Érase que se eran dos personalidades absolutas,
obviamente superiores la una a la otra.
Ambas tenían un currículo de victorias incuestionables
en lo que se refería a tener la razón. Miles de discusiones avalaban sus determinaciones
lapidarias, fulminantes, absolutorias. Después de tanto tiempo, las dos
permanecían invictas.
Lamentablemente para ellas, llegó el día en
que tuvieron que encontrarse en un inevitable punto de argumentación
existencial. Era algo así como el enfrentamiento por el título absoluto de los
pesos completos de la NBA
(National Boxing Association) y la
WBA (World Boxing Association). Imaginemos una pelea fuera de
época entre Rocky Marciano y Cassius Clay (Mohamed Alí), por la unificación del
título de los pesos completos de todos los tiempos.
¿Quiénes eran?
Se trataba nada menos que del Punto Final de la Discusión y de la Última Palabra del Asunto.
Las expectativas de la prensa no arrojaban un
favorito, pero sí auguraban fuertes golpes al ego ajeno y resistencia total a
la lógica del rival.
En Las Vegas, los momios cambiaban de momento
a momento. Cualquier apuesta era riesgosa. El público deliberaba.
La pelea definitiva comenzó en la arena argumentística
del Caesar Palace. El mundo asumió el rating más grande en la historia de las
discusiones. Ripley y Guiness estaban presentes dispuestos a comercializar los
resultados. Los monstruos de la televisión (BBC, Warner, CNN y Sony Television)
compartieron la transmisión a nivel mundial.
La pelea comenzó inevitablemente con un round
de calentamiento. Los contendientes, antes de lanzar sus mejores argumentos, decidieron conocer al
rival. Así se fueron los tres primeros episodios de una pelea programada a
quince, pero que anunciaba su final mucho antes de lo programado.
La humanidad estaba convencida de que la pelea
arrojaría luces definitivas en lo referente a la Verdad Absoluta y otros temas
relevantes. Por lo menos eso era lo que habían anunciado ambos contendientes en
las conferencias de prensa previas al Gran Combate.
Pero después vino la gran decepción, el
desorden absoluto: una nena de catorce años –llamada Prudencia-, desde la fila 27 del Coliseo del Caesar Palace, entre
el cuarto y quinto asalto de la gran pelea, se levantó para gritar: “¡Las
discusiones siempre son relativas! ¡Esta pelea es un fraude!”
Ambos contendientes, el Punto Final de la
Discusión y la Última
Palabra del Asunto, se sintieron aludidos por el grito de la chiquilla. Los
dos bajaron la guardia y descuidaron el
estilo. Ante la presión del público enardecido, recurrieron a actitudes fuera
de reglamento, y el réferi de la pelea -de nombre Sentido Común- tuvo que aplicar su autoridad y descalificar a ambos
boxeadores.
La nena de catorce años –Prudencia- fue convocada inmediatamente a una conferencia de prensa. Estaba nerviosa -desde luego-, pero mantuvo su ecuanimidad ante las cámaras de televisión. A su lado, el réferi (Sentido Común) la avaló en todo momento.
Fue la primera vez en la historia de la
humanidad en que la musculatura de la imposición de los argumentos fue
derrotada por la simple lógica, por la simple argumentación, por la relatividad
de los hechos.
El Punto
Final de la Discusión
y la Última Palabra del Asunto sobreviven,
desde luego, y seguirán enajenado a los necios en escenarios de segunda
categoría. Pero entre la gente inteligente, la Prudencia
y el Sentido Común han rescatado
posiciones, al lado de una encantadora hada de la vida que los protege, y a
quien todos conocemos como la
Relatividad de los Hechos.
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