
Era una cuesta de enero con verdadera mala leche.
Desde que vino al mundo rogó al dios Calendario que le brindase una oportunidad para demostrar cuán perversa podía ser, y qué mejor que debutar en el 2009, un año de verdad complicado.
Era experta en economía, y leía a diario lo que estaba sucediendo en los mercados mundiales, así que concluyó que era una cuesta privilegiada: ocupaba el lugar ideal en el momento ideal.
Planeando y planeando acerca de cómo podía ser más dañina y mortífera, se dio cuenta de que existían dos estrategias que, combinadas, harían estragos en la ignorante y odiada humanidad:
Una era aumentar su propio grado de dificultad, generando desempleo, escasez, carestía, inflación y recesión, todo al mismo tiempo; la otra era mutar para dejar de ser la cuesta de enero y convertirse también en la cuesta de febrero, marzo, abril, mayo, junio, julio, agosto, septiembre, octubre, noviembre y diciembre, y, por qué no, de los años siguientes.
Y cuando ya nadie parecía capaz de detenerla, de la nada apareció Matacuás, el devorador de cuestas de enero y de crisis económicas, quien con un par de dentelladas destrozó al monstruo para siempre, ante una sorprendida y agradecida humanidad que le aplaudía emotivamente.
En ese momento, Juan despertó muy entusiasmado de su sueño, e inmediatamente salió al jardín a buscar el diario de esa mañana.
Leyó todas las noticias y comentarios económicos, en donde se hablaba y se reconocía la gravedad de la situación. Pero por más que buscó con lupa y página tras página, el paladín Matacuás no apareció por ninguna parte…
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