sábado, 29 de noviembre de 2008

Ganas de morderme el rabo


Dedicado a los maravillosos perros que nos dan tanto afecto y compañía.


Hoy desperté con ganas de perseguir a los odiosos gatos que osan atravesar mi jardín, en particular a ese audaz minino negro que cínicamente espera a que yo me distraiga para comer de mi plato de croquetas.

Salí de mi perrera y todo era silencio en mi jardín. ¡Ni ladrar!: los gatos ya saben a qué hora me despierto. Es obvio que me evitan porque soy un perro terrible.

Me asomé por la puerta de cristal al interior de la casa, para ver si alguno de mis amos estaba ya disponible y con ganas de arrojarme la pelota de goma, pero no: ninguno estaba despierto.

Me acerqué a la pileta detrás del viejo roble para ver si había algún pájaro mojándose ahí para perseguirlo y matar el ocio, pero parece que hoy nadie quiere estar conmigo. Me siento solitario y aburrido.

Esperé un rato cerca de la puerta para ver si aparecía el lechero. Me encanta ladrarle desde dentro imaginando que lo muerdo en su muslo. Pero hoy debe ser domingo, pues no acabó de llegar.

Al rato se escuchó el acostumbrado ruido que coincide con la hora de comer mis croquetas: el chico de la motocicleta arrojó puntualmente, como todas las mañanas incluyendo el domingo, un ejemplar del periódico. Antes me encantaba destruirlo con mis dientes, pero me llevé varias regañadas de mis amos y he decidido no hacerlo más. No sé por qué se molestan tanto si destruyo un simple paquete de papel entintado sin sabor ni olor. Me pregunto para qué lo querrán.

Fui a donde está mi plato para comer unas croquetas y beber un poco de agua, pero con tanta soledad y silencio se me quitaron el hambre y la sed. Y no: no había gatos cerca, para colmo.

Cumplí por enésima vez el ritual de orinar todos los árboles cercanos para marcar mi territorio, aunque sé que es autoengañarme: el jardín es totalmente inaccesible para otros perros.

Después de un rato largo de soledad y aburrimiento, decidí hacer algo que para muchos perros resulta vergonzoso y denigrante, pero que para mí es una estupenda opción de entretenimiento para los días aletargados: perseguir mi esponjado rabo.

Doy gracias al dios de los perros por haberme permitido pertenecer a una raza canina a la que no le cortan la cola. ¿Qué sería de mí en estos aburridos momentos si no tuviese a mis espaldas algo tan divertido e inaccesible?

Sé que me veo ridículo dando una vuelta tras otra sobre mí mismo en busca de algo inalcanzable, pero en fin:

¡Que los otros perros piensen lo que quieran! ¡Es mi rabo y es mi vida!

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