martes, 15 de junio de 2010
El amigo de los muertos
Todas las tardes, justo cuando el sol amainaba y sus rayos volvían a ser amables, aparecía aquel hombre de pelo blanco en la puerta del cementerio. Solía sentarse sobre la losa de alguna tumba, y ahí permanecía en absoluto silencio hasta que el guardia le pedía que se retirase para poder cerrar aquel lugar de descanso de almas.
El párroco de una iglesia cercana, un obsesivo de salvar almas adoloridas, supo de aquel hombre, pensando que tal vez añoraba a su fallecida esposa, a algún hermano o amigo cercano. Un día decidió ir a apoyarlo con sus plegarias.
“¿Qué haces aquí, hijo?”, le preguntó el cura, si bien lo notó tranquilo, sin manifestar ninguna pena o dolor.
“Me gusta estar cerca de los muertos, porque son muy sabios. Observo que la muerte es parte de la madurez”, respondió el hombre.
“¿Sabios y maduros los muertos?”, preguntó el sacerdote. “Debe ser por la residencia eterna al lado del Señor”, continuó.
“No, señor cura. No hay ni cielo ni infierno. Lo único que hay más allá de la muerte son estas tumbas que aquí vemos”, respondió el hombre.
“Si lo ves así –dijo el cura- es porque eres ateo. ¿Cómo puedes decir que estos seres, convertidos en polvo y ceniza, pueden ser sabios y maduros?”
“Escuche bien, señor cura: sé de sobra que estos muertos en las tumbas son polvo y ceniza tal como usted dice, pero aun así son sabios y maduros”, respondió el hombre.
“No te entiendo, hijo”, continuó el cura pidiendo una aclaración a lo anterior.
“Mire, padre –dijo el hombre algo molesto-: los muertos no interrumpen mis meditaciones, como usted acaba de hacerlo; no imponen creencias, como usted pretende; no pretenden salvar almas; no envidian las tumbas de los vecinos; no mienten, ni presumen, ni difaman…”
Una semana después, justo cuando el sol amainaba y sus rayos volvían a ser amables, empezó a aparecer a diario, en la puerta del cementerio, un cura meditabundo que solía sentarse solo sobre la losa de alguna tumba, y ahí permanecía en absoluto silencio hasta que el guardia le pedía que se retirase para poder cerrar aquel lugar de descanso de almas.
lunes, 14 de junio de 2010
La esfera de cristal
Muchas personas la percibimos al mismo tiempo. Venía cayendo desde muy arriba a gran velocidad. Era obvio que si alguien no intervenía atrapándola, se estrellaría contra el suelo.
Las consecuencias de ese inminente estrellamiento eran predecibles: la esfera se rompería en mil pedazos, lo que era a todas luces indeseable.
La esfera de cristal seguía cayendo. Alguien tenía que asumir la responsabilidad de atraparla para evitar ese desagradable incidente.
De repente noté que, de toda aquella multitud que la había visto caer inicialmente, muchos ya habían desaparecido.
Quedábamos pocos, cada vez menos, y todos a mi alrededor empezaron a disculparse y a dar razones por las que no podían atrapar la esfera de cristal, la que angustiosamente se acercaba al suelo.
El estrellamiento era inminente, así como las consecuencias. Fue entonces que me di cuenta de que estaba yo solo, el único de verdad preocupado por ella.
Extendí mi brazo y la atrapé.
De alguna manera, en ese momento adquirí una nueva responsabilidad.
Una más entre muchas.
Dedicado con mucho cariño a mi frágil esfera de cristal, mi perra Shira.
domingo, 13 de junio de 2010
Los desatinos de la Culpa
De sobra sabía que era una criatura experimentada con millones de años de edad, capaz de afectar tanto a los animales superiores como a los humanos. Era además manipuladora y perversa, y se instalaba plácidamente en el consciente y el inconsciente de los seres sensibles para así hacer de las suyas.
Fue así que la Culpa –completamente segura de sí misma- decidió un día penetrar el alma de Juan, con el único objetivo de que éste se sintiera mal por sus frecuentes fechorías.
Pero Juan, un hombre con mucho trayecto recorrido en su pecadora vida como asesino, violador, ladrón, mujeriego, extorsionador, narcotraficante, golpeador, mal padre, mal hijo y cosas peores, era un cínico perfecto e indoblegable. Soportó la presión interna como si nada hubiese ocurrido, hasta que la Culpa –sabiéndose completamente inofensiva- optó por retirarse de aquella alma pétrea.
Después de ese rotundo fracaso, con interminables burlas y carcajadas, los Remordimientos, la Angustia y los Cargos de Conciencia lograron hacer que la Culpa se sintiese culpable de haber sido totalmente inefectiva.
Juan siguió haciendo de las suyas.
sábado, 12 de junio de 2010
La enorme frustración de la mosca madre
La mosca sintió que el DDT le abrasaba la piel.
Supo que su muerte era cosa de minutos, justo cuando orgullosamente había visto la eclosión de sus huevecillos y la conformación de cientos de hermosas y tiernas larvas que empezaban a alimentarse del cadáver de aquel ratón en donde ella había decidido criarlas.
