viernes, 7 de junio de 2019

El perro metrosexual

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Robin era un finísimo Fox Terrier cuyos genes lo obligaban a cazar zorros.

Sus instintos lo invitaban a saltar zarzas espinosas, a llenarse de cardos, a brincar en el lodo, a perseguir implacablemente a los cánidos de la campiña británica.

Lamentablemente su vocación genética ya no se requería en un país en donde la cacería de zorros estaba totalmente proscrita por los ecologistas.

Para colmo, su amo era metrosexual obsesivo, y lo llevaba cada tercer día a la estética canina, en donde lo bañaban con agua caliente, lo secaban con pistola de aire, le cortaban el pelo, le pulían las garras y lo perfumaban.

Así, Robin vivía frustrado. Los perros del barrio generaban rumores negativos acerca de su virilidad. Las sexuales perras burguesas de su vecindario no disfrutaban de su apariencia afeminada e incluso se reían burlonas a sus espaldas.

Un día, Robin desapareció. Salto la valla de su aburguesada mansión, y tomó la decisión de ser perro callejero.

Hoy vive feliz, sin collar, con su pelo enmarañado, oliendo a drenaje, teniendo relaciones sexuales con perras circunstanciales, cazando ratas y agradeciendo a las estrellas su nueva vida.

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