
De repente, se escucha –acompañada de un enorme jolgorio- una voz bien templada que anuncia: ¡Tercera llamada, comenzamos!”.
Así, el telón de auroras y estrellas fugaces se levanta, para dejar a la vista de la Humanidad expectante, un majestuoso escenario lleno de sombras que aparecen y desaparecen.
Entonces las luminarias del teatro se encienden, proyectando sus haces de luz sobre un primer personaje: el Presente, criatura que abarca de momento todo el campo visual de los espectadores. “¿Habrá algo más allá?”, se pregunta el auditorio.

Dicen las malas lenguas del Pasado, que la Rutina odia al Ensueño, que critica al Entusiasmo y

De pronto y de la nada –para sorpresa del público-, surge un tercer personaje, el Destino, quien apoyado en Circunstancias y Casualidades, invita al Presente a ignorar a la Rutina, y a acogerse a la Esperanza y al Amor para que traigan cuanto antes al Futuro.
Éste sale de una nube, prometiendo al auditorio mucha Pasión y Placer, con algo de Incertidumbre. Los aplausos del público motivan la aparición de Locura y Frenesí en el escenario, pero, tristemente, junto a ellos, Odio, Enojo y Amargura aprovechan el momento para ocupar su lugar en la Vida.
Pero no todo está perdido. Colgados de un rayo de sol –cuando nadie los espera- aparecen el Cariño, la Ternura y la Amistad, quienes con su blandiente espada de Calor Humano, y despojándose de toda Vergüenza y Timidez, alejan a los Temores y a la Indiferencia, y levantan al Futuro hacia una nube, de la que jamás bajará.
Concluye la Gran Obra del Teatro de la Vida con el inesperado renacimiento del Afecto,

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