
Un día, un circunstancial halcón peregrino que extravió su ruta, le habló del mar, del mágico color azul, del excelente clima y otras bondades de aquellos lugares no del todo lejanos.
Nuestro cóndor no lo pensó mucho tiempo, y decidió bajar a las playas del Océano Pacífico y posarse en un acantilado ante la sorpresa de albatros, gaviotas y pelícanos locales, que nunca imaginaron que existiese un pajarraco de ese tamaño.
Como tenía que alimentarse, le pidió a un pelícano que tenía cara amigable que le enseñase la

Durante muchos años se convirtió en una leyenda para los pescadores de la región, quienes disfrutaban viéndolo volar en picada y salir del agua con presas de buen tamaño, y volar a las rocas cercanas para engullirlas.
El cóndor ya no está. Hay quien dice que murió ahogado en una mala zambullida. Otros creen que decidió ir a pasar sus últimos días a la abrupta montaña que lo vio nacer, acompañado de aquella gaviota gris que tanto lo quiso.

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