
Las niñas de mis ojos son muy espabiladas.
De hecho, hace mucho que dejaron de ser niñas y se han convertido en testigos de mis esquivas miradas a las bien formadas piernas de Enriqueta.
Las niñas de mis ojos me sugieren que sea cauto, pues Enriqueta tiene marido, y a veces las miradas dejan de ser ligeras y generan huellas indelebles.
Pero ¿a quién debo obedecer? ¿A mis irreverentes hormonas estimuladas por esas encantadoras piernas, o a las prudentes y sabias niñas de mis ojos que temen mucho las consecuencias?
Mientras decido a quién le doy la razón, Enriqueta me dedica una cómplice sonrisa…
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