miércoles, 21 de enero de 2009

El último personaje


No era que aquel personaje fuera heroico, ejemplar o distinguido, pero se trataba del último de su especie, y por cierto, era bastante digno e inteligente: sabía de sobra lo que necesitaba y en dónde estaba parado.
Efectivamente, tantos escritores y tantos siglos de cuentos y novelas, habían agotado todas las opciones creativas, y ya las musas habían dado todo de sí, por lo que nuestro amigo sabía que no quedaba más que él en todo el horizonte literario. Obviamente pretendía venderse caro e imponer sus condiciones, que, por otra parte, eran muy razonables.
Su promotor organizó una subasta a la que asistieron cientos de miles de postores ávidos de éxito, de originalidad, de fama y dinero.
Le ofrecieron estelaridad, trascendencia, argumentos originales, compartir derechos de autor, libros con encuadernación de lujo y muchas otras canonjías literarias.
Lamentablemente nadie imaginó jamás lo que nuestro personaje en realidad pretendía, por lo que aquella subasta nunca se concretó.
Todo lo que él pedía era un papel de buen esposo, de buen padre, de hombre satisfecho con lo que la vida le ofrecía, de andar por casa en bata y pantuflas, de acariciar a un perro cariñoso, de regar el jardín todas las tardes, de algún día convivir tranquilamente con sus nietos en una agradable casa de campo.
Y ese papel, en la literatura, simplemente no existía.
Ante esas patéticas circunstancias, él optó por no ser jamás un personaje literario, y así, se esfumó para siempre.

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