jueves, 13 de junio de 2019

Las iguanas de Atongo

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En una pequeña franja de terreno que no llega a pasar de unos 800 metros cuadrados, conviven tres tipos de criaturas fantásticas junto a un arroyo llamado Atongo, en un pueblo cercano a la enorme ciudad de México.

El primero de estos seres fantásticos -el menos fantástico de las tres especies- es un duende recientemente caído en desgracia, quien pretende vengarse de los humanos porque derribaron el árbol en donde vivía. Es, sin embargo, un duende bueno, y sus venganzas no pasan de ser travesuras, como el esconder objetos o pintar garabatos en las paredes de las casas vecinas. Su árbol fue derribado hace un par de meses, pues fue severamente dañado por un rayo, y habiendo quedado muy fracturado, constituía un riesgo para las casas cercanas y los transeúntes. Como sea, el duende malinterpretó el hecho de ver cómo unas motosierras manejadas por humanos convertían en leña lo que fue su hogar por muchas decenas de años.

El segundo grupo de criaturas fantásticas que ahí moran, son las llamadas iguanas de Atongo. No son reptiles, ni serpientes, sino seres humanos un poco diferentes a los demás.

En ese terreno en donde estuvo hasta hace poco el árbol del duende, justo al lado de arroyo, se observan varios colchones viejos y asoleados, y sobre ellos, con los torsos desnudos, varios individuos alcoholizados que han escogido ese agradable lugar para embriagarse día con día, de sol a sol.

Hay que reconocer que nunca molestan a nadie. Parece que entienden que ése es su refugio ideal y que, si no quieren verse en problemas semejantes al del duende (a perder su lugar en este mundo), deben comportarse adecuadamente.

Así, beben licor de la mañana a la noche, platican y bromean entre ellos, pero sin hacer ruido, sin causar molestias a los vecinos. Son, de verdad, apacibles.

La más fantástica de todas estas criaturas que conviven en esa pequeña rivera del arroyo de Atongo, es un científico jubilado muy objetivo que no cree en duendes (aunque le escondan los zapatos), y que sabe que el alcohol daña los cerebros (y que sin embargo tolera a los borrachines).

Él escogió vivir ahí desde hace unos meses, en una casa pequeña y agradable, para alejarse de la ruidosa ciudad de México y llevar una vida tranquila. Es, sin embargo, quien menos pertenece a ese particular espacio de duendes resentidos e iguanas alcoholizadas con cuerpo de humano.

El arroyo de Atongo es testigo mudo de tan particular convivencia entre tres mundos tan diferentes entre sí, a cual más fantástico.

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