domingo, 21 de marzo de 2010
El alacrán bondadoso
Su amorosa madre depositó aquel huevecillo con mucho cariño e ilusiones en una grieta inalcanzable para los predadores, esperando que de él surgiese un alacrán de bien, o sea, un ejemplar con todas las características positivas de su especie: rápido, discreto, grande, muy venenoso…
Gacilo nació una fría mañana en aquel hostil desierto. Como era muy pequeñín, su instinto le dijo que permaneciese en la grieta junto a sus hermanos ya nacidos y con los otros huevecillos que estaban por reventar.
Él no lo sabía todavía, pero sus genes le permitirían algún día –de lograr sobrevivir a tantos predadores de la región- ser rápido, discreto, grande y muy venenoso.
Pero lo que nadie imaginaba –y que se le manifestó desde el primer día- fue el enorme afecto que sentía por sus hermanos en la grieta. Estaba feliz rodeado por ellos. Gacilo era un alacrán amoroso y tierno.
Inmediatamente asumió la responsabilidad de cuidar los huevecillos-hermanos, además de advertir a los demás alacranes de su camada que fueran cautos al salir de la grieta, porque algo en su interior le decía que afuera había muchos enemigos.
Los hermanos enseguida captaron que Gacilo era excepcional, y decidieron que debería cuidar los huevecillos hasta que todos ellos rompiesen, y después velar por los recién nacidos hasta que estuviesen listos para salir de la grieta. A cambio de eso, todos le llevaban moscas y arañas para que comiese.
Pasó el tiempo. Todos los huevecillos rompieron, y sus hermanos menores se hicieron grandes, al igual que Gacilo, por lo que le llegó la hora de salir de la grieta a ganarse la vida como cualquier otro alacrán.
Los hermanos, que lo querían mucho en reciprocidad al enorme afecto que era capaz de brindar, le dieron la bienvenida al mundo de los alacranes adultos.
Pero había un problema con Gacilo: era demasiado bueno para actuar como predador. Su conciencia le prohibía cazar, y mucho más utilizar su veneno. Esto constituía un grave problema, y nuestro amigo empezó a desnutrirse.
Cuando desfallecía de hambre, un pájaro que lo había observado de tiempo atrás, decidió llevarlo en su pico con cuidado hasta un monasterio cercano. Lo dejó en el marco de una ventana al anochecer.
Muy temprano a la mañana siguiente, un monje budista lo descubrió, dándose cuenta de que estaba al borde de la inanición. Lo tomó con cuidado y le dio unas semillas nutritivas que encantaron a Gacilo. Milagrosamente logró sobrevivir con una dieta vegetariana.
Días después, Gacilo corría por todos lados dentro de aquel extraño lugar rodeado de enormes criaturas bondadosas sin pelo y vestidas con túnica color naranja.
Por las mañanas, siempre encontraba en su plato una variedad de semillas que le encantaban y lo nutrían.
Convivía con un pájaro que tenía un ala rota y con un gato cojo. Ambos lo apreciaban mucho, porque sabían de sobra que era un alacrán bueno, cargado de un veneno peligroso que jamás en su vida habría de utilizar.
Por su forma de ser cariñosa, se volvió la mascota favorita de los monjes.
Tuvo relaciones con una alacrana hermosa que vivía en el patio del monasterio, y cuentan que con ella tuvo muchos hijitos, todos protegidos por los religiosos.
Murió de anciano, sin jamás haber odiado a ningún ser en este planeta y sin haber utilizado su veneno. Los monjes dieron merecidamente a Gacilo el mejor entierro que jamás tuvo alacrán alguno en este mundo, en una pequeña urna de cristal que fue depositada en el altar principal, junto a la imponente escultura dorada de Buda que protegía aquel monasterio.
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