
Lo que nadie sabía –y menos este hombre- es que esa piedra estaba viva y cambiaba de lugar estratégicamente cuando nadie la veía.

Ella lo odiaba, pues la primera vez que él tropezó con ella, le echó injustamente toda la culpa del incidente.
Ahora ella dedica su vida a atravesársele agazapada en los lugares y momentos más inesperados, soltando una muda carcajada pétrea cada vez que él se va de bruces.
1 comentario:
Siempre lo mismo! Qué cómodo nos resulta echarle la culpa al otro! Pobre piedra! Qué tiene que ver con nuestra proverbial estupidez?
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