miércoles, 17 de marzo de 2010

¡Aracaput!


Hubo una mujer totalmente convencida de que su sola presencia, su inteligencia y sus buenas intenciones, bastaban para resolver cualquier problema ajeno, y así se comportaba en la vida.

Por lo anterior, ella creía haber desarrollado un séptimo sentido que le permitía saber quién estaba pasando por un problema o por un mal momento. Gracias a ese don septimosensorial que aseguraba tener, dirigía sus bondades, consejos y bendiciones adecuadamente hacia quien suponía que los necesitaba.

En poco tiempo se volvió un fastidio para quienes la rodeaban, porque imaginaba en todos los demás crisis existenciales, amores incomprendidos, cargos de conciencia, arrepentimientos, angustias exacerbadas, embarazos indeseados y toda clase de histerias y neurosis. Y lo peor es que siempre tenía aparentes soluciones que se convertían en molestas sugerencias para los demás.

Pero he aquí que un día se le apareció un hada madrina que la vigilaba y protegía de toda la vida, y para ayudarla en su obsesión, le regaló una varita mágica que le permitiría efectivamente solucionar los problemas ajenos con sólo menearla de arriba a abajo, pronunciando una simple palabra mágica: ¡aracaput!.

Lamentablemente para esa mujer y para todos sus seres cercanos y conocidos, la palabra ¡aracaput! fue pronunciada miles de veces en muy pocos días. No arregló nada a nadie, y, como consecuencia…

Hoy la mujer vive en un manicomio, totalmente aislada de los demás locos que ya no la soportan por su obsesión de curarlos.

Por las noches, enfermos y asistentes en ese lugar se despiertan fastidiados contantemente por los gritos de ¡aracaput! que salen a raudales de una celda acolchonada al fondo del último pasillo.

El hada que le regaló la varita mágica, completamente arrepentida de haberlo hecho, huyó lejos de ella hace tiempo, aburrida de escuchar día y noche la fastidiosa palabra ¡aracaput!.

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