

De joven dio oportunidad a otros de compartir sus profundos conceptos. Fue así que aprendió que la fortaleza del ser estaba en uno mismo, en sus adentros, y que afuera nada era seguro ni objetivo.

Así, decidió robustecer y embellecer su alma, sus pensamientos, su conciencia. Dejó de preocuparse por lo que ocurría fuera de él, pues no era algo que su fuerte carácter pudiese controlar.

Nunca pretendió triunfar hacia afuera, pues jamás le interesó aquel gelatinoso exterior sujeto a circunstancias, caprichos, subjetividades, mediocridades y envidias.

Pero triunfó hacia adentro. Su musculatura anímica desarrolló tanto y generó tanta riqueza espiritual, tanta creatividad, que vivió realizado hasta su muerte.
Fue un premio Nobel de sí mismo, paseó mil veces por la alfombra roja del éxito interior, llenó su pecho de medallas internas de las que se sentía de verdad orgulloso.

Murió con toda la gloria y el respeto que sólo uno puede brindarse cuando de verdad se es grande, a pesar de que su velorio estuvo prácticamente vacío, cosa que era de preverse…y que jamás le quitó el sueño.

miércoles, 18 de febrero de 2009

El personaje


Él siempre había sabido que no era más que un personaje de una novela como hay muchas, así que, cuando apareció el autor frente a su lecho de agonía, no hubo sorpresa alguna, sino la oportunidad de lograr un diálogo profundo con su creador.

Ya sus escasos seres queridos consideraban que estaba en coma fatal, por lo que se habían ido –como ordenaba el texto- a cumplir con sus responsabilidades mundanas de supervivencia, así que él disponía de algún tiempo para dialogar con el autor, para agradecerle la oportunidad de haber sido parte relevante de una obra de literatura, pero sobre todo para reprocharle que su papel en esa triste historia no había sido para nada satisfactorio: toda una vida de sufrimiento, párrafo tras párrafo, capítulo tras capítulo.

Le reclamó que lo había concebido como miserable mendigo con toda clase de carencias desde el nacimiento; que jamás tuvo la menor oportunidad de disfrutar algo bueno; que nunca tuvo un día o una página de descanso en su lucha por conseguir dos céntimos para poder cenar algo y amainar un poco el hambre crónica; que siempre recibió miradas despectivas (o lastimeras, en el mejor de los casos) de los demás personajes de aquel cuento que ahora llegaba a su fin.

El autor, dándose cuenta tardíamente de que este personaje había soportado todos los sufrimientos y escarnios que su caprichosa pluma había dictaminado, muerto del remordimiento, le ofreció renacer en otra obra en la que sería un príncipe guapo y bien querido por su pueblo, o un héroe reconocido por las multitudes, o un multimillonario lleno de recursos de todo tipo.

El personaje, ofendido, lo miró con desprecio, y le pidió que se alejase inmediatamente, que le dejase disfrutar del maravilloso silencio de aquel agradable estado de coma, seguramente el mejor momento que había conocido en aquella lamentable presentación literaria que, para algunas criaturas como él, era lo equivalente a lo que nosotros conocemos como vida.

lunes, 16 de febrero de 2009

Matacuás


Era una cuesta de enero con verdadera mala leche.

Desde que vino al mundo rogó al dios Calendario que le brindase una oportunidad para demostrar cuán perversa podía ser, y qué mejor que debutar en el 2009, un año de verdad complicado.

Era experta en economía, y leía a diario lo que estaba sucediendo en los mercados mundiales, así que concluyó que era una cuesta privilegiada: ocupaba el lugar ideal en el momento ideal.

Planeando y planeando acerca de cómo podía ser más dañina y mortífera, se dio cuenta de que existían dos estrategias que, combinadas, harían estragos en la ignorante y odiada humanidad:

Una era aumentar su propio grado de dificultad, generando desempleo, escasez, carestía, inflación y recesión, todo al mismo tiempo; la otra era mutar para dejar de ser la cuesta de enero y convertirse también en la cuesta de febrero, marzo, abril, mayo, junio, julio, agosto, septiembre, octubre, noviembre y diciembre, y, por qué no, de los años siguientes.

Y cuando ya nadie parecía capaz de detenerla, de la nada apareció Matacuás, el devorador de cuestas de enero y de crisis económicas, quien con un par de dentelladas destrozó al monstruo para siempre, ante una sorprendida y agradecida humanidad que le aplaudía emotivamente.

En ese momento, Juan despertó muy entusiasmado de su sueño, e inmediatamente salió al jardín a buscar el diario de esa mañana.

Leyó todas las noticias y comentarios económicos, en donde se hablaba y se reconocía la gravedad de la situación. Pero por más que buscó con lupa y página tras página, el paladín Matacuás no apareció por ninguna parte…

domingo, 15 de febrero de 2009

Momentos complicados


Estaba demasiado acompañado para poder ser feliz.

Quienes compartían sus espacios íntimos era críticos severos, o exigentes, o molestos, o imperfectos, o no le agradaban por una u otra razón.