Había que dejarles un mensaje, algo que les hiciese saber que habían tenido una madre cariñosa que había velado por sus huevecillos hasta que el destino había acabado con esa ilusión maternal de irrelevante insecto díptero.
Se dio cuenta entonces de que una mosca no habla, no escribe, no transmite señales de ningún tipo, además de que las larvas estaban demasiado ocupadas alimentándose, como para distraerse leyendo o escuchando mensajes de una desconocida, aunque fuese su madre.
La abnegada mosca falleció en pocos minutos, totalmente frustrada por no haber podido transmitir su mensaje de amor a sus criaturas.
Las larvas, indiferentes, siguieron comiendo la carne putrefacta del roedor.
miércoles, 9 de junio de 2010
El buscador de la Verdad
Él sabía –porque se lo habían asegurado- que la Verdad estaba debajo de una piedra, pero había millones de piedras bajo las cuales buscarla.
Alguien le dijo que la piedra bajo la cual podría hallar a la Verdad era de color gris, pero no le dijo el tono de gris.
En su desesperación por encontrar la Verdad, empezó a levantar todas las piedras grises que encontró en su camino, pero más allá de encontrar lombrices, arañas, moho e insectos, la Verdad no aparecía.
Caminó cientos de kilómetros de brechas levantando piedras grises, hasta que un duende le dijo que la Verdad podría no estar necesariamente bajo una piedra en una brecha, pues las brechas eran excepcionales en este planeta: debía buscar la Verdad bajo una piedra en el campo, en los pedregales, en cualquier lugar.
Había iniciado la búsqueda en la adolescencia, y ya era casi un anciano, pero jamás se desesperó. En su vida había ya levantado millones de piedras grises de todos tamaños, infructuosamente.
Un mal día, al levantar una piedra pesada en algún lugar inhóspito, sintió un fuerte dolor en el corazón. Murió de un infarto en pocos minutos, y, para colmo, ahí no estaba la Verdad que toda su vida había tratado de encontrar.
Su alma llegó a un lugar lleno de espíritus de seres que habían dedicado su vida a buscar la Verdad bajo las piedras, dentro de la maleza, en los libros sagrados, en el fondo de los lagos, en las nubes blancas o grises, en el arco iris, en todos los lugares imaginables.
Entre ellos especulaban todo el tiempo en dónde podría estar la Verdad que ninguno de ellos había logrado encontrar en vida.
Un día, de repente, llego hasta ese lugar una extraña noticia que generó escozor y sorpresa entre todos ellos:
Un niño de doce años había encontrado la Verdad, perfectamente oculta dentro de una burbuja en una botella de CocaCola.
sábado, 5 de junio de 2010
El extraño caso del suicidio de la letra equis
Su enorme e indudable eXperiencia en la literatura, en la sintáXis, en la gramática, e incluso en la eXtraña álgebra, la hacían sentirse eXtraordinaria. Su imagen estaba siempre relacionada con el misterio, con lo desconocido, con lo eXótico. De todo eso no le cabía la menor duda.
Se eXhibía en teXtos y libros sabiendo que era lo máXimo: una eXcelente y eXitosa letra fonéticamente fuerte que –según creyó ella- jamás caería en eXcesos.
Pero eXternó demasiado su eXcelencia en el eXterior.
Fue entonces que ella supo que era una eXcepción a una importante regla, al enterarse de que era la única letra del alfabeto que no aparecía en su propio nombre, por lo que eXpiró de voluntaria tristeza y eXagerada depresión.
Las demás letras del alfabeto eXperimentaron sorprendidas este lúgubre e ineXplicable evento gramatical durante sus eXequias literarias.
La Lengua Castellana, muy preocupada por el suicido de esa eXperimentada letra, la remplazó inmediatamente por la letra “ese”, pero las cosas jamás volvieron a ser igual en nuestro eScelente y eStendido idioma.
Descanse en paz la otrora eScelsa letra equis.
miércoles, 2 de junio de 2010
El personaje del cuento
Tuvo que escribir decenas de historias trágicas, cientos de comedias y muchísimos cuentos. Tuvo que releer muchas de sus obras y revisar la profunda esencia de todos sus personajes principales, para darse cuenta de que éstos eran uno solo, siempre el mismo, uno que simplemente variaba su comportamiento y vestimenta de acuerdo a las circunstancias del cuento.
Analizó exhaustivamente todas las características que poseía dicho personaje; revisó cualquier escenario en que lo había puesto en cada una de sus obras para entender sus razones y actitudes. Fue como verse en el espejo: era él mismo, con las mil facetas que la vida lo obligaba a asumir en cada caso.
También se dio cuenta de que, en casi cualquier circunstancia, su personaje era perverso, muy sutil e inteligente, pero perverso. Cuando le tocaba ser héroe, lo era por su conveniencia; cuando hacía reír a los lectores, era para disimular su maldad; cuando hacía de malvado, era sublime, inimitable.
El escritor entró en crisis consigo mismo. Nunca más escribió un cuento, ni un drama, ni una novela, ni un romance, porque en este mundo, quien se suicida, no posee ya la capacidad de volver a escribir.
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