sábado, 8 de junio de 2019

Extracción tecnológica de la dulzura de una dama complicada

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La dama era dulce, pero se nutría de lo contrario.

Tal vez tanta dulzura que poseía  intoxicaba su esencia, y para sobrevivir en este complicado mundo, sus glándulas generaban ácidos fuertes y sustancias muy amargas.

Su caso era tan grave que generó una crisis social en su ciudad. El ente municipal, encargado de la buena convivencia, se vio obligado a generar un presupuesto, y por ello el caso fue a dar a mi laboratorio tecnológico. La dama fue obligada por las autoridades a pasar una serie de análisis químicos y psicológicos serios que yo mismo dirigí. Ella no aprobó ni siquiera el examen de orina.

Como sea, percibimos esencia de caramelo en las profundidades de su ADN. Gracias a eso le soportamos sus insolencias el día que  la analizamos: escupió a las enfermeras, agredió al médico de guardia y mordió al analista químico. Una vez que le aplicaron la camisa de fuerza, se hizo la calma en el laboratorio. La encerramos en el oscuro sótano del edificio mientras analizábamos sus escasas probabilidades.

Era un caso digno de publicarse en una revista de actualización científica, o tal vez en una revista de monstruos y extraterrestres.

Tuvimos que conseguir néctar de bugambilia de Namibia, algodón de azúcar de  Singapur, esencia de caramelo de Uganda, almíbar coreano,  concentrado de turrón de Jijona, chocolates suizos, leche condensada azucarada de vaca contenta, miel de abeja del Himalaya y  edulcorantes sintéticos alemanes. Con todos esos productos hicimos una mezcla líquida semi-viscosa.

Extrajimos su sangre ácida y amarga mientras le inyectábamos el acaramelado brebaje. Sus ojos estaban en blanco ante el shock agridulce al que se enfrentaba. Sobrevivió, pero las mangueras que extraían su sangre fueron corroídas completamente por el ácido de la dama. 

Lo primero que hizo al despertar fue sonreír al médico responsable. Besó la mano de las enfermeras y brincó de la cama para abrazarme.

La tuvimos un par de días en observación, y empalagó con su dulzura a las enfermeras. Tuve que visitarla por cuestiones de reglamento médico, y brincó sobre mí, dedicándome un abrazo de más de media hora y muchos besos ensalivados.

Tuvimos que darla de alta, pues atosigaba de abrazos a los demás pacientes. Una vez en su casa, sus parientes demandaron a mi clínica porque la melosa mujer quería estar siempre abrazada por ellos. Sus mascotas la evitaban, pues no soportaban sus acaramelados besos. Regresó a mi clínica.

Afortunadamente habíamos conservado un par de litros de su amarga sangre, que sirvieron para neutralizar su acaramelada existencia.

Hoy ella es dueña de una fábrica de dulces muy prestigiada. Sus empleados la adoran. En el reglamento de trabajo hay una cláusula que obliga a todos los trabajadores a abrazarse fuerte antes de iniciar la jornada laboral.

El municipio está contento: el campo sorprendentemente se llenó de abejas que producen la miel más dulce de la nación. Toda la región está llena de flores y de gente sonriente.

Ahora el problema es mío: todos los días recibo en casa un ramo de flores, un frasco de miel,  toda clase de caramelos…y la visita de una mujer que me abraza y besuquea sin consideraciones.

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