miércoles, 6 de febrero de 2019

Conciencias alternas


Él nunca supo claramente de qué parte de la Internet salió –tal vez de algún foro literario o de opiniones políticas, nadie lo recordaba- , pero ella remplazó en poco tiempo al cura cercano de muchos años, a los amigos de siempre, a sus filósofos favoritos.

De repente, cuando él se dio cuenta, ya intercambiaba con ella cinco o seis amigables e irresistibles correos electrónicos diarios. Se volvió una obsesión.

Ella preguntaba y preguntaba. Mantenía una elegante discreción acerca de su vida que llevaba todas las conversaciones hacia los asuntos íntimos de él. Su demanda de información era severa, pero dulce y amigable. Él contestaba mágica y dócilmente a todas las preguntas que ella le hacía.

Más adelante -sin que él hubiese notado el cambio- ella fue cambiando preguntas por cuestionamientos.  Disminuyeron los aspectos biográficos y se inició una etapa de ingerencias en asuntos existenciales de él que merecía el calificativo de “increscendo”. Al principio él las difrutaba.

Los cuestionamientos acerca de su vida –perfectamente estructurados por parte de ella- iban a fondo, y lo obligaban a meditar horas y horas. Por las mañanas, él respondía puntualmente a todos ellos, pero para eso, la noche anterior, había vivido tormentas psicológicas inconmensurables.

Las malas noches de él fueron aumentando en intensidad y creciendo en el calendario. Empezó a ingerir antidepresivos, mientras que ella –cada día con más saña- profundizaba en las zonas que a él le resultaban incómodas.  

No lo soportó. Un día él decidió suicidarse.

A su entierro asistió -discreta y con una imperceptible y tenue sonrisa- una bella mujer que nadie de su familia conocía.

Intercambió con la viuda un ademán secreto, y una vez sin el difunto, ambas vivieron intensas e íntimas relaciones de todo tipo durante muchos años maravillosos.



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