jueves, 7 de febrero de 2019

Crimen perfecto


El marido llegaba a casa todas las tardes agotado de trabajar, y solía tomarse un par de vasos de vino mientras hojeaba alguno de sus libros favoritos.

Ella lo odiaba desde hacía años, pero era muy buena disimulándolo.

Un día, casualmente, se fundió el foco de la sala, en la parte más alta de la casa.

Después del segundo vaso de vino, ella –con toda premeditación, alevosía y ventaja- le pidió al marido que cambiase el foco. Incluso le acercó un banco alto, recordándole que una de las funciones del hombre de la casa era cambiar los focos fundidos.

El marido, ingenuo e imprudente, no dudó de la necesidad de su amada mujer de tener debidamente iluminada su casa. Ignoraba que el banco estaba intencionalmente desnivelado.

Ya en las alturas, mientras el marido algo pasado de copas tenía problemas para enroscar el foco nuevo,  el banco cedió en una de sus patas. El infeliz hombre cayó de una altura de tres metros y se rompió el cráneo contra la orilla afilada de la mesa de la sala.

Mientras él se desangraba, ella hacía la finta de llamar a la ambulancia que, obviamente, jamás llegó.

La policía culpó al difunto de alcohólico e imprudente.

Ella heredó una fortuna, y en un par de semanas tenía a un nuevo inquilino en la casa.




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