sábado, 17 de mayo de 2008

El pistache

Al principio parecía normal, como lo somos la mayoría de nosotros, pero su ADN contenía un insignificante gen que lo hizo con el tiempo diferenciarse totalmente de los de su especie.

Fue comprado al mayoreo en la tienda de don Venancio, al igual que se acostumbra hacerlo con todos los pistaches. Su destino fue la taberna del Rincón Andaluz, en donde sería puesto -junto con muchos otros compañeros- en un pequeño plato para entretener el hambre de los clientes mientras les preparaban las famosas tapas del lugar.

Su debut en una mesa de taberna fue un desastre: un cliente que platicaba apasionadamente de política con su amigo, lo tomó sin ponerle mayor atención. Trató de abrirlo inútilmente con sus manos y, al no poder, simplemente lo regresó al plato de donde lo había tomado. Los demás pistaches que lo acompañaban esa noche se dejaron abrir y masticar sin mayor problema.

Más tarde, el camarero recogió la mesa y lo devolvió a la cacerola de los pistaches, sin darle mayor importancia al asunto.

Esta situación se repitió al día siguiente, y al otro, y al otro, durante semanas, durante meses, durante años.

El pistache de esta historia parecía estar predestinado a no ser jamás comido, lo que, si lo pensamos bien, no era tan malo, pues “el día siguiente” tiene siempre un cariz optimista.

Pasó por los dedos de políticos, de estrellas de cine, de mujeres de la calle, de intelectuales, de burócratas, de travestis, de toda clase de gente. Escuchó miles de conversaciones de la infinidad de temas que se tratan en una taberna, al extremo de que se volvió experto en política, en amores desaventurados, en toros, en fútbol, en negocios y en otros mil menesteres.

Después de cinco o seis años de vivir en la taberna y de enfrentarse día a día con dedos y uñas que inútilmente intentaban abrirlo para masticarlo, decidió convertirse en asesor delos seres humanos. Los profundos conocimientos adquiridos en decenas de temas escuchados en la taberna durante todo ese tiempo, lo avalaban.

Lamentablemente, cuando pensaba ya en la forma de promover comercialmente sus enormes conocimientos en la temática humana, llegó a la taberna Chipi el leñador –toda una bestia- , quien con un par de apretones de sus enormes y callosos dedazos, lo hizo pedazos. Lo único que nuestro pistache no conocía de los seres humanos era la fuerza de una dentadura y la poderosa capacidad de digestión de los jugos gástricos. Esa tarde, antes de morir, completó tardíamente su experiencia.

Muchos años de sabiduría humana se fueron para siempre al inmundo caño madrileño un par de horas después.

2 comentarios:

Joice Worm dijo...

Vengo leer este post mañana, pero dejo mi mirada...

Joice Worm dijo...

M-A-R-A-V-I-L-H-O-S-O!!!
No imagina como vivi la vida del pistache. Esta história esta estupenda. Me encanta!
Y se tubier atención, Legendário, se notará la semejanza entre a vida de um pistache y la nuestra.