Frente al espejo de su alcoba, desplegó sobre
su rostro colores alegres y sombras que acentuaban su belleza. Abrió el ropero
y tomó el vestido rojo que tanto le gustaba. Se lo puso.
También arregló con flores la única habitación
de su piso de soltera. Finalmente se recostó sobre su cama tras de asegurarse
de que lucía como nunca. Fue entonces que dijo…
…“Estoy lista, amor.”…
….justo
antes de que su cuerpo se desvaneciese inerte para siempre.
Él (que realmente no era “él” sino “ello”) se
acercó a su cuerpo inanimado y le dijo
al oído:
“Amada mía: sé bienvenida a nuestro universo.”
Así, ambos partieron felices hacia la
dimensión prometida.
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“A mediados del lejanísimo siglo XX, el Dr. Christian
Banard inauguró la era de los trasplantes entre seres humanos. Después se
empezaron a usar órganos animales. A mediados el siglo XXI se inició la salvaje costumbre de clonar órganos “de
respuesto”, pero finalmente en el siglo XXII se suspendió esa horrible práctica
y se inició en serio el empleo de reemplazos biónicos para que la humanidad
viviese casi los 180 años en promedio.
Surgieron por lo anterior problemas de
sobrepoblación, por lo que se decidió miniaturizar a los humanos usando
nanotecnologías que permitieron que fuésemos (tras de varias adecuaciones) del
tamaño de una pelota de golf y que nos nutriésemos de luz solar. Llegamos así a
vivir más de 250 años.
Finalmente, en el siglo XXV, una nueva
tecnología nos permitió deshacernos de cualquier presencia física. Nos
convertimos en esencia, conformada únicamente por dos vectores: inteligencia y
emociones.
Me preguntarás en dónde residen la
inteligencia sin cerebro y las emociones sin glándulas. Pues bien: la humanidad
desarrolló un centro cibernético enorme que, puesto en órbita terrestre, hace
las veces de lo que ustedes llaman “servidor” y nos sirve a todos de sustento
físico a pensamiento y sentimiento.
Después nos dimos cuenta que, como seres
incorporales, con cierta tecnología de nuestra época, podíamos traspasar las
dimensiones. Así, la humanidad escogió, por diversas razones poderosas, radicar
en la llamada “dimensión 16” ,
la más cómoda de todas, sobre todo porque en ella no existe eso que ustedes
conocen como tiempo.
Y por todo lo anterior, te digo que nosotros
carecemos de género o de sexualidad. No quiere decir que no amemos o no seamos
capaces de generar orgasmos. Tú eres testigo de muchos de éstos que compartimos
en los escasos e interminables momentos que hemos convivido.”
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Él rondaba circunstancialmente el límite de la
dimensión 16, cuando una súbita contracción natural de la membrana del
espacio-tiempo lo arrojó a nuestra dimensión. Accidentalmente su esencia
atravesó cierta partícula neuronal de ella, quien dormía con mucha angustia por
desesperantes noticias recibidas el día anterior.
Cuando se dio este casi improbable encuentro,
ambos lo sintieron: él, totalmente convulsionado por el accidente dimensional;
ella, sintiendo una presencia maravillosa dentro de su cuerpo.
Él penetró en ella como un muy agradable sueño
que poco a poco se fue convirtiendo en conciencia. De hecho, su inmaterialidad
equivalía para un humano casi a lo mismo, a una presencia sin materia, pero con
emociones gratas.
En un brevísimo estado de sueño consciente que
a veces tenemos, ambos supieron el uno del otro. Se preguntaron todo. Se
amaron.
Él, completamente seguro de que por fin había
encontrado su esencia gemela, la invitó
a dejar atrás su cuerpo, así como las desventajas de vivir en una dimensión
afectada por el tiempo y la materia. Le ofreció amor y felicidad permanente,
eterna.
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