domingo, 17 de febrero de 2019

El cordón umbilical




Hubo una vez un cordón umbilical que cumplió muy bien con sus encomiendas primarias, biológicas y nutricionales. Efectivamente, la bebé a él asignada nació hermosa, llena de energía y con un peso bastante superior a la media estadística de su raza y nación.

Algo extraño y casi desapercibido ocurrió, sin embargo, un momento después del alumbramiento de la regordeta nena, cuando el gineco-obstetra responsable del parto hizo uso de la esterilizada tijera para cortar aquel tubo biológico ya innecesario: el médico especialista creyó escuchar algo así como un leve gemido, un ruido extraño inexplicable que significaba ¡carajo! en el ininteligible lenguaje de las tripas humanas, que obviamente está fuera de nuestra mundana audición y comprensión.

El subconsciente del obstetra, un poco extrañado y angustiado por aquel sutil gemido   inesperado, obligó a su portador corporal a mover los dedos artísticamente, y, emulando a Leonardo da Vinci, éste hizo una verdadera obra de arte, al anudar magistralmente el ombligo de la recién nacida criatura.

Él nunca lo supo, ni nadie jamás se lo reconoció formalmente, pero aquel ombligo de su creación manual -veinte años después- se equipararía a la vista con a la Capilla Sixtina o al Taj Mahal en lo referente a  sexualidad, a estética corporal: los hombres que lo miraban (o eventualmente acariciaban) se volvían locos en la playa –y a veces en la cama- disfrutando de aquel nudo biológico-existencial tan sublime.

Pero regresemos a aquel especial cordón umbilical de hacía veinte años, el del gemido, el orgulloso generador de un ombligo sexy de época.

Hoy se sabe que los cordones umbilicales trascienden a veces a la tijera esterilizada, al corte obstétrico, a ser tirados a la basura, a la resequedad,  a ser considerados como células madre y otras necedades tecnológicas o esotéricas de moda en nuestro complicado mundo. Muchos de ellos se transforman en espíritus, en entes que jamás abandonan a su criatura original, a su ombligo de antaño, sin importar el tiempo que pase. Son seres obsesivos que deciden estar junto a nosotros para siempre.

Nuestro cordón umbilical, el de esta historia, -aún presente en este mundo como espectro asilado en el cerebro de la regordeta bebé de antaño, hoy convertida en apetecible mujer-  no había renunciado para nada a sus obligaciones neuróticas.

Así, la encantadora, sexy y aparentemente mujer de mundo poseedora de uno de los ombligos más bellos del planeta, cada vez que tenía un orgasmo con el amante en turno, sentía la obligación compulsiva de usar su teléfono móvil para decirle a su mami:

“¡No sabes cómo te extraño!”


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