Su conciencia lo reñía y reprochaba constantemente; su ego nunca quedaba satisfecho; su autoimagen le resultaba insatisfactoria; al espejo, su reflejo mostraba demasiadas imperfecciones; su sombra no le gustaba; y su silueta no disfrazaba para nada los múltiples defectos de su figura.

Por todo lo anterior, aquella noche prefirió quedarse solo en la oscuridad de su estancia.

jueves, 12 de febrero de 2009

La vaca y el maquinista


Joseph era un maquinista veterano, encargado de manejar la ruidosa locomotora que atendía la región ganadera de Stattford.

Su jubilación estaba cerca, lo que lo ilusionaba mucho, pues ya quería disfrutar plenamente de la paz de su hogar, de su mujer y de sus dos nietos.

Una mañana soleada, en plenos pastizales, vio un objeto extraño sobre las vías. Metió el freno tan rápido y fuerte como pudo. Apenas pudo librar el accidente.

Cuando le bajó la adrenalina, vio que lo que había sobre la vía, a escasos metros de la detenida locomotora, era una vaca pariendo.

Joseph apagó la locomotora y esperó un rato a que acabara el parto, pero se dio cuenta de que éste se estaba complicando: la criatura por nacer estaba atorada, y la vaca sufría horrores.

Sin ningún conocimiento de veterinaria ni de ganado, pero con mucho amor por los animales, bajó de la máquina y ayudó a la vaca en su trance, un poco con tirones, otro poco con apretujones, pero sobre todo, con mucho afecto.

La vaca, tras de limpiar con su lengua a su ternera recién nacida, le dirigió a Joseph una mirada de agradecimiento.

Joseph ayudó a la vaca y a la ternera a despejar la vía del tren, y volvió a encender la máquina. A modo de despedida, les dirigió un pitido largo. La vaca, sorprendentemente, respondió con un mugido mientras golpeaba su costado con el rabo.

A partir de ese día, cada vez que el tren pasaba por aquellos pastizales, Joseph bajaba la velocidad para poder ver cómo crecía la ternera. Siempre repetía el pitido largo, y la vaca también mugía y movía el rabo.

La sorpresa mayor fue tres meses después, cuando la ternera empezó a imitar a la madre, e igualmente dirigía un mugido y un movimiento de rabo al tren de Joseph.

Pasaron los años. La mujer de Joseph estaba extrañada de que su marido no hubiese todavía usufructuado su derecho a jubilarse, a pesar de que sabía que lo apreciaría.

La razón para Joseph estaba clara: quería ver el día en que la ternera (ya de tres años de edad) diese a luz a su becerro.

Esto ocurrió una mañana de primavera, también en las cercanías de las vías del tren.

Joseph detuvo la máquina completamente y se apeó para ver el nacimiento de quien a partir de ese mágico momento consideró como un nuevo y especial nieto. También estaba presente y muy contenta, la orgullosa abuela vacuna.

Una vez que el parto estuvo terminado, Joseph montó en la locomotora, y dirigió a los tres animales un pitido largo, el mismo de siempre.

La respuesta fue también la de siempre: la vaca mayor y la ternera ahora madre, dirigieron a Joseph un mugido largo y afectivo.

Al día siguiente, Joseph fue a las oficinas del sindicato ferrocarrilero a tramitar su retiro definitivo.

martes, 3 de febrero de 2009

El hongo desmotivado


Él quería ser grande y apreciado como los champiñones del supermercado, o mejor aún como las setas que vendía doña Amalia en el mercado de los jueves.

Deseaba de corazón ser vegetariano y alimentarse del húmedo humus de la fértil tierra boscosa, como hacían muchas especies de hongos en todo el planeta, o tal vez disfrutar de un sombrero de muchos y vivaces colores, aunque por ello se convirtiese en venenoso.

Pero la vida lo hizo carnívoro devorador de células cutáneas y queratina, lo dotó de mala apariencia y de un olor insoportable.

Su hábitat eran los pies humanos, y su nombre, pie de atleta.

domingo, 1 de febrero de 2009

La danza de las Verdades


En aquel extraño universo convivían de muy mala manera cientos de miles de Verdades Absolutas montadas unas sobre otras, todas ellas orgullosas y altivas, desdeñándose entre sí, con el argumento de que cada una de ellas era la auténtica, la única, la primera y la última. Ese mundo era un campo de batalla, una verdadera carnicería de opiniones encontradas.

Pero un día nació una Verdad Absoluta Relativa, una criatura que daba su lugar a las otras, que respetaba lo que cada una argumentaba sin por ello dejar de creer en sí misma, un ser extraordinario que jamás pretendió imponerse a las demás, a pesar de lo fuerte que podía ser su argumentación.

Y aunque las demás pesaban muy poco una por una, eran tantas, que un día la Verdad Absoluta Relativa murió aplastada por el peso de las otras, sin siquiera haber llegado a la madurez.

Las Verdades Absolutas siguen –y seguirán por siempre- en su sobrepoblado mundo tratando de imponerse las unas sobre las otras. Todas ellas saben con certeza que las demás están totalmente equivocadas.