
A veces era incongruente; a veces no.
Era de ideas fijas, pero las abandonaba cada vez que podía, o sea, a cada momento.
Desde luego, él justificaba sus repetidas incoherencias, pero normalmente no las reconocía, para luego decir que estaba siendo malinterpretado y que sus contradicciones no eran tal.
Mareaba a sus interlocutores con promesas imposibles, las que a veces cumplía inesperadamente, pero la mayor parte de las veces culpaba de su incumplimiento a las circunstancias, siendo que él no creía en ellas.
Negaba lo obvio, y afirmaba vehemente aquello en lo que él mismo no creía.
Vivió apostando por lo imposible, e ignorando lo factible.
Finalmente murió, contento pero también frustrado, realizado pero reprochándose muchas cosas, aceptando un entierro religioso habiendo sido ateo toda la vida, y heredando a sus seres queridos todo lo contrario de lo que necesitaban y esperaban.
Fue enterrado en una fosa según sus propias instrucciones, cuando siempre había hablado ser incinerado.
Los gusanos panteoneros nunca supieron si lo que comían era carne humana o carne de res, ni estaban seguros de si era o no de su satisfacción, pero de alguna manera lo disfrutaban…aunque no siempre.
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