jueves, 20 de agosto de 2009

Shira y el regalo de los duendes


Apareció de la nada.

Aquel enorme y aromático pedazo de carne de delicioso color rojo oscuro, estaba a su alcance, al borde de la mesa, suplicando ser devorado.

“Seguramente es un regalo mágico de los duendes que habitan en el patio trasero”, pensó Shira.

Ella consideraba que merecía el salchichón, pues siempre había permitido que los duendes transitaran libremente por aquellos lugares, sin ladrarles o molestarlos. Se veían amigables y agradecidos.

Pero también luchaba contra su conciencia, pues generalmente, cuando se adueñaba de algún alimento que aparecía sobre la mesa, salía regañada por sus amos. No la golpeaban con periódicos ni la amarraban en el patio, pero si le dirigían miradas fulminantes que le dolían más que cualquier golpe.

Shira estaba en un enorme conflicto.

La inteligente perra finalmente resolvió su problema con objetividad: soporto estoicamente su derrame de jugos gástricos, y, gracias a ello, el descuido de mi esposa en la cocina no pasó a mayores.

Como sea, y a pesar de no haberlo aprovechado, Shira agradeció a los duendes su regalo. Ya habría ocasión de otro. De alguna manera, ella lo merecía.

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