miércoles, 17 de diciembre de 2008

El ascensor


Nunca nadie lo supo, pues era un antropófago perfecto y muy inteligente, que jamás dejaba evidencias.

Cuando sus puertas se cerraban, él decidía si el pasajero en turno era apto para ser devorado o si lo dejaba para otra ocasión, situación que siempre acababa dándose.

Una vez decidido a comerse al infeliz en turno, emitía tremendos jugos gástricos que digerían a la víctima en cuestión de segundos.

Su problema era la obesidad. De tanto devorar pasajeros incautos, se volvió pesado y lento, así que los administradores del edificio decidieron cambiarlo por otro ascensor más rápido.

Pagó sus pecados al ser desmantelado y fundido.

Su alma, sin embargo, migró, y se adueñó de un vagón de metro en una gran metrópoli.

Hoy ese vagón sube de peso día tras día, sin que las autoridades locales tengan la menor idea de lo que sucede.

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