
Simón era un cactus solitario que habitaba el enorme y árido desierto de la altiplanicie.
Recordaba la única vez que había llovido por aquellos lugares, y cómo se dedicó a succionar agua por su piel y sus raíces durante varios días, hasta que ésta se agotó. Como sea, gracias a eso, hoy todavía tenía agua retenida en sus células.
También estuvo la ocasión en que Marisa, la liebre, murió cerca de él, y que de la nada aparecieron decenas de buitres, uno de los cuales, Joaquín, se posó sobre su cuerpo.
Y se acordaba con nostalgia del ruido de Toña, la serpiente de cascabel, que cazaba ratones en las cercanías, pero que había emigrado a un lugar más adecuado.
Pero el momento más emocionante de su vida fue cuando Claudio, el coyote, se acercó a él para orinarlo y marcar de esa manera su territorio, lo que lo hizo sentir muy orgulloso.
Eso era todo lo que había ocurrido a su alrededor durante los ciento veinte años de su vida.
Definitivamente, Simón, el cactus, era una criatura con muchas experiencias existenciales.
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