Ya soy un anciano, y estoy de verdad enfermo. Mis días están contados: sé que es cuestión de semanas, meses o un par de años tal vez, para que abandone este complicado mundo que jamás entendí.
Llegó el momento de hacer público algo para mí muy relevante, algo que guardé como el gran secreto de mi vida, tras de algunas ingenuas y desubicadas confesiones de niño que nadie creyó, y que incluso me llevaron a absurdas y pesadas terapias fuera de lugar promovidas por mis queridos y preocupados padres, de parte de un honesto psicólogo infantil que inútilmente trató de negarme la realidad que viví desde que vine a este mundo, pretendiendo convencerme -de buena fe- de que era algo inexistente, pero que para mí era muy obvio, muy presente.
Mi amigo de siempre estaba ahí desde antes de mi parto. En el vientre de mi madre existían dos sensaciones predominantes, ambas muy gratas: el latido de ella y la presencia del ente.
Me acostumbré a las dos, pero pocos meses después de nacido, el ritmo cardíaco de mi madre pasó –como es normal- a un segundo plano, no así la presencia de mi amigo. Él permaneció junto a mí toda la vida. Todavía me acompaña. Su agradable compañía es innegable.
Nunca me dijo quién era ni por qué estaba a mi lado, ni me explicó su naturaleza inmaterial. Me bastaba su compañía, así que nunca sentí necesidad de hacerle preguntas, ni de cuestionar su existencia o esencia.
Estuvo a mi lado en los momentos difíciles a los que la vida nos enfrenta. Nunca me falló ante la adversidad, y siempre iluminó mis dudas, dándome fuerzas para salir adelante en los escollos que esta vida genera día con día.
Muchas veces conversamos íntimamente entre nosotros, pero siempre respetando el misterio de la naturaleza de cada quien.
Hoy, ante el inminente fin de mi existencia, estoy preocupado por él. Tal vez él lo esté por mí, no lo sé. Nunca fui creyente, y ahora me enfrento al misterio de la inevitable muerte. Y así como él fue para mí un apoyo existencial, temo también haberlo sido para él.
Creo de verdad que, tras de mi muerte, me convertiré en polvo, en carne de gusano o en ceniza de horno crematorio.
No sé que será de él. Se niega a responderme esta pregunta. Espero que no dependa de mí tanto como yo he dependido de él, y si así fuera, deseo que encuentre otra alma paralela que lo acompañe en lo sucesivo.
Desconocido amigo de siempre: fuiste algo maravilloso en mi existencia. Espero que tu naturaleza sea más fuerte y perenne que la mía. Te regalo mi eterno agradecimiento, y deseo de corazón que este universo desconocido te sea grato, como siempre lo fue tu presencia en mi vida.
Llegó el momento de hacer público algo para mí muy relevante, algo que guardé como el gran secreto de mi vida, tras de algunas ingenuas y desubicadas confesiones de niño que nadie creyó, y que incluso me llevaron a absurdas y pesadas terapias fuera de lugar promovidas por mis queridos y preocupados padres, de parte de un honesto psicólogo infantil que inútilmente trató de negarme la realidad que viví desde que vine a este mundo, pretendiendo convencerme -de buena fe- de que era algo inexistente, pero que para mí era muy obvio, muy presente.
Mi amigo de siempre estaba ahí desde antes de mi parto. En el vientre de mi madre existían dos sensaciones predominantes, ambas muy gratas: el latido de ella y la presencia del ente.
Me acostumbré a las dos, pero pocos meses después de nacido, el ritmo cardíaco de mi madre pasó –como es normal- a un segundo plano, no así la presencia de mi amigo. Él permaneció junto a mí toda la vida. Todavía me acompaña. Su agradable compañía es innegable.
Nunca me dijo quién era ni por qué estaba a mi lado, ni me explicó su naturaleza inmaterial. Me bastaba su compañía, así que nunca sentí necesidad de hacerle preguntas, ni de cuestionar su existencia o esencia.
Estuvo a mi lado en los momentos difíciles a los que la vida nos enfrenta. Nunca me falló ante la adversidad, y siempre iluminó mis dudas, dándome fuerzas para salir adelante en los escollos que esta vida genera día con día.
Muchas veces conversamos íntimamente entre nosotros, pero siempre respetando el misterio de la naturaleza de cada quien.
Hoy, ante el inminente fin de mi existencia, estoy preocupado por él. Tal vez él lo esté por mí, no lo sé. Nunca fui creyente, y ahora me enfrento al misterio de la inevitable muerte. Y así como él fue para mí un apoyo existencial, temo también haberlo sido para él.
Creo de verdad que, tras de mi muerte, me convertiré en polvo, en carne de gusano o en ceniza de horno crematorio.
No sé que será de él. Se niega a responderme esta pregunta. Espero que no dependa de mí tanto como yo he dependido de él, y si así fuera, deseo que encuentre otra alma paralela que lo acompañe en lo sucesivo.
Desconocido amigo de siempre: fuiste algo maravilloso en mi existencia. Espero que tu naturaleza sea más fuerte y perenne que la mía. Te regalo mi eterno agradecimiento, y deseo de corazón que este universo desconocido te sea grato, como siempre lo fue tu presencia en mi vida.
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