miércoles, 18 de febrero de 2009

El personaje


Él siempre había sabido que no era más que un personaje de una novela como hay muchas, así que, cuando apareció el autor frente a su lecho de agonía, no hubo sorpresa alguna, sino la oportunidad de lograr un diálogo profundo con su creador.

Ya sus escasos seres queridos consideraban que estaba en coma fatal, por lo que se habían ido –como ordenaba el texto- a cumplir con sus responsabilidades mundanas de supervivencia, así que él disponía de algún tiempo para dialogar con el autor, para agradecerle la oportunidad de haber sido parte relevante de una obra de literatura, pero sobre todo para reprocharle que su papel en esa triste historia no había sido para nada satisfactorio: toda una vida de sufrimiento, párrafo tras párrafo, capítulo tras capítulo.

Le reclamó que lo había concebido como miserable mendigo con toda clase de carencias desde el nacimiento; que jamás tuvo la menor oportunidad de disfrutar algo bueno; que nunca tuvo un día o una página de descanso en su lucha por conseguir dos céntimos para poder cenar algo y amainar un poco el hambre crónica; que siempre recibió miradas despectivas (o lastimeras, en el mejor de los casos) de los demás personajes de aquel cuento que ahora llegaba a su fin.

El autor, dándose cuenta tardíamente de que este personaje había soportado todos los sufrimientos y escarnios que su caprichosa pluma había dictaminado, muerto del remordimiento, le ofreció renacer en otra obra en la que sería un príncipe guapo y bien querido por su pueblo, o un héroe reconocido por las multitudes, o un multimillonario lleno de recursos de todo tipo.

El personaje, ofendido, lo miró con desprecio, y le pidió que se alejase inmediatamente, que le dejase disfrutar del maravilloso silencio de aquel agradable estado de coma, seguramente el mejor momento que había conocido en aquella lamentable presentación literaria que, para algunas criaturas como él, era lo equivalente a lo que nosotros conocemos como vida.

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