martes, 27 de abril de 2010

Benny


Apenas salió del huevecillo, Benny se dio cuenta de parte de su triste realidad: era incoloro. Su piel y su cuerpo eran una simple masa gelatinosa totalmente transparente, mientras que todo lo que lo rodeaba tenía luminosos y alegres colores.

Como sea, decidió salir a conocer el mundo. Pasaron a su lado varios depredadores olfateando en busca de algo que comer, y ni siquiera percibieron su existencia. Benny no sabía si alegrarse o deprimirse, porque ser inodoro sumado a ser incoloro, no le hacia sentirse nada bien, sobre todo en un mundo tan colorido y aromático.

Finalmente un pájaro logró verlo moverse, debido a un circunstancial reflejo del sol en su gelatinosa carne. Se lo echó al pico y lo saboreó.

Un instante después, sin siquiera haberlo lastimado, fue escupido del pico del ave.

Benny se dio cuenta de que el pájaro esperaba en él algún sabor. Así supo que resultó también ser insípido.

Si bien su capacidad de sobrevivir estaba garantizada por estas propiedades, su ego lo mortificaba.

Benny decidió no formar ya parte de la fauna de este mundo. Se acurrucó en un lugar asoleado y murió intencionalmente deshidratado. Por lo menos el abrasador sol no lo ignoró en aquella ocasión.

“Mejor muerto que ser inodoro, incoloro e insípido”, fue su último pensamiento.

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