viernes, 22 de agosto de 2008

Don Mal Humor


Desde que estaba en el vientre materno, él ya gruñía. Cuando en el exterior su madre encendía la luz, a él nunca le parecía, y respondía con una patada o con un movimiento brusco, dándole la espalda a la fuente luminosa.

Si bien no tenía con qué compararlo, consideraba el vientre de su madre de mala calidad, y solía quejarse de los nutrientes que le llegaban vía umbilical.

Cuando nació, lloró, pero no porque le hubiesen dado una nalgada, sino porque enseguida se dio cuenta de que el exterior era de peor calidad que el interior, a pesar de que éste jamás lo había satisfecho. A su modo de entender las cosas, todo iba de mal en peor.

La leche de su madre era buena, pero a él le parecía que le faltaban grasas, anticuerpos y vitaminas, por lo que mordía el pezón enojado.

Cuando empezó a comer alimentos preparados, solía escupirlos en la cara de su madre, pues venían –según él- demasiado fríos o calientes, grumosos, o la cuchara le parecía de mala calidad.

A los ocho años, por Navidad, sus padres le regalaron una hermosa bicicleta que cualquier niño hubiese disfrutado. A él no le pareció el color, ni el modelo, ni los neumáticos, ni la forma de los manubrios. Jamás la usó, excepto para patearla cuando se enojaba, que era a cada momento.

A pesar de que le gustaba aprender, la escuela no le parecía: ni el edificio ni los profesores ni los compañeros. Siempre regresaba a casa molesto y se lo reprochaba a sus padres todos los días.

Tuvo varias novias, y todas lo dejaron por su forma de ser gruñona. Por fin una lo soportó y se casó con ella, para su posterior arrepentimiento, pues Don Mal Humor todo le reprochaba: la comida, la limpieza y el orden de la casa, el cuidado de los hijos, etc. Ella lo soportaba exclusivamente porque para ello estaba programada.

En el trabajo las cosas no eran diferentes para este individuo gruñón e inconforme, al extremo de que sus compañeros no le dirigían la palabra. El jefe lo soportaba por sus resultados, pero siempre guardando distancia.

Un día –como le ocurre a cualquier ser humano, Don Mal Humor falleció. Había dejado claras sus instrucciones para el velorio y el funeral, mismas que los hijos y la esposa siguieron fielmente. Sin embargo, a él, desde su lugar de transición al más allá, le parecieron unas exequias de mala calidad. Renegó mucho, pero no había nadie cerca de él a quien reprochárselo, así que se tragó el coraje.

Llegó al cielo –nunca se portó mal en realidad-, y tampoco le pareció un lugar como se lo imaginaba: los ángeles aleteaban ruidosamente y generaban desagradables corrientes de aire; los coros celestiales eran monótonos y repetitivos; las arpas le parecían desafinadas; etc.

Poco a poco las demás criaturas del cielo fueron dejándolo solo, pues Don Mal Humor era de verdad insoportable.

Solamente Dios –después de todo su creador- le tuvo paciencia, hasta que se la perdió completamente. Entonces el Señor se vio obligado a crear un cielo perfecto solamente para la satisfacción de Don Mal Humor, quien a pesar de todo, siguió renegando por los siglos de los siglos.

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