lunes, 6 de septiembre de 2010

El perro que amó a la cucaracha



Eran diferentes en muchos sentidos: en tamaño, en especie, en tipo de piel, en la forma de comunicarse, en su alimentación, en su hábitat, en sus gustos y aficiones.

Pero se flecharon a primera vista. O por lo menos eso supuso el perro. Y ambos decidieron amarse.

Convivieron íntima y apasionadamente tres o cuatro días. En esa interminable brevedad compartieron todo: comida, techo, lecho; se acurrucaron íntimamente hasta extremos inimaginables.

Después, la madre naturaleza hizo que surgiesen las fatales diferencias: la cucaracha murió aplastada en una de tantas revolcadas que aquella inusitada pasión había generado.

El desesperado perro tuvo que ver cómo las hormigas destazaban el cadáver de su amada, llevándoselo a pedazos a su hormiguero: primero una pata, luego una antena, después un ala, luego la otra. Al final no quedó nada de ella, más allá del profundo dolor en el alma del enamorado can.

Un par de días después, el perro descubrió por accidente una ranura en donde se escondía el amante de su querida y difunta amiga: una enorme cucaracha macho muy bien dotado.

Fue entonces que el noble animal se dio cuenta de que todo aquel maravilloso romance no era más que un truco para que la pareja de perniciosos insectos disfrutara de sus deliciosas croquetas de supermercado.

El perro, deprimido hasta los huesos, renegó del amor por siempre.

A partir de entonces, el can desconfió de todo y de todos.

Murió en extrema soledad.

También su cadáver fue transportado a un agujero a pedazos por las hormigas.

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