
Cada dedo que posaba sobre el teclado le resultaba una mortificación.
Ella quería escribir, decirle al mundo que existía. Tenía un valioso mensaje que transmitir hacia afuera y una enorme necesidad de compartirlo. Pero temía ser malinterpretada, criticada, ridiculizada, ignorada o golpeada por las opiniones ajenas.
Debido a esta dicotomía contradictoria, ella tardó mucho en completar su texto. Finalmente lo hizo, pero el siguiente paso era todavía más angustioso: presionar la tecla ENTER. Por eso, sudó frío mientras revisaba una y mil veces su escrito. Era perfecto: cada palabra, cada acento, cada punto y cada coma estaban en su lugar, y lo que el texto transmitía era exactamente lo que ella quería que se entendiese.
Pero ahí estaba la amenazadora tecla ENTER, invitándola a que la presionase, para que el destino fatal se presentase irremisiblemente. Estuvo a punto de hacerlo, pero…
…pospuso la publicación dos días más. Volvió a revisar cada renglón y cada concepto. De nuevo fueron días de angustia y de desvelo.
Finalmente reunió fuerzas, se sentó frente a su ordenador, cerró los ojos, controló la respiración…y presionó la tecla ENTER.
Nunca supo si hubo respuestas en su blog, mucho menos la naturaleza de éstas, pues jamás se atrevió a asomarse de nuevo a la Internet.
Muchos años después, recostada en un cómodo diván, le confesaba a su psicoanalista que soñaba con una enorme tecla ENTER que cada noche ansiaba devorarla.
Ella quería escribir, decirle al mundo que existía. Tenía un valioso mensaje que transmitir hacia afuera y una enorme necesidad de compartirlo. Pero temía ser malinterpretada, criticada, ridiculizada, ignorada o golpeada por las opiniones ajenas.
Debido a esta dicotomía contradictoria, ella tardó mucho en completar su texto. Finalmente lo hizo, pero el siguiente paso era todavía más angustioso: presionar la tecla ENTER. Por eso, sudó frío mientras revisaba una y mil veces su escrito. Era perfecto: cada palabra, cada acento, cada punto y cada coma estaban en su lugar, y lo que el texto transmitía era exactamente lo que ella quería que se entendiese.
Pero ahí estaba la amenazadora tecla ENTER, invitándola a que la presionase, para que el destino fatal se presentase irremisiblemente. Estuvo a punto de hacerlo, pero…
…pospuso la publicación dos días más. Volvió a revisar cada renglón y cada concepto. De nuevo fueron días de angustia y de desvelo.
Finalmente reunió fuerzas, se sentó frente a su ordenador, cerró los ojos, controló la respiración…y presionó la tecla ENTER.
Nunca supo si hubo respuestas en su blog, mucho menos la naturaleza de éstas, pues jamás se atrevió a asomarse de nuevo a la Internet.
Muchos años después, recostada en un cómodo diván, le confesaba a su psicoanalista que soñaba con una enorme tecla ENTER que cada noche ansiaba devorarla.
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