lunes, 14 de junio de 2010

La esfera de cristal


Muchas personas la percibimos al mismo tiempo. Venía cayendo desde muy arriba a gran velocidad. Era obvio que si alguien no intervenía atrapándola, se estrellaría contra el suelo.

Las consecuencias de ese inminente estrellamiento eran predecibles: la esfera se rompería en mil pedazos, lo que era a todas luces indeseable.

La esfera de cristal seguía cayendo. Alguien tenía que asumir la responsabilidad de atraparla para evitar ese desagradable incidente.

De repente noté que, de toda aquella multitud que la había visto caer inicialmente, muchos ya habían desaparecido.

Quedábamos pocos, cada vez menos, y todos a mi alrededor empezaron a disculparse y a dar razones por las que no podían atrapar la esfera de cristal, la que angustiosamente se acercaba al suelo.

El estrellamiento era inminente, así como las consecuencias. Fue entonces que me di cuenta de que estaba yo solo, el único de verdad preocupado por ella.

Extendí mi brazo y la atrapé.

De alguna manera, en ese momento adquirí una nueva responsabilidad.

Una más entre muchas.

Dedicado con mucho cariño a mi frágil esfera de cristal, mi perra Shira.

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