domingo, 30 de noviembre de 2008

Plática existencial frente a la fosa


El veterinario llegó puntual con su maletín negro conteniendo la inyección letal. Un par de horas antes lo había precedido un peón contratado para escarbar una fosa del tamaño del perro que sería sacrificado.

Dsa Tzu –así se llama el hermoso cachorro dálmata- tenía, desde hacía un mes, una enfermedad no diagnosticada que lo tenía al borde de la muerte, con enormes dolores en la ingle y en el cuello.

Sus amos, que le teníamos particular cariño por su poco usual capacidad de vocalizar –comunicarse con los humanos con ruidos guturales semejantes a ladridos- ,habíamos decidido “dormirlo” para evitarle más sufrimientos.

Dsa Tzu tenía cuatro o cinco días recostado con terribles malestares, pero en todo momento estuvo pendiente del peón que abría la fosa –extraño e inesperado evento en su jardín- , y la llegada del hombre con el maletín negro acabó por despertar su curiosidad. Sorprendentemente salió de su doloroso letargo, y moviendo el rabo, pegó un brinco inusitado para ladrar alegremente al recién llegado.

Una vez satisfecho su instinto de proteger el territorio invadido, se acercó al veterinario a darle la bienvenida con sus ruidos guturales y con toda clase de ceremonias caninas. El misterioso maletín negro debía contener algo inconveniente, razonó el perruco.

El primer desconcertado por esa extraña reacción fue el veterinario, que sabía que el perro estaba en trance mortal.

Sus primeras palabras fueron para Jimena, la dueña del perro, para decirle que él no podría sacrificar a un perro tan lleno de vida.

Ella, que amaba al perro, fue la segunda desconcertada por la reacción del can.

¿Lo sacrificamos así como está? ¿Está enfermo de muerte o no lo está?

El perro había sido revisado intensivamente durante muchos días por los médicos del mejor hospital veterinario del país, sin que se hubiese podido generar un diagnóstico seguro. Todo parecía apuntar a una enfermedad fatal de origen desconocido.

Jimena convocó inmediatamente a todos los presentes. El lugar de reunión fue delante de la fosa, en donde se dieron cita ella, el veterinario, Dsa Tzu y Thai, el gato de la casa, que era gran amigo de juegos del perro, y que parecía consciente de lo que estaba sucediendo.

Jimena fue quien tomó la palabra, dirigiéndose al perro:

“Dsa Tzu: ¿estás enfermo o no lo estás? ¿Estás consciente de que ésta es tu fosa? No tienes derecho a jugar con quienes te queremos sintiéndote afectado por esa terrible enfermedad para luego rehuir a tu responsabilidad de ser sacrificado. Decídete de una vez: mira la fosa y acéptala si ése es tu futuro. Si no lo es, déjate de dolores y saca la casta, la alegría y las ganas de vivir de una vez por todas. Si quieres morir, éste es el momento.”

Thai, el gato, volteaba a ver a su amigo canino exigiéndole una decisión por medio de maullidos.


El perro meditaba su respuesta. Tenía dolores, pero la fosa y el maletín negro lo asustaban.

Después de un rato de enorme tensión, Dsa Tzu empezó a mover el rabo y salió corriendo a toda velocidad huyendo de la fosa.

Corrió y brincó con gran alegría, como para demostrar a los asistentes que no había que ser tan radicales como para pensar en sacrificarlo y enterrarlo en esa horrible fosa.

Ese mismo día, más tarde, parecía que nunca había estado enfermo. Todo era alegría –como antes- en la vida del precioso cachorro dálmata.

El veterinario se retiró muy contento por lo que había ocurrido.

Thai, el gato, estaba feliz sabiendo que su amigo de siempre ya había superado su crisis existencial.

Todos los demás –excepto Jimena- quedamos desconcertados cuando supimos lo que había sucedido.

Ella, como buena budista, sabe de sobra que los animales son seres complejos e inteligentes, capaces de superar sus problemas con diálogo y conciencia.

Hoy, una semana después, nuestro perro está sano, y sigue, como antes, brindándonos todo tipo de alegría.

Hay que darle a mi hija Jimena el crédito por salvar a Dsa Tzu, y sobre todo por la lección de vida que de ella recibimos.

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