Dice una antigua
leyenda de los Suriyama que alguna vez la Luna fue muy hermosa, y que hoy ya no lo es.
Dicen que usaba aretes de polvo cósmico que resaltaban su belleza más allá de
las constelaciones.
La leyenda también dice
que enamoraba planetas, pero no para quererlos, sino para satisfacer su banal necesidad
de ser más deseada que las lunas de Júpiter, que también eran hermosas.
Así, los planetas que
en la Luna
confiaron su amor, la pasaron mal, muy mal.
Plutón pretendió irse despechado
a otro sistema solar. No lo logró. La lucha entre sus dudas y esperanzas lo
condenó a una órbita lejana fría, muy fría.
Saturno –a su debido
tiempo- le regaló ilusionado a la
Luna un anillo de compromiso. Se gastó en él una fortuna y
enormes esperanzas. Podemos decir que el anillo es muy grande, y hoy Saturno lo
muestra ofendido al universo, tratando sin éxito de avergonzar a la ingrata.
Júpiter también resultó
muy humillado. Tras de haberle llorado y suplicado inútilmente, prefirió
esconderse tras de enormes nubes de gases tóxicos. ¿Un suicidio planetario? No
lo sabemos. Hemos enviado muchas sondas y no hemos tenido respuesta. Es posible
que la Luna
alguna vez haya sentido algo de remordimiento, pero su altivez no ha permitido
que los astrónomos lo certifiquen. Suponemos que Júpiter está –lamentablemente-
muerto.
Pero hubo una vez un
planeta brioso de nombre desconocido que amó a la Luna como a nadie. Igualmente
fue despreciado, pero su respuesta fue atroz. Decidió estallar en mil pedazos,
y lanzar al espacio sideral millones de asteroides en todas direcciones,
esperando que muchos de ellos golpearan a la Luna.
Sabemos que logró su
objetivo, y aquel suave cutis que durante millones de años mostró el altivo
satélite terrestre, fue deteriorado para siempre.
Hoy la Luna solamente enseña una de
sus caras. La otra la avergüenza.
Nadie sabe qué hizo
con sus aretes. Los astrónomos sabios
dicen que la Luna
sufre por su pasado. Sus aretes deben haber sido escondidos por la propia Luna
en el cráter de Copérnico. Hoy quiere pasar desapercibida.
La vida -incluso para
los astros- es de ida y vuelta.
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