miércoles, 5 de junio de 2019

El cuento que nunca nació

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El autor (que en este caso no lo fue) era un hombre muy creativo. Sus ideas brotaban como excelso manantial de agua fértil, en donde las musas nadaban alegremente en todo momento. Su capacidad de convertir una simple idea en un texto genial era mundialmente reconocida: premios literarios de todo tipo se mostraban orgullosamente en sus vitrinas.

Pero aquella idea nunca prosperó. Surgió de repente, en un momento de inspiración. Él la acarició durante algunos minutos. La dejó para más adelante. Ella insistía en ser un precioso cuento, pero el autor tenía otros proyectos, otros objetivos.

La idea insistía. Cada mañana, cuando el autor despertaba, ella se hacía presente: “¡Hey, aquí estoy. Valgo la pena!” Y él coqueteaba con ella, le generaba falsas ilusiones…y la dejaba caer día tras día.

Un día la idea, ya desesperada por convertirse en cuento, intentó su última jugada: su propuesta era ya mucho más que un argumento: le brindó frases, personajes, finales felices y finales tristes, dramas y comedias, opciones, estilos literarios, optimismo. Pero el autor finalmente la abandonó por otros proyectos literarios.

Hoy la idea está muerta, enterrada en el cementerio infantil de lo que pudo haber sido y no fue.

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