Muy contentos, recordando como siempre sus hazañas de pasado y brindando por su futuro, estaban los Fastidios, celebrando sus éxitos en aquel bar llamado El Disgusto, en la que pasaban sus ratos de ocio.
Hablaban entre ellos de cómo aburrir a los humanos, de cómo desesperarlos, de cómo hacerles perder la calma y la alegría, de alargarles el tiempo, de arruinarles las mejores expectativas, de dejarlos en ascuas, de sacarlos de quicio, y en todo eso ellos eran verdaderos expertos.
Los Fastidios eran entes felices, inteligentes y realizados, que se nutrían de ver cómo los humanos se enfadaban con ellos mismos y con las circunstancias.
Todo iba bien en su existencia, hasta que a un científico imbécil se le ocurrió inventar el Prozac.
miércoles, 27 de marzo de 2019
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