sábado, 21 de febrero de 2009

Monólogos con los demás y diálogos con uno mismo


Él sabía de sobra que estaba solo en el mundo. Lo supo desde el día de su nacimiento, y nadie tuvo que recordárselo, pues su cerebro era de verdad portentoso.

De joven dio oportunidad a otros de compartir sus profundos conceptos. Fue así que aprendió que la fortaleza del ser estaba en uno mismo, en sus adentros, y que afuera nada era seguro ni objetivo.

Así, decidió robustecer y embellecer su alma, sus pensamientos, su conciencia. Dejó de preocuparse por lo que ocurría fuera de él, pues no era algo que su fuerte carácter pudiese controlar.

Nunca pretendió triunfar hacia afuera, pues jamás le interesó aquel gelatinoso exterior sujeto a circunstancias, caprichos, subjetividades, mediocridades y envidias.

Pero triunfó hacia adentro. Su musculatura anímica desarrolló tanto y generó tanta riqueza espiritual, tanta creatividad, que vivió realizado hasta su muerte.
Fue un premio Nobel de sí mismo, paseó mil veces por la alfombra roja del éxito interior, llenó su pecho de medallas internas de las que se sentía de verdad orgulloso.

Murió con toda la gloria y el respeto que sólo uno puede brindarse cuando de verdad se es grande, a pesar de que su velorio estuvo prácticamente vacío, cosa que era de preverse…y que jamás le quitó el sueño.

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