En la sabana del África central, los animales
carnívoros y herbívoros, preocupados por la reciente expansión exagerada
–seguramente debida al cambio climático- de los animales ponzoñosos, decidieron
enlistar a éstos para ver cómo podían regular su crecimiento sin romper el
delicado equilibrio ecológico. Los bichos ponzoñosos tenían –desde luego-
derecho a existir, pero en las proporciones demográficas de antaño.
La idea de hacer una lista era para decidir
cuántos de cada especie podía asimilar el hábitat por todos compartido, y así
establecer normas de control demográfico adecuadas antes de que la región se
volviese insustentable.
La encargada de elaborar la mencionada lista
fue la lechuza sabanera africana, un ave muy prestigiada por su preocupación
ecológica y por su ecuanimidad. Ella se asesoró además del suricato y de la
cebra, por lo que en la relación de animales venenosos no faltó ninguno.
Aquella noche se juntaron todos los animales
carnívoros y herbívoros para revisar la lista y tomar decisiones al respecto.
En ella figuraban:
Las abejas africanas, los alacranes del
desierto, las arañas viuda negra y reclusa, las avispas, las moscas tse-tse,
las serpientes de cascabel, algunas ranas y…Gina la jirafa.
“¿Gina la jirafa?”, exclamaron sorprendidos el
león y la pantera.
“Sí”, respondió la sabia lechuza. “Al hacer la
lista, hemos descubierto que existen venenos mucho peores que la ponzoña de
insectos, arácnidos y reptiles. Gina la jirafa destruye, con sus amargos chismes
y rumores, muchos hogares, amores y reputaciones. Si alguien sobra en esta
sabana, es ella. Gina la jirafa debería marcharse para siempre de nuestro
territorio, pues es quien más deteriora el ambiente. A los demás animales venenosos
de la lista, solamente les pedimos que reduzcan un poquitín la cantidad de
huevos fértiles por ellos generados.”
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