domingo, 25 de abril de 2010

Besando el piso


Para él la depresión era maravillosa.

Hubo una época en que no la tuvo, y entonces no disfrutaba de la vida, por lo menos de la vida que él anhelaba.

Sin embargo, cuando su depresión alcanzaba altos niveles, la sensación de estar al borde del suicido, del precipicio existencial, del desastre psicológico, le agradaba. No podía vivir sin ella. Eran sus mejores días.

Cuando por excepción se levantaba optimista alguna mañana, revisaba inmediatamente su desastrosa existencia, y en muy poco tiempo respiraba el dulce aroma de la angustia depresiva. Entonces volvía a la cama a imaginar cómo su día iba a ser desagradable, y eso lo estimulaba fuertemente para seguir adelante.

Él sabía que el suicidio no era una solución, por aquello del “descanse en paz” que definitivamente no era su objetivo.

Cuando llegó la hora de su muerte, se agarró a las paredes de su alcoba con toda su fuerza, para evitar aquello que la gente llamaba “la paz del sepulcro”.

Sin embargo murió satisfecho, convencido de que había sido completamente feliz toda su vida. La depresión había sido siempre su aliada, con su eterno sabor a derrota y a incertidumbre que tanto había disfrutado.

1 comentario:

DeGozel Revista literaria dijo...

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Gracias por la atención prestada.
Un cordial saludo.

Atentamente, el equipo De Gozel.