La noche estaba triste esa noche.
Pidió a su amiga luna que no asomara, que la dejase sola por esa única ocasión, para que su claridad no perturbase su profunda nostalgia.
Pidió al viento que no moviera las ramas, para que las hojas de los árboles callasen.
Pidió al arroyo estancarse, y al búho que cerrase sus ojos.
Cuán grande sería su pena, que pidió a las nubes que llorasen por ella.
La noche estaba triste esa noche.
miércoles, 27 de marzo de 2019
El bar de los Fastidios
Muy contentos, recordando como siempre sus hazañas de pasado y brindando por su futuro, estaban los Fastidios, celebrando sus éxitos en aquel bar llamado El Disgusto, en la que pasaban sus ratos de ocio.
Hablaban entre ellos de cómo aburrir a los humanos, de cómo desesperarlos, de cómo hacerles perder la calma y la alegría, de alargarles el tiempo, de arruinarles las mejores expectativas, de dejarlos en ascuas, de sacarlos de quicio, y en todo eso ellos eran verdaderos expertos.
Los Fastidios eran entes felices, inteligentes y realizados, que se nutrían de ver cómo los humanos se enfadaban con ellos mismos y con las circunstancias.
Todo iba bien en su existencia, hasta que a un científico imbécil se le ocurrió inventar el Prozac.
Hablaban entre ellos de cómo aburrir a los humanos, de cómo desesperarlos, de cómo hacerles perder la calma y la alegría, de alargarles el tiempo, de arruinarles las mejores expectativas, de dejarlos en ascuas, de sacarlos de quicio, y en todo eso ellos eran verdaderos expertos.
Los Fastidios eran entes felices, inteligentes y realizados, que se nutrían de ver cómo los humanos se enfadaban con ellos mismos y con las circunstancias.
Todo iba bien en su existencia, hasta que a un científico imbécil se le ocurrió inventar el Prozac.
El escritor mágico
Era un escritor mágico de cuentos fantásticos.
¿En qué consistía su magia?
Ni él mismo sabía por qué, pero le bastaba con definir a los personajes principales de sus cuentos, para que ellos se encargasen del resto: de generar la trama, de asignarse roles, de concretar finales felices.
Así, el escritor mágico solamente escribía lo que sus personajes hacían y decían. Gracias a este misterioso método, él era muy exitoso en su profesión.
Sin embargo, un día todo le salió mal. Escogió como personajes a una bella hada, a un espléndido elfo y a un peligroso hombre-lobo.
Los tres se pusieron de acuerdo en que tanto el elfo como el hombre-lobo pretenderían al hada. Ella preferiría al elfo, pero todo dependería de un duelo que supuestamente ganaría este último gracias a certeros flechazos en el corazón de aquél. Ella viviría feliz por siempre con su encantador elfo.
Pero al hombre-lobo finalmente no le pareció el acuerdo, y saliéndose del libreto acordado, mató al elfo.
El escritor pretendió borrar este último párrafo para dejar las cosas como deberían ser, pero en su distracción no se dio cuenta que una enorme luna llena asomaba por la ventana de su estudio.
Esto lo aprovechó el hombre-lobo para salirse del cuaderno, y en un descuido devoró al escritor.
Inmediatamente, el hombre-lobo regresó al cuaderno, raptó a la indignada hada, la llevó a su caverna, y se apresuró a escribir FIN al final del cuento.
Nadie, nunca jamás, podría cambiar esa triste historia.
¿En qué consistía su magia?
Ni él mismo sabía por qué, pero le bastaba con definir a los personajes principales de sus cuentos, para que ellos se encargasen del resto: de generar la trama, de asignarse roles, de concretar finales felices.
Así, el escritor mágico solamente escribía lo que sus personajes hacían y decían. Gracias a este misterioso método, él era muy exitoso en su profesión.
Sin embargo, un día todo le salió mal. Escogió como personajes a una bella hada, a un espléndido elfo y a un peligroso hombre-lobo.
Los tres se pusieron de acuerdo en que tanto el elfo como el hombre-lobo pretenderían al hada. Ella preferiría al elfo, pero todo dependería de un duelo que supuestamente ganaría este último gracias a certeros flechazos en el corazón de aquél. Ella viviría feliz por siempre con su encantador elfo.
Pero al hombre-lobo finalmente no le pareció el acuerdo, y saliéndose del libreto acordado, mató al elfo.
El escritor pretendió borrar este último párrafo para dejar las cosas como deberían ser, pero en su distracción no se dio cuenta que una enorme luna llena asomaba por la ventana de su estudio.
Esto lo aprovechó el hombre-lobo para salirse del cuaderno, y en un descuido devoró al escritor.
Inmediatamente, el hombre-lobo regresó al cuaderno, raptó a la indignada hada, la llevó a su caverna, y se apresuró a escribir FIN al final del cuento.
Nadie, nunca jamás, podría cambiar esa triste historia.
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