viernes, 27 de agosto de 2010

El octavo día


En el octavo día, el Creador reconoció ante sí mismo todos sus errores -que eran muchos- y así, lleno de vergüenza, decidió prioritariamente enmendar el principal. Esta vez no generó diluvios ni arrasó con sociedades pecaminosas. Mantuvo en todo momento la prudencia y la discreción.

Lo primero que hizo fue llenar el planeta de palmas bananeras. Los humanos vimos aquel prodigio…pero no supimos interpretarlo.

A continuación, en el noveno día, desaparecieron del mercado las máquinas de afeitar y los depiladores de todo tipo. Los humanos nos extrañamos de todo aquello…pero tampoco supimos interpretarlo.

Después, para concluir su divino arrepentimiento, dio una pequeña marcha hacia atrás en el reloj evolutivo. Los humanos lo percibimos únicamente porque amanecimos el décimo día con nuestros cuerpos llenos de pelos y con rabo…pero tampoco supimos interpretarlo.

En el undécimo día, todos los humanos olvidamos cómo hablar y cómo vestirnos. Nos extrañamos de ello…pero nuestra capacidad de interpretar los designios del Creador ya había desaparecido.

En el duodécimo día, los humanos regresamos a vivir a los agradables y frondosos árboles de antaño, y, a partir de entonces, hemos disfrutado obsesivamente de las deliciosas y tiernas bananas, tan fáciles de pelar y de digerir.

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