
Hubo una vez una nariz deliciosa, la cual, a quien la veía de cerca, le generaba un irresistible antojo deslizar por ella el dedo (de arriba abajo y de abajo a arriba).
Aquella hermosa nariz -que generaba un espléndido, irresistible y antojoso perfil- disfrutaba mucho de esa táctil sensación, hasta que las llamadas Circunstancias aparecieron y le negaron al dedo el mágico contacto.
Después de eso, el dedo, los músculos que lo controlaban, y las neuronas que dirigían aquel inenarrable desliz, murieron de desesperanza.
Dicen por ahí que también la nariz extraña todavía al deslizante y enamorado dedo.
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