Se sospechaba de demasiados, así que el fiscal
decidió emplear la técnica de conocer primero el motivo para el crimen. ¿Quién
odiaba tanto a la profe como para poner el frasco con el alacrán sobre su
escritorio?
Su ayudante, el detective Ramírez, volteó la
argumentación del caso, preguntando:
“¿Qué hizo la profe para que alguien la odiase
tanto al extremo de ponerle un frasco con un alacrán sobre su escritorio?”
Entonces se procedió a ver qué clase de
persona era la profe y a qué calaña pertenecía realmente.
Se estudiaron a fondo sus antecedentes
familiares, académicos, fiscales, personales, matrimoniales, médicos, lúdicos y
psicológicos.
Se armó un expediente de 450 fojas que no arrojaban
la menor luz sobre el caso, excepto algunas escabrosidades de la profe no
relacionadas con el caso, mismas que el detective Ramírez prefirió caballerescamente
obviar y no incluir entre los antecedentes del expediente.
Como no se encontraron elementos que
justificaran tanto odio a la profe, se procedió a analizar al alacrán.
Resultó ser de la especie Centurión, no fatal,
pero sí agresivo, capaz de adormecer al ser humano a quien le inyectase su
ponzoña. “Pero –y esto lo puntualizó el detective Ramírez- el alacrán, de ser el
culpable, necesitó necesariamente de un cómplice para que le cerrara el frasco”.
“¿Por qué en un frasco?”, preguntó Ramírez.
¿Por qué no quisieron que el alacrán la picase? Pienso que se trataba tan sólo de
una advertencia.”
Se procedió a analizar el frasco: el tipo de
vidrio; sus componentes; la tapa; la rosca de la tapa y las huellas digitales.
Se concluyó que era un frasco de mermelada McCormick, pero la empresa
fabricante de este producto negó cualquier relación con el caso. Tampoco había
huellas digitales, por lo que se concluyó que se estaba ante un hecho realizado
por profesionales de la extorsión. Se revisaron decenas de expedientes de
criminales, algunos de los cuales fueron entrevistados por Ramírez, pero todos ellos
tenían coartadas irrefutables.
El expediente llegó a las 986 fojas.
El fiscal, preocupado por un fracaso más en su
historial, estaba urgido de una explicación racional. La presión que ejercía
sobre el detective Ramírez era enorme, así que éste entrevistó al director de
la escuela, a los demás profesores y a
la totalidad de los alumnos del plantel escolar. Algunos niños
sospechosos fueron discretamente torturados en las galeras de la Prefectura de Policía,
pero ninguno confesó haber sido.
Ya con 2476 fojas en el expediente del frasco
con el alacrán en el escritorio de la
profe, finalmente compareció voluntariamente en la fiscalía una nena de siete
años de nombre Marianita con la respuesta al complicado caso:
“La profe Estela es muy linda y le gusta revisar
todo minuciosamente en el microscopio. Atrapé el alacrán en mi casa y decidí
regalárselo. Simplemente olvidé comentárselo.”
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