lunes, 22 de febrero de 2010

Sinfonía a dos tiempos


Primo tempo: Adagio

La Tiricia, completamente adormilada, abrió lentamente un ojo.

Enseguida lo cerró, esperando que aquello que parecía la luz del día no lo fuese.

Cayó dormida.

Media hora después, abrió el otro ojo.

Lo hizo girar lentamente de derecha a izquierda.

Confirmó que la mañana estaba muy avanzada.

También cerró ese ojo ante esa espantosa realidad.

Lo hizo así para así poder meditar sin prisa acerca de la mala fortuna de tener que despertarse para trabajar.


Secondo tempo: Accelerato increscendo

Mientras tanto el Acelere estaba ya totalmente despierto pendiente de todo y buscando la actividad que su ágil metabolismo requería como todas las mañanas cuando saltaba de la cama con el menor resplandor del sol para ponerse a hacer lo que fuera útil o inútil porque de no hacerlo se sentía incómodo y eso era para él insoportable al extremo de que se mordía las uñas de desesperación por la falta de acción cotidiana por lo que daba brincos desde temprano y hasta el atardecer sin detenerse ni siquiera para cumplir con sus necesidades elementales que omitía gustoso con tal de sentirse en ese movimiento tan agradable que era la esencia de su existencia fulminante que no se detenía en ningún momento.


Terzo tempo: Adagio

La Tiricia, de nuevo, abrió el ojo derecho.

Sin cerrarlo, bostezó.

Estiró los brazos lentamente, mortificada por el hecho de pensar en salir de la cama.

Aun así, lo meditó detenidamente.

Después de un rato, volvió a dormirse.


Quarto tempo: Accelerato increscendo

A esas alturas del día el Acelere ya había recorrido el mundo sin pensar siquiera en detenerse en detalles que lo único que hacían era frenar su ritmo incesante de actividades tal vez no muy productivas pero definitivamente necesarias para su satisfacción personal de hacer las cosas a una velocidad para él importante considerando las exigencias de la vida moderna que lo obligaban a emplear toda la energía posible en salir adelante en un mundo exigente que devoraba a quien se quedaba atrás o a quien era incapaz de mantener el paso firme y rápido reclamado por la lucha por la existencia que premiaba la actividad incesante por encima del bajo rendimiento de seres incompetentes que no se podían comparar con él dada su velocidad de ejecución de cualquier actividad que se le presentase.

El Acelere finalmente se detuvo una milésima de segundo a tomar aire y enseguida volvió a la apresurada actividad.


Finale: Molto adagio

La Tiricia –muerta de la flojera- decidió no ir a trabajar.

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